Hay una cofradía de escritores que
han sido fieles compañeros de viaje durante alguna etapa de mi vida y que me
hicieron atravesar fronteras y mirar la vida de otra forma. Escritores de los
que me aferro a leer todo o casi todo. En el verano del 86, poco después del
Mundial, leí Demian de Herman Hesse y
nada volvió a ser igual. Yo tenía doce años. Hoy me parece naif, pero en
su momento fue un trancazo ontológico. En cambio, en la prepa leí El Aleph de Borges y te
juro que si lo leo esta noche me vuelve a volar la cabeza y sentiré que lo
estoy leyendo por vez primera. Ese es el embrujo de Georgie. Borges ha sido el
compañero de viaje más constante. Milan
Kundera me marcó la vida al final de la prepa y el principio de la universidad,
aunque hace mucho que no lo leo.
Más que enlistarte un canon, podría barajar diversas estampas de este
camino en donde un libro clave ha estado a mi lado. Me recuerdo en un avión
rumbo a Nueva Inglaterra, con Noticia de un secuestro del Gabo
recién desempacado (me lo regalaron en el aeropuerto antes de abordar). En la
mochila que me llevé a ese largo exilio me acompañaba Ciudades desiertas de
José Agustín, El espejo enterrado de
Carlos Fuentes y La inmortalidad de Milan Kundera. Todos esos escritores eran
mis fieles compañeros de viaje cuando
llegaba a la frontera de los veinte años a principios de los noventa. Me
recuerdo en las sierras de Aramberri, Nuevo León, cubriendo unos incendios
forestales con Rayuela de Cortázar bajo el brazo. Me recuerdo leyendo Todos los nombres de
Saramago cuando acababa de llegar a vivir a Tijuana e intentaba descifrar su
caótico transporte público y también recuerdo que fue Un asesino solitario de Élmer
Mendoza el primer libro que compré en Tijuana en mayo del 99. Me recuerdo
haciendo fila en la garita peatonal de San Ysidro leyendo Plata quemada de Piglia,
lo primero que leí de uno de los autores fundamentales en mi vida y tampoco
olvido que el día que conocí a Jorge Hank Rhon, yo estaba leyendo El
país de las últimas cosas de Paul Auster, un autor con el que he tenido
un romance de aquellos y del que leí todo en mis treinta. Recuerdo los vuelos de
medianoche de Monterrey a Tijuana en la extinta Aviacsa, siempre con lecturas
muy intensas. En una trayecto de madrugada Monterrey-Tijuana leí Intimidad
de Hanif Kureishi y me voló la cabeza y
en otro leí Donde no estén ustedes de Horacio Castellanos Moya y fue un
trancazo (todo lo de ese salvadoreño me rompe la madre). Recuerdo un laaargo
vuelo Shanghái-Tijuana leyendo Los cínicos no sirven para este oficio
de Ryszard Kapuściński. Recuerdo noche en que leí por vez primera a
José Revueltas (Dios en la Tierra)
o a Daniel Sada (Albedrío) porque
son de las prosas que más disfruto. Confieso que
cada vez leo más poesía. Hace dos años Carolina y yo fuimos a Lisboa y agarré
clavo con los poetas portugueses.
Hay quienes son muy felices citando
nombres impronunciables de extravagantes autores no traducidos al español y se regodean en sus Foster Wallace y bla bla.
Si a mí me preguntas por autores de mi país, te diré que las dos carreras más
sólidas en este momento son las de Enrique Serna y Juan Villoro. Sí, ya sé que
existe Bellatin y Sexto Piso y bla, bla, bla. Serna es un novelista descomunal
y Villoro es sobre todo un gran cronista y ensayista, digan lo que digan los
exquisitos. Lo que está haciendo Liliana Blum como novelista es de otro nivel.
La mejor novelista de mi generación sin duda. Ortuño escribe con canija garra.
Julián Herbert nos legó un libro tatuaje como es Canción de tumba (acaso
el mejor libro de la década pasada escrito por alguien de mi generación) pero tristemente
no ha podido superarlo. Sergio González Rodríguez y Heriberto Yépez son
matadores como ensayistas. Hace poco, mi amigo Joel Flores (un extraordinario
narrador) me regaló una antología de cuento compilada por él, Sin
mayoría de edad, con puros narradores ochenteros y noventeros y he
descubierto algunos muy buenos. Hace poco leí a Hiram Ruvalcaba y solo puedo
concluir que es el mejor cuentista joven que tenemos por estos rumbos hoy en
día.
En esta cuarentena he releído mucho. Me puse a
releer cuentos de Poe y también Moby Dick de Melville. Hay autores a
los que leo hasta agotar la obra completa disponible, pero hay de quienes solo
he leído un cuento o un libro y guardo un grato recuerdo. Leo muchísimos
cuentos sobre todo y me gustan mucho las antologías. Como soy un lector
omnívoro guiado tan solo por el principio del placer, he pepenado y sigo
pepenando de todo.