Mi primera noción sobre la existencia de un Mundo Antiguo donde había romanos, galos, griegos, visigodos y egipcios se la debo a Astérix. Gracias a esta historieta conocí a Julio César y a Cleopatra y supe de un tiempo en que había gladiadores, legionarios, druidas, bardos, dólmenes y menhires y una ciudad llamada Lutecia que se transformaría París, un puerto llamado Massilia que después sería Marsella, un Coliseo con leones y bosques repletos de jabalíes y bandoleros. Mi feliz infancia le debe mucho al guionista René Goscinny y al dibujante Albert Uderzo, una dupla simplemente genial. Los 24 libros originales, desde Astérix el Galo a Astérix en Bélgica, son insuperables. Antes de los nueve años de edad logré reunirlos todos, en una época en que las revisterías de Monterrey estaban muy mal surtidas. Costaban 99 viejos pesos, una fortuna para un niño en 1982, y cada que alguien viajaba al DF no dudaba en encargarle un número. Goscinny murió en 1977, a los 51 años de edad. Uderzo improvisó como guionista, pero no logró el toque de erudita ironía de su fallecido compañero, si bien algunos de los ejemplares de la nueva generación, como La gran Sanja, son buenísimos. Hoy murió Uderzo y yo reparo en lo mucho que quiero al par de guerreros galos paridos por su pincel.
Tuesday, March 24, 2020
Sunday, March 22, 2020
Los hombres de letras pocas veces se ocupan de los científicos, pero la historia de vida de un cazador de bacterias puede transformarse en la más fascinante novela de viajes y aventuras si la sabemos narrar. En Peste y Cólera, Patrick Deville narra el periplo de un personaje excepcional, el médico suizo Alexandre Yersin, el aventajado discípulo de Louis Pasteur que en 1894 descubrió el bacilo de la peste bubónica. No es poca cosa dar con la bacteria que en el Siglo XIV fue capaz de exterminar a más de la mitad de la población de Eurasia. Al momento en que Yersin da con la vacuna, cinco siglos y medio después de la danza de la muerte negra en Europa, la peste bubónica seguía matando decenas de miles de personas en Indochina. Lograr cazar a este bacilo, bautizado como Yersenia Pestis, salvó a la humanidad de uno de sus enemigos más despiadados. Deville logra contagiarnos la pasión con la que Yersin se entrega a la búsqueda de la bacteria y la creación de la vacuna, de la misma forma que un explorador recorre los mares en busca de tierras ignotas. Creo que se deberían escribir más historias sobre científicos. En lo personal, solo una vez he escrito una crónica dedicada a un hombre de ciencia: se llama Cartógrafos del mundo nano y tiene como personaje principal a Roberto Vázquez, experto en nanotecnología. Creo que si algo me queda en herencia después de estos aciagos días, es la certidumbre de que el futuro mediano escribiré más sobre los guerreros de la ciencia. Son ellos, y no los políticos, lo que acaban siempre por salvar al mundo. Por lo que a Patrick Deville respecta, solo puedo decirles que vale la pena leer toda su obra. En cuestión de forma y estructura, este señor fue mi mayor influencia a la hora de escribir el Samurái.