Negros jaguares isleños
Partimos plaza en la ruta cartonera narrando el episodio del jaguar negro y sus huellas en la escarpada colina isleña. Largo exilio duermevelero a las Cuatro Coronados, tan prolongado, que mi primer despertar irrumpió con la primera luz del día. He pasado la noche entera escalando la pared de roca de la isla mayor, siempre en total oscuridad y en algún momento, como si tal cosa, irrumpía en un destello el negro jaguar (o acaso debamos llamarle pantera americana). Fueron dos jaguares negros contemplados en ráfagas desde mi escondite en la ladera, pero el recuerdo más obsesivamente claro es el de sus huellas, decenas de huellas en tierra y roca, patitas y patotas felinas que no me dejaban mentir. Port supuesto tomé fotos con mi moribundo celular, enfocando las huellas en la tiniebla total. Regresaría de las Islas con la prueba irrefutable de la existencia de un felino mayor en ese pequeño e improbable ecosistema. Grandes gatos insulares ¿De qué carajos se alimentan? ¿Ardillas a falta de capibaras? ¿Serpientes y ratoncitos? ¿Cuántos negros jaguares caben en una isla rocosa? Por cierto ¿existen islas planicie? La isla como llanura o valle al nivel del océano, ¿o todas son por definición un cerrito? En cualquier caso, la pendiente escalada era de 90 grados y no era sencillo. Había cuevas, peñascos, la casucha del guardafaro y mi fatal conciencia de tener que resistir con un teléfono ya casi muerto. En algún momento retornaba, a planear, como el Quijote, mi segunda salida y aquello sonaba a delirio y algún vestigio hubo de aquel estuario. Ese estuario en donde en algún momento nos refugiamos. Largo sería el exilio como larga fue la noche.