Eterno Retorno

Wednesday, October 30, 2019

El ulular del viento nos arrancó de la duermevela. Un silbido laaaargo y siniestro. Santa Ana ha hecho su arribo con escalofriante puntualidad. Uuuuuuu es el alarido rompiendo la madrugada. Uuuuuu…. Y de pronto el crash de objetos arrastrándose en el pavimento, despedazándose contra un muro, dando la bienvenida al amanecer con su danza demencial. Ayer lo escalofriante no era el viento sino la fatal profecía de su retorno. Aún no llegaba y sin embargo ya podías sentirlo. Era el oscilar de las sombras en la persiana irradiando luz de otoño, el baile de las siluetas halloweenneras. Hay brillos de sol que solo son posibles en octubre y noviembre. Los perores Santa Ana del año, espetaron los macabros Nostradamus de la meteorología. Ayer el viento era solo una macabra intuición, una presencia silenciosa. Ahora ya está entre nosotros. En la antigua Mesopotamia el viento del desierto era representado como un demonio, Pazuzu, la gran bestia sumeria que encarnaba pestes, plagas e incendios, salvajes tormentas de arena capaces de horadar el cielo. Pazuzu, cola de escorpión pene de serpiente, rostro descarnado de león con cuernos de cabra. Así era el demonio del viento del suroeste. ¿Hay acaso alguna deidad que encarne a nuestro californiano viento santaanaero? Imagino un hada con una falda de fuego, esparciendo infierno en cada caricia. La mañana arrastra su sábana de lumbre, diría Ortega. Los demonios del aire ya han arrancado su fiesta. El hada con aliento de dragón está entre nosotros. Démosle la bienvenida.

Así que Berlín era eso, la nublada desolación de una gran plaza sin artefacto digital para la reglamentaria selfie. Berlín era eso: una catedral tan alta como la mata de los frijoles mágicos capaz de horadar el cielo y más allá. Era preciso inclinarse para alcanzar a distinguir las puntas cupulares. Del otro lado otro par de iglesias con alguna virgen raída, un herrumbre heredado por los bombardeos aliados y yo sin cámara (dejada intencionalmente en el hotel) jurando retornar al día siguiente, porque en Berlín estaremos tres días y no solo unas horas como sucederá en los otros destinos de la travesía (¿?) El oscuro apartamento donde fluyó la creatividad de David Bowie es atracción turística. Hay lugares fértiles, donde los duendes flotan en el aire listos para tocar el punto G de esa red neuronal done se encienden las ideas más locas y los sueños más salvajes. A Bowie lo visitaron gatos de Marte (¿no eran acaso arañas?) y la chatarra transgénica en nuestro organismo era vomitada en forma de robots asesinos. La creatividad era eso: un depita berlinés infestado de pura magia, del todas las músicas me hablan que mi compulsiva agrafía ando extrañando tanto, un incesante fluir de puro pensamiento desbocado y en carrerea como potro rejego, como la mente del mismísimo Stardust. Nada fue igual después de aquel oasis prusiano. Así que Berlín era eso.

Tuesday, October 29, 2019

Describiré ahora la desafiante y presagiosa verticalidad de la torre, con su cúpula de medieval aldea y sin reloj ni utilidad a la vista, pero eso sí, altísima y marcada por la negritud de una profecía. La torre ardería como una vela, se partiría en dos y con ella todo el villaje, pero para hablar del ardor por venir, es preciso describir el retablo en llamas y el carro de nulas pintadas cargado con tres inodoros en forma de trono que Ortiz arrastró desde Sonora atravesando la Rumorosa solo para promover el folklore de su terruño coyotero. En el retablo en llamas bailaban las negrísimas sombras de los demonios y tuve la fatal certidumbre de que la total incineración de la aldea partiría de ahí, y que mi providencial irrupción de bombero salvador estaría condenada a fracasar, pero la manguera cumplió con arrojar con furia su torrente y el retablo ardiente (verso sin esfuerzo), con todo y sus demonios danzantes, fue pronto brasa empapada, humo recién bañado. La misión fue un éxito, pero la fatalidad del incendiario Apocalipsis por venir no había sido conjurada. Ardería, sin duda ardería.

Monday, October 28, 2019

Alguna vez les dije que toda biblioteca es esencialmente una divina utopía, un proyecto eternamente postergado para un mañana que nunca llegará. Lo peor es que además de ser vocacionalmente utópica, mi biblioteca representa un desafío arquitectónico. Cuesta trabajo dimensionar cómo me las he arreglado para meter más de 4 mil libros en un espacio tan reducido. El arsenal se incrementa cada semana pero la casa es la misma desde hace 16 años. Dado que las repisas de los libreros hace mucho son insuficientes, he tenido que hacer magia con dobles y triples filas y portentos de equilibrio con montones que se sostienen con inexplicables contrapesos. Hay libros dentro de la cajuela de un viejo carro, apilados en cajas, en repisas de la lavandería, haciendo montón en la mesa de noche, por no hablar de los que he exiliado a casas de gente que aprecio. El mayor malabarismo lo representan los ejemplares que están a mi lado al momento de escribir este texto. Aquí junto a la mesa del comedor, sobre un viejo baúl de madera, yace un atiborre de unos 120 libros. Dado que la única superficie de apoyo es la tapa del baúl (cuyo interior, obvia decir, también está atiborrado) he tenido que recurrir a imposibles leyes de la física hogareña para mantener un precario equilibrio, tan frágil como el gobierno de una república balcánica en los 90. Las filas verticales superiores se sostienen mediante contrapesos, empujándose mutuamente para no caer desparramados. Hay ejemplares que fungen como columnas o soportes y otros a su vez como repisa. Por ejemplo, el gran mastodonte que es Moby Dick y el primer tomo de las obras completas de Dostoyevski en Galaxia Gutenberg fungen como postes laterales, guardianes que impiden el derrumbe de los libros intermedios. La pasta dura es fundamental, pues estos ejemplares pueden sostenerse por sí mismos. Por ello es clave la función desempeñada por la Antología Universal del Relato Fantástico en Atalanta y la Poesía completa de Alejandra Pizarnik en Lumen. Sin embargo, la insustituible barrera de contención dentro de este engranaje es Philip K. Dick, concretamente ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Colocado en forma horizontal, este libro hace tareas de repisa, apoyado a su vez sobre los dos volúmenes de Vuelta prohibida, las obras de Joaquín Hurtado editadas por la UANL. Imprescindible la función desempañada por los representantes de Zorro Rojo como La trilogía de NY de Auster, el Macrovaldo de Calvino, las 1280 Almas de Thompson o What If de Munroe. Tal vez pronto tengamos que tomar acciones radicales con mi biblioteca. He pensado en proponer un contrato de usufructo o comodato con alguna institución cultural a la que ceda el uso y disfrute de mi acervo por tiempo indefinido, pero especificando que regresará a mis manos en un futuro (mediano o acaso lejanísimo e improbable) cuando nos hagamos de un inmueble de mayores dimensiones. ¿Lo creen ustedes posible? ¿Habrá alguna institución que le quiera entrar? ¿Seré capaz de desprenderme?