La noche de verano en que la policía irrumpió en la casa donde Armanda Barradas vivía hacinada con seis de sus acólitas y 129 perros callejeros, yo cubría la guardia de un reportero borracho y no tenía puta idea de quién era aquella demente de ojos color agua puerca y hedor animal que de un manotazo arrojó mi cámara al suelo cuando intenté fotografiarla.
Friday, September 13, 2019
Wednesday, September 11, 2019
Puedes considerarme un maniaco obsesivo (en cuestiones bibliófilas lo soy), pero la realidad es que suelo recordar con precisión de dónde proviene cada libro de mi biblioteca y en qué circunstancias lo adquirí (y mira que son más de 4 mil). Si me doy a la tarea de sacar una estadística global, la conclusión es que la Librería El Día de Tijuana es la que ha contribuido con un mayor número de ejemplares. En los viajes suelo regresar siempre cargado de nuevos amigos de papel y tinta y claro, es muy bonito guardar bolsas o separadores de santuarios como Eterna Cadencia de Buenos Aires, la Bertrand de Lisboa o la Merlín de Bogotá que he tenido la fortuna de visitar, pero a la hora de la verdad, debo confesar que varias decenas o acaso cientos de ejemplares de mi biblioteca provienen de sitios tan poco glamurosos como la Comercial Mexicana o el mercado Ley. Hubo una época (muy lejana ya) en que los supermercados tenían respetables secciones de libros. Mi gran colección de Asterix era adquirida en los Súper-7, cuando la cadena acababa de instalarse en Monterrey allá por 1981. Cada ejemplar costaba 99 viejos pesos. Astra y Autodescuento solían manejar no pocas enciclopedias. Siendo niño, cuando era fanático de los animales, era fascinante ir cada quince días al súper a pepenar el nuevo tomo de la Enciclopedia de la Fauna de Félix Rodríguez de la Fuente. Solía esperarlo con ansias y deseos. La venta de enciclopedias como la Bruguera o los 12 Mil Grandes era clásica en los supermercados. En la pre-adolescencia, cuando la historia me apasionaba más que la literatura, la sección de libros de Soriana San Pedro tenía una respetable y variada oferta de la colección Panorama, muy enfocada en historia militar que entonces era mi clavo. También de ahí provienen el Demian de Herman Hesse, que me voló la cabeza en la pubertad, o El lobo estepario. Nunca olvidaré que recién llegados a Tijuana, en la primavera de 1999, Carol y yo fuimos a comprar nuestra primera despensa tijuanense en la Comer de Playas y ahí estaba la Antología de la Literatura Fantástica de Borges, Bioy y Ocampo en editorial Sudamericana. Fue el primer libro que compré en Tijuana. Una época en que hubo saldos de Editorial Sudamericana que nunca he vuelto a ver. También El principio del terror de Jaime Muñoz Vargas viene de ahí (y podría narrar también que de esa Comer salieron buenísimos discos, como la trilogía del último concierto de Sui Generis en Luna Park). Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez (que nunca he vuelto a ver) lo pepené en el mercado Ley Pueblo amigo. Ahí también encontré La pesquisa de Juan José Saer (¿cuándo encuentras libros de Saer en Gandhi?) Cola de lagartija de Luisa Valenzuela salió de la misma mesa. Partitura para una mujer muerta, de Vicente Alfonso, la compré en una Comercial Mexicana en Mexicali. Mi Finnegans Wake de Joyce en editorial Lumen viene del mercadito sobre ruedas de Rosarito (pero esa es otra historia)
Tuesday, September 10, 2019
No hay más ruta que la nuestra, pero hoy la ruta acaba aquí, en esta ratonera donde he sido confinado.
No hay más ruta que la nuestra, pero hoy la ruta de mi pincel se acaba muy pronto, en los límites de este triste caballete.
Díganme ustedes si no es esto una mentada de madre: yo que me pasé la vida entera pintado muros, superficies donde las figuras humanas eran de tamaño real, debo ahora conformarme con estas miniaturas. Mi pincel se quiere comer el mundo entero, pero este lienzo se me acaba tan rápido como los cigarros. Hace poco estaba pintando el Museo de Historia Nacional que quedó inconcluso y ahora aquí me tienes, pintando monitos chiquititos e insignificantes, completando retratos por encargo para que al menos le llegue algo a mi familia.
Díganme ustedes si no es triste que lo más grande que he podido pintar dentro de esta tumba sea este biombo tan pinche. Lo hice para una obrita de teatro que montaron en el patio mis compañeros de crujía. Nada del otro mundo. Una obrita para reírnos de nosotros mismos de los abogadillos pobres diablos que nos venden ilusiones. Se llama Licenciado no te apures y tan mal no nos fue con la representación. El día que la montamos, sin otro escenario que mi triste biombo, nos vino a ver al patio un tal Luis Buñuel ¿lo conocen? Lo trajo la reporterita polaca esa que viene a entrevistarme, Elenita Ponia… no me acuerdo. Habló con él, logró interesarlo en lo que andamos haciendo aquí adentro y aquí lo tienes en el patio a Buñuel, conviviendo con los verdaderos olvidados.
Yo pinté los muros de América , de la América liberada, la América decidida a romper las cadenas del imperialismo, ahora estoy aquí, injustamente encadenado por un gobierno que se hace llamar “revolucionario”. ¿Revolucionario? Háganme ustedes el favor. Yo sí que sé de revoluciones, no como el presidentito catrín que mandó encarcelar.
Perder la mirada en el cosmos al momento de experimentar una venida de aquellas. Esa fue su fantasía cuando supo que compartiría la suite-burbuja con Edurne: la lengua de su chica llevándola lentamente hacia la pequeña muerte mientras ella se abandonaba a un dulce letargo con la mirada perdida en las estrellas. Intenta recordar y fue ahí donde se le apagó la luz. La lengua de Edurne danzando sobre su clítoris, sus ojos perdidos en el manto de estrellas y la canija venida que nunca llegó. De pronto todo fue negro y ahí acabó todo.El alcohol en abundancia conjura el sueño y los orgasmos y la peor noticia, es que una peda con el Carmenere que lleva su apellido pega como patada de mula al día siguiente.