Eterno Retorno

Saturday, April 16, 2022

La dionisiaca cocina de Pedro Juan

 


 

No son pocos los colegas que en han escrito libros sobre lo que para ellos es el arte, la técnica o el grandísimo misterio de la escritura. Son tantas las obras existentes, que a estas alturas podrían ser un género literario en sí mismo. Libros donde el escritor nos invita a su cocina y nos comparte sus recetas secretas o las claves ocultas de su sazón. Pues bien, dentro de las muy diversas creaciones que sobre el tema he leído, creo que Diálogo con mi sombra de Pedro Juan Gutiérrez es la más abierta y descaradamente dionisiaca con que me he topado. La escritura vista como un arrebato irrefrenable, una suerte de posesión casi demoniaca. Yo a menudo le pepeno al Fede Nietzsche sus conceptos de apolíneo y dionisiaco. Lo apolíneo es racional, calculado, cerebral, estructurado. Lo dionisiaco, en cambio, es pasional, catártico, desenfrenado, rayano en lo caótico y se habla de tú con el éxtasis. Si hablamos de escritura apolínea, el non plus ultra bien podría ser el De qué hablo cuando hablo de escribir de Haruki Murakami. Con su riquísima imaginación y con las elevadas dosis de fantasía que pueblan su vasto mundo interior, el nipón te dice que la escritura es disciplina, constancia, abnegada talacha y compara la creación de una novela con correr un maratón. De hecho Murakami te dice abiertamente que el escritor debe hacer ejercicio y mantenerse en forma e incluso se permite afirmar que un escritor que engorda está jodido. Lo de Murakami, japonés al fin, se parece más a las lecciones de Mister Miyagi en Karate Kid. Pedro Juan, en cambio, te hace ver que la escritura es un desdoblamiento interior, el surgimiento de una extraña otredad dentro de ti. Tan es así, que Diálogo con mi sombra está estructurado como una ficticia entrevista en donde Pedro Juan, el demiurgo o baudeleriana tercera persona creativa, entrevista a Pedro Juan Gutiérrez, el médium que escribe y firma los textos. El matancero y su Doppelgänger me confirman algo que desde hace un buen rato sospecho y acabé plasmando en el prefacio de Daxdalia: Escribir es ser otro. Hay una suerte de esquizofrenia en el vicio escritural. Son muchas las voces yacientes en la cueva del subconsciente. El escritor es una infinita matrioska. Coincido en muchísimas cosas con Pedro Juan. La primera y sin duda la más obvia, es que el periodismo es la mejor escuela posible para aprender a narrar. La segunda, es que a él como a mí le caga la modita de la corrección política, el progresismo biempensante y toda esta imbecilización que traen consigo los defensores de la nueva moral puritana. Pero lo que sin duda más me sorprende, es lo que el cubano afirma sobre el constante e invisible trabajo del subconsciente en la escritura. El subconsciente como un horno oculto en donde por años incuban y se cocinan en silencio ideas que en un de repente irrumpen a superficie. By demons driven como dicen mis amigos de Pantera. En el subconsciente no se manda. Por más disciplinado que seas o intentes ser, debes admitir que hay demonios o espíritus chocarreros jalándote las patas y controlando esta canija manía de incurrir en un desbarrancadero de palabras para narrarle una terca obsesión o un trip en el bocho a alguien que no conoces. Yo mismo entro a menudo en conflicto entre lo apolíneo y lo dionisiaco. La vida me ha demostrado que si de verdad quieres llevar a buen puerto una creación literaria, entonces debes tener espíritu de obrero y ser un trabajador sobrio y constante que escribe con café a temprana hora de la mañana. Sin embargo, toda la disciplina y la constancia del mundo no te servirán de un carajo si adentro no traes a ese canijo diablo que te dicta las historias. Cierto, sin disciplina y carta de navegación estás perdido, pero es innegable que hay una elevada dosis de embrujo en estos menesteres. En fin colegas: escriban con café, lean con whisky y aprovechen este sabadito de gloria para soltarle las amarras a la nave de los locos.

Friday, April 15, 2022

Cabos sería una suerte de Sarajevo en 1914

 

Pocos, poquísimos recuerdan que hace 20 casi años, en el otoño de 2002, Los Cabos BCS se convirtió en un búnker de guerra cuando se celebró la magna cumbre de Asia-Pacífico. Frente al idílico arco había buques de guerra, sobre los campos de golf volaban helicópteros militares y los resorts de lujo estaban llenos de agentes del Servicio Secreto. Resulta que George Bush hizo su arribo a ese balneario justo cuando estaba cabildeando el inicio de la guerra en Irak, en la siniestra espiral post 9/11 y respiraba un ambiente bélico (Putin ya estaba en camino, pero la toma del teatro moscovita por rebeldes chechenos lo hizo dar media vuelta y cancelar su visita a Baja California Sur). Ahí andaba yo como reportero de Frontera cubriendo la cumbre y por un momento me imaginé: ¿qué carajos pasaría si de pronto surge aquí un Gavrilo Princip o un Lee Harvey Oswald que le dé un par de plomazos a Bush? Cabos sería una suerte de Sarajevo en 1914. Producto de ese alucine nació este cuento llamado Belén Arzaluz sueña que mata a George Bush, incluido en el volumen Dispárenme como a Blancornelas. Pues bien, hace unos minutos mi brotherazo en La Habana, Rafael Grillo, me ha informado que Isliada, la icónica Tierra Prometida de la literatura cubana, ha publicado mi cuentico. Vaya sorpresa. Ahora sí que tómense un mojito y pásenle a leer colegas.

Belén Arazaluz sueña que mata a George Bush - Daniel Salinas Basave (isliada.org)

Tuesday, April 12, 2022

En la agonía del verano del Año del Búfalo

 

En la agonía del verano del  Año del Búfalo, mientras los gorilas de Pinochet bombardeaban  la Moneda en Santiago y Salvador Allende se inmolaba en su despacho,  mi madre debe haber empezado a notar que algo no marchaba con regularidad, mientras la prensa regia celebraba el golpe pinochetista. En aquel moribundo verano la gran noticia en Monterrey fue el asesinato de Eugenio Garza Sada a manos de un comando de la Liga 23 de Septiembre que intentó secuestrarlo. Iniciaba la guerra frontal entre el Grupo Monterrey y el presidente Echeverría y una conjura secesionista se fraguaba en los altos de Chipinque. Para mi padre, la gran tragedia de aquel año fue sin duda la eliminación de la selección mexicana de futbol en el brujo pre-mundial  de Haití, un torneo donde los alfileres clavados sobre muñequitos vudú con camiseta verde bastaron para dejar fuera a los mexicanos del mundial de Alemania.  

La afición de mi madre por Hermann Hesse había determinado que me llamaría Demián, pero una canción de Elton John resultó ser más potente que el vencedor de Franz Krommer. La canción, compuesta por Elton en 1973 en coautoría con el letrista Bernie Taupin,  habla de un veterano de la Guerra de Vietnam que ha perdido la vista y huye despavorido rumbo a España, buscando dejar a atrás el trato  de héroe de guerra lisiado que se le da en su pequeño pueblo texano donde su familia lo asfixia. Al personaje se le habla en segunda persona desde la voz de su hermano menor. Daniel es su nombre y en hebreo significa “Dios es mi juez”.

Podría decir que el Año del Tigre fue un tiempo convulso, pero eso sería caer en un odioso lugar común. Convulso es cualquier año y cualquier día en este mundo. En aquella primavera-verano del 74, mientras Rush grababa su primer disco y Ramones daba su primera tocada ante 30 personas,  Patty Hearst y sus secuestradores asaltaban el Hibernia National Bank,  en Portugal estallaba la Revolución de los Claveles y Perón pronunciaba su último discurso en Argentina antes de entregarse de tiempo completo a las garras de  su agonía. México seguía siendo el país de no pasa nada y los medios vendían la idea de una calma chicha mientras  la moneda se desinflaba y la soldadesca de Acosta Chaparro peinaba la sierra guerrerense cazando a Lucio Cabañas.

Fui concebido en el Año del Búfalo pero nací en el Año del Tigre. Bajo las calles de Mexicali,  en los subterráneos  laberintos de La Chinesca, me los encontré a ambos. Hace unos días presentamos el libro de Javier Pérez Andujar @psicofonia33 y hoy búfalos y tigres me salen al paso a cada momento y me mandan extrañas señales. Algo quieren decirme estos animalejos.



Monday, April 11, 2022

Ínsulas de la otredad, cartografía de mundos paralelos

 


 

Nunca la dualidad fronteriza se muestra con tal intensidad como cuando contemplas las cuatro Coronados desde el muelle de Imperial Beach. Mirar las islas del Norte a Sur y no en línea recta. Entonces sí sientes la frontera como una absoluta otredad, una esencia bipolar a lo Jekyll y Hide. Debe ser porque las islas forman parte de nuestro paisaje cotidiano. Desde el parque las contemplamos todos los días frente a nosotros, en el centro mismo del horizonte y el punto de fuga. Las primeras islas de Latinoamérica si viajas de norte a sur, o las últimas si viajas de sur a norte. En el extremo austral, las antárticas ínsulas chilenas frente al Estrecho de Magallanes y al final del litoral Pacífico ñamericano nuestras cuatro silenciosas guardianas. Más allá las bases navales, los portaviones y la maquinaria de guerra bañada por la helada corriente de Alaska.

El navegante Juan Rodríguez Cabrillo,  primer europeo en circundarlas,  las bautizó en 1542 con el poco imaginativo nombre de Islas Desiertas. Seis décadas después, Sebastián Vizcaíno las llamo Cuatro Coronados. Las historias que sobre ellas cuentan se confunden con la leyenda. Se dice que muchos años antes de Cabrillo fueron habitadas por yumanos, que la etnia kumiai dejó por herencia cuencos y petroglifos en sus rocas y que durante la década de la ley seca estadounidense  funcionó ahí un casino al que llamaron simplemente Club de Yates. Podemos imaginar noches de glamour y orgía, de vicio ampliamente recompensado, de elegancia mafiosa y meretrices Charleston style. Las islas fueron bodega clandestina de miles de cajas de whiskies y vinos que Al Capone ponía en resguardo antes de introducirlas clandestinamente en California.  También es sabido que fueron “accidentalmente” bombardeadas por una potencia extranjera. Ron Hubbard, el charlatán fundador de la Cienciología y la Dianética, comandaba un barco de guerra y en junio de 1943 decidió probar su armamento disparando sobre ellas.  Aquello no pasó de una queja diplomática y una amonestación al charlatán.

 

  Cierto, hay otras estampas contradictorias e impactantes, como mirar el muro desde el estacionamiento del outlet Las Américas, pero contemplar el litoral y las Coronados desde el otro lado me hace sentir la extrañeza absoluta de ser fronterizo.

La frontera es línea o fisura; umbral o cicatriz; límite o punto de partida;  pathos  y  karma; Ítaca y Luvina;  un Limbo y una sombra. Puede ser un ritual de cruce o un parte aguas, pero es, sobre todo,  una condición emocional omnipresente en cada día de tu  existencia.  Y claro, no  es sencillo resistir el asalto de la fantasía cuando cada mañana de tu vida, durante los últimos 23 años, contemplas unas islas en el horizonte.

       Las islas son tu parámetro de otredad, el pertinaz recordatorio sobre la existencia de mundos paralelos a donde siempre has querido exiliarte, el símbolo de un más allá asomándose en los límites de tu mirada. Islas mutantes, camaleónicas, tramposas; tan dadas a los disfraces como a las  escondidas. Las islas se saben musas y administran sus dosis de inspiración. Algo entienden de juegos de seducción y  acaso se diviertan con tu delirio.