Es muy complicado jugar a hacer predicciones, máxime cuando tienen que ver con la propia muerte, pero si tuviera que jugármela en una apuesta, diré que hasta el último día de mi vida habrá siempre un libro cerca de mí. Un libro tradicional, de papel, tinta y pastas. Podrán regalarme la última y más revolucionaria generación de e-books, podrán hablarme de las ventajas de la tecnología de vanguardia, de lo obsoleto que resulta un amasijo de papeles susceptibles de apolillarse, de ser carcomidos por los hongos, de generar polvo y robar espacio, cuando toda mi biblioteca puede caber en la palma de una mano. Sí, lo sé y lo reconozco. Llámalo aferre de viejo, terquedad de un tipo anticuado anclado en la nostalgia de otra época, pero yo me quedo con mis libros de papel. Como objeto el libro me parece un ente perfecto y nada podrá sustituirlo. No me cierro a la comodidad de un e-book, pero el hijo de Gutenberg me parece imposible de reemplazar. En ese sentido, no puedo menos que coincidir con Umberto Eco cuando afirma que “el libro, es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo”.
Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg (Juan para los amigos) murió en 1468, pero es hasta este Siglo XXI cuando empezamos a ejecutar su réquiem. Nos guste o no, llevamos más de cinco siglos y medio amamantando de sus “tipos móviles” y su prensa para uvas que sirvió como primera plancha de impresión. Tanto la Biblia que imprimió en 1455 en Maguncia, como los ejemplares de los periódicos que el día de hoy se imprimieron a lo largo y ancho de esta aldea global del Tercer Milenio, son hijos de Gutenberg. Aún en nuestro mundo atiborrado de pantallitas de todos los tamaños, nuestras casas y oficinas siguen llenas de papeles con tinta. Si aún lo dudas, te pido que mires a tu alrededor. Sí, ya sé que de una impresora láser a una plancha para aplastar uvas existe alguna que otra diferencia, pero al final el resultado es un pedazo de papel con tinta, el mismo pedazo de papel de Cervantes o de Joyce, de Shakespeare o de Borges. El papel que un voceador alzaba en su mano una tarde de octubre de 1805 en las calles de Londres mientras gritaba la noticia de la muerte del Almirante Nelson en Trafalgar, es tan hijo de Gutenberg como el papel de un diario que la mañana del 5 de noviembre de 2008 anunció el triunfo de Barack Obama y la muerte de Juan Camilo Mouriño. La imprenta fue necesaria para elaborar ese edicto real clavado en los árboles que rodeaban las aldeas españolas donde se notificaba la expulsión de los moriscos a principios del Siglo XVII, como necesaria fue para imprimir el recibo de luz que llegó a nuestra casa esta mañana.