Me gusta la atmósfera y el espíritu de Halloween que todo lo impregna en este mes. Espantapájaros, calabazas, brujas y fantasmas adornan las casas de la colonia. Este octubre los vecinos se han contagiado en serio por el alma del Día de las Brujas y no han escatimado en adornos para sus casas. Con brutal honestidad, he de confesar que me da risa escuchar a esos ridículos nacionalistas que nos exhortan a no dejarnos colonizar por las celebraciones extranjeras y nos proponen resistir la penetración de ese tipo de festividades ajenas a nuestra cultura. Argumentos patrioteros y xenófobos, patéticos en verdad. No importa si las tradiciones son mexicanas o extranjeras, sino qué tan incrustadas estén en tu existencia y en ese sentido, yo, al igual que millones de niños norteños, crecí con Halloween y no con Día de Muertos. Entiendo que una tradición es aquello que forma parte de tu vida cotidiana desde tu infancia por haberla heredado de tus padres. Si a esas vamos, yo nací y crecí con el Halloween. No hubo un 31 de octubre en que no usara un disfraz y algunos he de decirlo, eran realmente buenos. En Monterrey la fiesta se vive con la misma intensidad que en Tijuana y los niños regios fuimos felices llenando de dulces nuestras calabazas. El Halloween no llegó de fuera a colonizarme ni a cambiar mis valores. Cuando yo nací el Halloween estaba más que arraigado en la cultura regia como lo estaba también en la cultura tijuanense. Así las cosas, siendo un niño regio, el Halloween era mi tradición y mi cultura. Lo que sí llegó del exterior o más concretamente de un lejano sur impuesto por autoridades educativas varios años más tarde, fue el Día de los Muertos. Con la Navidad sucedía algo similar en la primaria. Nuestra Navidad era de pinito y Santaclós, no había más. Pero cada diciembre la SEP convocaba a concursos sobre dibujos navideños en donde nos obligaba a representar una fiesta que no conocíamos. Y es que la Secretaría de Educación Pública prohibía que en los dibujos incluyéramos pinitos, santacloses, duendes, trineos y monos de nieve, por ser elementos extranjerizantes que “atentaban contra nuestros valores y cultura”. Tampoco nos permitían incluir al Niño Dios, a San José o a la Virgen, pues el laicismo jacobino impuesto por el nacionalismo revolucionario impedía que hubiera cualquier tipo de representación religiosa. Agotados todos los elementos por la cultura priista de la simulación contra el catolicismo y los Estados Unidos, los niños regios debíamos dibujar una Navidad mexicana y no nos quedaba más que incluir piñatas coloridas de estrella y pequeños con zarape bebiendo ponche, algo que para un niño regio era tan lejano y desconocido como pintar la Navidad en África. Me gusta Halloween, me gusta el Día de Muertos, porque me recuerdan nuestra esencia pagana. Después de todo, el All Hallows Eve tiene su raíz más profunda en las hogueras del Samhain celta.
Me gusta nuestra manera de hablarnos de tú con los muertos y con lo que algunos consideran el lado oscuro. Y sí, debo admitir que experimento un morboso placer al ver cómo esta fiesta asusta a los cristianos evangélicos.