Pocos testamentos literarios tan profundos y desgarradores como El mundo de ayer de Stefan Zweig, concluido en 1941 pocas semanas antes de su suicidio y publicado de manera póstuma hasta 1944. Me aterra la actualidad de su prefacio, la vigencia de algunos párrafos que hurgan heridas abiertas. Comparto algunos
Todos los puentes entre nuestro hoy, nuestro ayer y nuestro anteayer han sido destruidos. El mundo en que me desarrollé, el mundo de hoy, y el que queda entre uno y otro, se separaron para mi sentimiento cada vez más, formando mundos absolutamente distintos.
Nosotros lo experimentamos todo sin retorno: nada queda de lo anterior, nada vuelve.
Hasta nuestra hora, la humanidad, como conjunto, jamás se ha mostrado más infernal; pero al mismo tiempo, nunca ha logrado conquistas tan próximas a lo divino
He sido lector de Stefan Zweig desde hace años y siempre me ha quedado la sensación de que no él tenía la personalidad sombría y depresiva del prototípico escritor suicida. El austriaco fue un pacifista a ultranza que amaba la vida y la libertad y al que le tocó ver su mundo desbaratarse varias veces. El suelo bajo sus pies se quebró y su entorno fue ahogado en sangre y mierda totalitaria. Cuando Zweig concluyó su testamento y se quitó la vida en Brasil, Hitler estaba en el cénit de su poder y no había demasiadas razones para ver un mínimo rayo de luz al final del túnel. Anoche me puse a releer su obra póstuma y me hizo imaginar lo poco que falta para que nuestro mundo sea olvido.
Friday, May 22, 2015
Monday, May 18, 2015
Ayer he caminado por el puerto y por la playa al atardecer sin encontrar un solo ser vivo a mi paso. Tan solo encontré las mismas carroñas de la semana anterior pudriéndose sobre la arena. Ni un solo pájaro revolotea en los alrededores y hasta el oleaje del mar parece haber entrado en un letargo límbico. Ya ni siquiera escucho disparos ni se distinguen luces o barcos en los alrededores de las islas, aunque la densidad de la neblina me sigue dando lugar a dudas. Lo más opresivo es el silencio.
Fuerzas rebeldes tenían sitiada la ciudad por el noreste y era imposible acercarse a las afueras sin correr el riesgo de ser abatido por un francotirador. Al suroeste solamente nos quedaba el mar infecto en donde flotaban ratas muertas, y las sombras siniestras de las Islas Coronado que cada atardecer parecían estar más cerca de nuestra costa. Confinados en el puerto, atrapados entre la peste y los guerrilleros, las provisiones se nos fueron agotando. Pronto no quedó más remedio que alimentarnos de rancio salvado y algunas conservas rescatadas de las bodegas portuarias. A lo lejos se escuchaban las ráfagas de ametralladora desde los límites de la ciudad, mientras el faro de las islas seguía emitiendo luces púrpuras y rojas por las noches que eran nuestra única iluminación al caer el Sol, pues las fuerzas rebeldes habían dejado al puerto sin energía eléctrica.
...y fue él quien me hizo notar la presencia de esos barcos extraños que desde nuestra costa se divisaban apenas como manchones rojos irrumpiendo entre la niebla. Los barcos de guerra llegan periódicamente a las islas para abastecer a los soldados, pero aquellas naves color escarlata parecían procedentes del extranjero.