La dionisiaca cocina de Pedro Juan
No son pocos los colegas que en han escrito libros sobre
lo que para ellos es el arte, la técnica o el grandísimo misterio de la
escritura. Son tantas las obras existentes, que a estas alturas podrían ser un
género literario en sí mismo. Libros donde el escritor nos invita a su cocina y
nos comparte sus recetas secretas o las claves ocultas de su sazón. Pues bien,
dentro de las muy diversas creaciones que sobre el tema he leído, creo que
Diálogo con mi sombra de Pedro Juan Gutiérrez es la más abierta y descaradamente
dionisiaca con que me he topado. La escritura vista como un arrebato
irrefrenable, una suerte de posesión casi demoniaca. Yo a menudo le pepeno al
Fede Nietzsche sus conceptos de apolíneo y dionisiaco. Lo apolíneo es racional,
calculado, cerebral, estructurado. Lo dionisiaco, en cambio, es pasional,
catártico, desenfrenado, rayano en lo caótico y se habla de tú con el éxtasis.
Si hablamos de escritura apolínea, el non plus ultra bien podría ser el De qué
hablo cuando hablo de escribir de Haruki Murakami. Con su riquísima imaginación
y con las elevadas dosis de fantasía que pueblan su vasto mundo interior, el
nipón te dice que la escritura es disciplina, constancia, abnegada talacha y
compara la creación de una novela con correr un maratón. De hecho Murakami te
dice abiertamente que el escritor debe hacer ejercicio y mantenerse en forma e
incluso se permite afirmar que un escritor que engorda está jodido. Lo de
Murakami, japonés al fin, se parece más a las lecciones de Mister Miyagi en
Karate Kid. Pedro Juan, en cambio, te hace ver que la escritura es un
desdoblamiento interior, el surgimiento de una extraña otredad dentro de ti.
Tan es así, que Diálogo con mi sombra está estructurado como una ficticia
entrevista en donde Pedro Juan, el demiurgo o baudeleriana tercera persona
creativa, entrevista a Pedro Juan Gutiérrez, el médium que escribe y firma los
textos. El matancero y su Doppelgänger me confirman algo que desde hace un buen
rato sospecho y acabé plasmando en el prefacio de Daxdalia: Escribir es ser
otro. Hay una suerte de esquizofrenia en el vicio escritural. Son muchas las
voces yacientes en la cueva del subconsciente. El escritor es una infinita
matrioska. Coincido en muchísimas cosas con Pedro Juan. La primera y sin duda
la más obvia, es que el periodismo es la mejor escuela posible para aprender a
narrar. La segunda, es que a él como a mí le caga la modita de la corrección
política, el progresismo biempensante y toda esta imbecilización que traen
consigo los defensores de la nueva moral puritana. Pero lo que sin duda más me
sorprende, es lo que el cubano afirma sobre el constante e invisible trabajo
del subconsciente en la escritura. El subconsciente como un horno oculto en
donde por años incuban y se cocinan en silencio ideas que en un de repente
irrumpen a superficie. By demons driven como dicen mis amigos de Pantera. En el
subconsciente no se manda. Por más disciplinado que seas o intentes ser, debes
admitir que hay demonios o espíritus chocarreros jalándote las patas y
controlando esta canija manía de incurrir en un desbarrancadero de palabras
para narrarle una terca obsesión o un trip en el bocho a alguien que no
conoces. Yo mismo entro a menudo en conflicto entre lo apolíneo y lo
dionisiaco. La vida me ha demostrado que si de verdad quieres llevar a buen
puerto una creación literaria, entonces debes tener espíritu de obrero y ser un
trabajador sobrio y constante que escribe con café a temprana hora de la
mañana. Sin embargo, toda la disciplina y la constancia del mundo no te
servirán de un carajo si adentro no traes a ese canijo diablo que te dicta las
historias. Cierto, sin disciplina y carta de navegación estás perdido, pero es
innegable que hay una elevada dosis de embrujo en estos menesteres. En fin
colegas: escriban con café, lean con whisky y aprovechen este sabadito de
gloria para soltarle las amarras a la nave de los locos.