1- La omnipresencia de la muerte. La muerte siempre ha estado ahí, blanca, en la silla, con su rostro. La puedes ubicar en la primera página de El luto humano de Pepe Revueltas o en el más alegre y ñoño de tus días y la única certidumbre es que la parca estará ahí, caminando a tu lado muy cerquita, siempre a punto de tocarte el hombro. En mi caso, la omnipresencia de la muerte como única compañera es el disparador no solamente de las historias negras, sino de cualquier forma de creación literaria.
3- La intuición de infiernos individuales a través de las miradas. Dedica un par de segundos a leer la mirada de un extraño en un lugar público. Demasiados ojos son ventanas donde asoman avernos interiores. Los seres en apariencia más ordinarios e insulsos ocultan espeluznantes historias. A veces me basta la expresión de un rostro en la fila de un supermercado para dimensionar el horror en estado puro.