ADICCIÓN AL APOCALIPSIS
Millones de seres humanos a lo largo de la historia han creído ver llegar el fin del mundo. Los profetas apocalípticos son algo tan poco original, que hablar de la inminencia del Armagedón acaba por resultar una de las más insoportables formas de tedio. Desde que tengo uso de razón se venden en los supermercados y aeropuertos libros sobre el Apocalipsis que viene. La paranoia apocalíptica que se vive ahora por las supuestas profecías mayas del 21 de diciembre no es en absoluto novedosa. También hace 2 mil años los primeros cristianos pensaban que al mundo le quedaban poquísimas semanas y vieron en los excesos de tiranos romanos como Caligula y Nerón o en la destrucción de Jerusalén a manos de Tito, señales inconfundibles de que la humanidad marchaba directo y sin escalas hacia un infernal abismo del que solo unos cuantos podrían salvarse. Por supuesto no fueron los únicos, pues los habitantes de la medieval Europa del año 1000 estaban seguros de ser los últimos hombres sobre la plana Tierra. Por obvias razones, la Peste Negra que azotó Europa a partir de 1348 fue vista por no pocos como la señal inconfundible de que la raza humana estaba viviendo su hecatombe definitiva. Tomando en cuenta que más de la tercera parte de la población europea murió víctima de esa epidemia fatal, es totalmente entendible que un hombre del Siglo XIV tuviera argumentos para pensar que su mundo se acababa, al menos muchos más de los que se tienen ahora. También es comprensible que el supersticioso Moctezuma viera señales inconfundibles del ocaso del Quinto Sol cuando sus mensajeros le narraron la visión de grandes montañas cargadas de blancos hombres barbados flotando en el mar. Tal vez no fue el fin de la humanidad, pero sí el final del todo poderoso Imperio Mexica. Los profetas de la condena brotan cada cierto tiempo y en nuestra era abundan. Aún recordamos a los ilusos que hablaron de la hecatombe planetaria en 1999 como si el cambio de milenio trajera aparejados a los cuatro jinetes. Ahora lo que está de moda son los falsos intérpretes de profecías mayas, que se han dado a la tarea de vender la teoría del 21 de diciembre de 2012. Si ellos tuvieran razón, entonces esta columna se estará publicando en el penúltimo día de la humanidad. ¿Señales del fin en el horizonte? No, más bien señales de que algo huele a podrido en la humanidad cuando uno se da cuenta que hay seres tan viles que son capaces de matar niños. Lo digo, obviamente, por el asesino de Newtown, cuyo crimen sacudió al planeta sin que el vecino tome cartas en el asunto en materia de legislación de armas, pero lo digo también por los padres de un niñito tijuanense de tres años a quien mataron a golpes, cuyo crimen, por cierto, no pareció importar a nadie, aunque en esta ciudad cada cierto tiempo haya pequeños que mueren en circunstancias casi idénticas sin que nadie haga nada. Parece que esas noticias no nos conmueven ni nos mueven a la acción. ¿Señales del Apocalipsis? No, simples señales de podredumbre humana.