Serotonina
1- A veces cierta narrativa confirma su condición de vicio masoquista. De pronto la lectura es una navaja desollando entrañas. En un avión a oscuras, atravesando el país de Cancún a Tijuana, concluyo la lectura de Serotonina de Houellebecq. Me costó el arranque de esta novela. Houellebecq sabe demasiado a Houellebecq y a veces no estás de humor para tragos amargos, pero uno vuelve irremediablemente a abrevar en sus estanques de veneno favoritos. Subrayo, garabateo y de pronto el libro parece mirarme a los ojos y horadar en lo más profundo. Sí, el pinche libro está tocándome donde duele.
2- Por alguna razón, la costumbre hecha ley es que en las primaverales escapadas a la Riviera Maya me da por leer autores franceses y casi todos dejan huella. Hace cuatro años, la lectura de Limónov de Carrère en Playa del Carmen fue una canija catarsis. De las mejores experiencias de comunión con un libro que he tenido en último lustro. Al año siguiente leí el de Oona y Salinger de Beigbeder y al siguiente Basada en hechos reales de Delphine de Vigan (otra experiencia casi mística fue leer Prosas apátridas del peruano Julio Ramón Ribeyro, pero de eso ya hablaré). Tal vez por el gran recuerdo de Limónov, mi gran apuesta del viaje era Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, el ensayo sobre Philip K. Dick escrito por Carrère. No soy ni de cerca un feligrés en la iglesia de los androides y las ovejas eléctricas, pero me encanta la forma en que Carrère traza perfiles de seres bipolares. Bien entrado estaba en mi lectura, cuando ocurrió la tragedia: el libro sobre Dick me fue robado junto con mi celular y la Teoría King Kong de Virgine Despentes. En ausencia de Emmanuel recurrí a Serotonina
3- Los personajes houellebecquianos son odiosamente fieles a sí mismos. No esperes nada nuevo bajo sol. Hombres maduros y hechos mierda, deprimidos hasta la pinche médula. Lo cierto es que nadie como el de la isla Reunión retrata con tal desparpajo y crudeza la irremediable condena de Occidente. Aquí ya ni siquiera se puede hablar de decadencia. En los libros de Michel el occidental es un condenado a muerte, un enfermo desahuciado.
4- El abominado invierno sexual produce monstruos. Me es inevitable tender puentes entre los personajes de Houellebecq y el Philip Roth tardío. Los del narrador de New Jersey suelen ser más viejos, ya bordeando la senectud, mientras que los del francés son cuarentones. En cualquier caso, los hermana la obsesión o la saudade por la pérdida del jardín de las delicias sexuales. Cuando todo haya acabado quedará la pulsión erótica como último vestigio de vida en una anatomía moribunda.
5- Al final, siempre cedo a la tentación de una contra-lectura de Houellebecq con cierta moraleja: el occidental está irremediablemente condenado al naufragio porque ha perdido sus valores. Al final solo el amor podría aspirar a salvarte. Sí, a veces creo que el nihilista de nihilistas es, pese a sí mismo, un romántico incurable.