Puedo echarle la culpa a mis confesas filias con el Death Metal sueco y el Black Metal noruego, pero el caso es que desde mi descubrimiento de Henning Mankell allá por el 2002 he leído muchísima novela negra escandinava. En mi recorrido he topado con algunos libros memorables y no pocos productos prescindibles. A raíz del fenómeno Stieg Larsson en 2009 brotaron de la nieve mil y un novelistas nórdicos, destacando particularmente las escritoras que sustituyeron la figura del taciturno detective otoñal estilo Kurt Wallander por circunstanciales e improvisadas investigadoras, como la Erica Falck de Camilla Läckberg, madre de familia y escritora, innegable alter ego de su creadora, o la abogada Rebecka Martinsson, detective estrella de Asa Larsson.
La Reina de los Hielos en Maclovio Herrera, segundo cuento del libro Dispárenme como a Blancornelas, rinde una suerte de satírico homenaje a las buscadoras de sangre en la nieve. En este cuento, la máxima estrella la novela negra sueca visita la frontera chihuahuense guiada por un reportero de pasquín policiaco, autoproclamado creador, padrino y único lector del género “narco-zombi-gótico-fronterizo”. En las novelas nórdicas suele haber uno o dos muertos por cada 400 páginas y basta un solo crimen para poner de cabeza a todo Suecia. En Juárez una jornada con diez muertos puede ser considerada normal. ¿Qué harían Erica o Rebecka hurgando entre los decapitados, colgados y encobijados que deja por herencia la narco-guerra? ¿Podrían escribir una novela donde no haya página sin muerto ni párrafo sin sangre?
PD- ¿Cuántas novelas policíacas arrancan con el hallazgo del cadáver de una bellísima chica? ¿No te parece el colmo del estereotipo que la víctima sea una modelo colombiana y además aparezca desnuda en una zona hipster de la capital? ¿Acaso no raya en el cliché la aparición de funcionarios empeñados en cerrar cuanto antes el caso alegando que se trata de un suicidio? Si se lo trato de vender a una editorial me lo rechazan por ser burdamente estereotípico. Vaya, es como “el suicidio” del fiscal argentino Alberto Nisman, el guión del thriller político dictado párrafo a párrafo por esa realidad tan adicta al noir.
Friday, August 05, 2016
Tuesday, August 02, 2016
Larvas ennegrecidas de tinta, ratones con el vientre hinchado de papel, tropas de polillas capaces de confundirse con las letras, pececillos de plata con largas antenas creando surcos entre los párrafos, verdes erupciones entre un amasijo de humedad. El festín de los bibliófagos es eterno. Nuestro objeto de adoración y deseo es también comida para miles, materia dispuesta como hogar para microorganismos.
Un ecosistema entero yaciente entre papeles monserga infestados por el hongo y la humedad. Los devoradores de libros consumen nuestras bibliotecas e inspiran a nuestros detractores. Cuando de caricaturizar al lector se trata ahí está siempre el bibliófago listo para servir de modelo. Quizá la imagen que mejor ilustra el concepto sea la caricatura Una larva de los libros del francés J.J. Grandville.
Un descomunal gusano formado por papeles impresos de donde emerge una cabeza humana con una caótica y rala cabellera, una gran nariz y los infaltables anteojos, símbolo de la estirpe bibliófila. La cabeza de la larva yace posada sobre un libro abierto. Su único destino posible e irrenunciable es leer. La caricatura de Granville que ilustra la portada del ensayo El viajero, la torre y la larva. El lector como metáfora de Alberto Manguel es quizá una de las más grotescas representaciones del lector enfermo, pero no es la única. De hecho, al adentrarme en la obra de Manguel reparo en cuántos caricaturistas han sido inspirados por los lectores adictos.
Los necios de los libros parecen ser un subgénero de dibujo satírico, pues los hay por decenas. El concepto que hermana a estas caricaturas, es el de seres que pese a estar aferrados a los libros, no sacan ningún provecho de ellos.
Son representados como carroñeros adictos a tragar papel a quienes las letras no hacen más inteligentes sino más tontos y pretenciosos. El concepto y la burla, por lo que se puede ver, son antiquísimos. De acuerdo con Manguel, ya en el Siglo VI Boecio incluyó al necio de los libros en sus Consolaciones de la filosofía.
No puedo negar la cruz de mi parroquia: pertenezco a la estirpe de los lectores de papeles apolillados, estorbosos, consumidos por el hongo y la humedad. Sectarios pestilentes somos, caducos animales en extinción aturdidos por el canto de la modernidad
Mis pesados y estorbosos libros de papel ¿Cuánto he invertido en ellos? ¿A dónde irán cuando yo haya muerto? En el paraíso de los e books, una biblioteca como la mía será tan solo un montón de escombros. ¿Donarla? Prenderle fuego es la alternativa. Arden los libros de caballería que llevaron a la perdición a Don Alonso Quijano.
Mi biblioteca-vicio, biblioteca-lastre, ardiendo en una pira cuando yo esté muerto. No, aún no escribo mi testamento para decir a quién heredaré mi biblioteca. ¿Habrá alguien que la quiera? Hoy el Aleph y la Biblioteca de Alejandría caben en un iPad. ¿Quién querrá estos abruptos bosques de papeles tatuados de nostalgia e inutilidad?
Monday, August 01, 2016
Las posibles variantes de nuestra vida dentro de un entorno realista son infinitas como los movimientos de ajedrez.
La galería de nuestros posibles pasados es eterna. Hay quien se aferra a la predestinación, a imaginar un camino de tragedia griega en donde no hay voluntad ni rebelión apóstata capaz de mover una hoja del árbol si ello contradice la voluntad divina.
La deidad titiritera que maneja los hilos de la predestinación es terca, caprichosa e inflexible y no admite otro destino para sus personajes. Deicida como soy, deposito mi fe en los siempre absurdos designios de la aleatoriedad. El dios azar ni siquiera es solemne o grandilocuente como el de la predestinación, aunque es igualmente caprichoso y no suele estar peleado con el ridículo y el humor negro. Sus tramas las va construyendo con movimientos a menudo imperceptibles solo para hacernos ver que no hay decisiones insignificantes y que el más mínimo movimiento decide el desenlace.
"No creo –es decir no quiero creer- en la muerte definitiva e irrevocable de ninguno de nuestros yos posibles", afirma Unamuno. Al acecho yacen los futuros que seremos o los ex futuros que día a día dejamos abandonados. No cabe duda: escribir es ser otro. Hay una suerte de esquizofrenia en el vicio escritural.