La muerte de Ochoa Palacio
Por Daniel Salinas
Arturo Ochoa Palacio, ex delegado de la PGR en Baja California y su amigo Martiniano Valdez, funcionario del INM, acostumbraban correr juntos todas las mañanas en la pista atlética del Crea de Tijuana.
La mañana del 17 de abril de 1996 no había sido la excepción. Los amigos llegaron muy temprano a la unidad deportiva listos para iniciar el día.
Martiniano Valdez tenía poco de haber empezado su rutina y su condición física no era tan buena. Ocho Palacio en cambio tenía dos años de estar corriendo todos los días. A raíz de una serie de problemas de salud derivados de la tensión que le generó el asesinato de Luis Donaldo Colosio, los médicos le recomendaron correr y el funcionario federal siguió el consejo al píe de la letra.
Ochoa Palacio corría y su amigo Martiniano Valdez caminaba o trotaba. Aquella mañana estaban por terminar su rutina, pero Ochoa quería dar una vuelta más a la pista atlética para dar el último “sprint”. Terminando la corrida, Ochoa Palacio se dispondría a ir al Grand Hotel donde desayunaría con el empresario Héctor Lutheroth y con el periodista Jesús Blancornelas.
“Espérame, aquí nos vemos para que vayamos a tomar unos jugos”, le dijo Ochoa a su amigo, quien jamás imaginó que esas serían las últimas palabras que pronunciaría el ex delegado. Aún no eran las 7:30 de la mañana.
Martiniano Valdez recuerda que cuando Ochoa empezó a correr, él se concentró en arreglar la sintonía de su radio portátil en donde acostumbraba escuchar los noticiarios matutinos mientras hacía ejercicio.
La señal de la radiodifusora seguía distorsionada cuando el fuerte sonido de dos detonaciones de arma de fuego irrumpió en la tranquilidad de la mañana. Martiniano se quedó petrificado: A poco menos de 40 metros de él, yacía en el suelo su amigo Arturo Ochoa Palacio En medio de la confusión, solo alcanzó a ver a un hombre enfundado en ropa deportiva que corría a toda velocidad hacia afuera de la unidad.
“Quedé en estado de shock, por un momento me quedé parado, y mi primera reacción fue salirme de ahí inmediatamente”, cuenta Martiniano.
Subió corriendo hasta su casa, ubicada en la Colonia Ruiz Cortinez a unos metros de ahí. Desde la ventana pudo ver la llegada de las ambulancias y las patrullas. Minutos más tarde, las radiodifusoras locales interrumpían su programación para informar sobre el asesinato del ex delegado. Fue entonces cuado Martiniano tomó el teléfono y llamó a su amigo Pedro Ochoa Palacio, hermano de Arturo.
El peor día de mi vida
Cuando el teléfono sonó aquella mañana, Pedro Ochoa Palacio ni siquiera presentía que esa llamada daría inicio al que hasta ahora, según sus propias palabras, ha sido el día más horrible de toda su vida.
En la línea estaba su amigo Martiniano Valdez, quien le recomendó ir a la Cruz Roja, pues algo malo le había pasado a su hermano Arturo.
Lo primero que pensó Pedro Ochoa fue que se trataba de un accidente y salió apuradamente a la Cruz Roja, pero ahí no habían llevado a su hermano.
Después fue al Hospital General y ahí el panorama empezó a nublarse cuando un médico el dijo que no le tenía buenas noticias. Pedro Ochoa intuyó que lo del accidente había sido algo grave, hasta que alguien le dijo que Arturo ya no sería llevado al hospital, sino al Servicio Médico Forense.
“Cuando me dijeron que me fuera al Semefo entonces me di cuenta de todo. Yo no había escuchado las noticias, porque me habían robado el radio por esos días, pero cuando llegué me encontré a un amigo en la calle que me abrazó y me dio el pésame”, afirma Pedro Ochoa.
Entonces, recuerda Pedro, llegó el momento más difícil: Tener que darle la noticia a su madre, que aún no estaba enterada de nada.
“Si tu me preguntas cual ha sido el peor día de mi vida, yo no dudo en contestarte que ha sido ese”, afirma Pedro Ochoa, quien actualmente es agregado cultural de Consulado de México en San Diego.