No, el otoño no se deja agarrar
Una
leyenda popular en el Nuevo León rural marca el “cordonazo” de San Francisco de
Asís como el auténtico umbral entre el verano y el otoño. Con el 4 de octubre
llegan puntuales las primeras ráfagas de viento fresco, los cielos nublados y
los soplos otoñales. Los agricultores dicen que para llegar muy limpio a la
celebración de su fiesta, Francisco de Asís suele sacudir su hábito en el cielo
provocando que el cordón se desate y gire en la atmósfera, movimiento con el
cual se generan los primeros cambios climáticos drásticos.
Los viejos
campesinos dicen que si el cordonazo de San Francisco no llega en las fechas
esperadas, entonces habrá fuertes heladas tempranas que afectarán los campos de
cultivo cuando aún no se han levantado las cosechas.
Tras los
castigadores soles de las primeras semanas de septiembre, las nubes
franciscanas saben a bendición.
Ninguna estación nos habla tanto al oído como el otoño; ninguna tan cargada
de simbología. Es la estación del vaivén de los ciclos, la estación de los
fantasmas y los presagios. El viento, la luz, las nubes, el mar, todo parece
querer decirte algo y todo es inconfundible. Sientes el aire en tu cara y la
esencia otoñal se regodea en su omnipresencia. Esta sensación no te acompaña en
ninguna otra época del año. Todo parece traer consigo un acertijo o un mensaje oculto. Tal vez no es
tan elegantemente rojo y amarillo como el de Nueva Inglaterra, pero les juro
que el otoño de Baja California tiene personalidad. La primera vez que puse un
pie en esta tierra era octubre y en estas fechas Carol y yo solíamos estar a la
víspera de viajes, haciendo preparativos. En días como éste brotaban noticias y
cambios de rumbo mientras la niebla es retada a duelo por el viento de Santa
Ana y las duermevelas yacen pobladas por furtivas historias que se vuelven
arena mojada al llegar el alba e intentar atraparlas en la jaula de un párrafo.
No, el otoño no se deja agarrar.
Soles mentirosos del medio día; vientos que oscilan entre el Santa Ana y
las primeras ráfagas frías; tardes que en un abrir y cerrar de ojos se tornan
moribundas; luces desteñidas; nostalgia en penumbra. Las estaciones son el más
poderoso mensajero de nuestra condición circular. La vida no es lineal ni
camina siempre hacia adelante; es un movimiento de rotación y traslación; una
espiral hacia cielos o abismos; un rehén del nietzschiano Mito del Eterno
Retorno. Otoño es la estación del Dejá Vu, donde cada mínimo detalle parece la
reencarnación de vidas pasadas.
De repente
me asaltó la idea de mirar este momento con muchos lustros de lejanía, con la
mirada de un historiador que analiza sentado en el palco de su distancia
cronológica, cuando todo esto sea pasado remoto. Mi único patrimonio son los recuerdos, los mil y un libros leídos, las
emociones mostrencas, y todo ello se volverá también un lago de hielo. Ante el
acecho de la desmemoria y el vacío, no tengo más arma que la escritura. Desparramar palabras para no hundirme.