Con lluvia iniciamos el Bloomsday o el Therionday y como Ulises navego esta ciudad inventando conjuros de 140 caracteres. Me sumerjo en el ciberespacio mientras los Checos destapan un arsenal de cervezas para celebrar su triunfo en la Euro.
La revista Esquire ha publicado en su edición de junio un capítulo completo de La Liturgia del Tigre Blanco, El Hijo del Verdugo. No soy el prototípico lector de la revista Esquire; de hecho es la primera vez que la leo, pero fuera de los prescindibles temas de autos, relojes y moda, (que a un metalero fachoso como yo pasan absolutamente de noche) me he llevado una grata sorpresa con los artículos que incluye. Vaya, trae un suplemento especial de Carlos Fuentes y varios artículos interesantes de política. Si les apetece, Kim Kardashian es la portada.
Saturday, June 16, 2012
Wednesday, June 13, 2012
Cuando esta primavera se transforme en nostalgia. Por Daniel Salinas Basave
Al cielo de la capital le bastan unos minutos para arrancarse su traje azul y ataviarse con su negro vestido de tormenta. Aquí a la lluvia no le gustan los heraldos. Llega sin avisar, sin cortesías ni presentaciones; literalmente sin decir “agua va”. Nunca había extrañado tanto tener conmigo mi cámara para aprehender instantes. Esta primavera tiene un rostro tan suyo y se me está escapando como se me escaparon las calles alfombradas de jacarandas en abril y como se me escapan las tormentas de las cinco de la tarde. Desde una colina del Parque Hundido veo a las nubes ennegrecidas desparramar sus sombras sobre la región más transparente y pienso entonces en la eterna fugacidad del instante, escapando como arena entre nuestros dedos, como polvo en el viento e imagino el día en que sentiremos nostalgia por la primavera del 2012, si es que muchos años después estamos vivos para recordarla. Inmersos en la búsqueda del presente perdido, a menudo nos pasa de largo la dimensión del momento histórico. El presente como un Aleph inabarcable; con sus olores, sus presagios, sus sensaciones y esas dos o tres canciones que no dejan de sonar en la radio entre el bombardeo de spots electorales y fúnebres encuestas. El gran cuadro de la primavera, donde yacen las portadas de los periódicos y revistas en su efímero principado de actualidad, entre vallas y anuncios espectaculares que no volveremos a ver nunca. Hay quien dice que para ser historiador y no cronista hace falta poner varias décadas de por medio entre el instante y nuestra reflexión. Analizar con la cómoda distancia de los años, con la frialdad de quien no está inmerso en el huracán de los acontecimientos. De pronto, me da por imaginar cómo hablarán los historiadores de la primavera 2012, cuando un México embobado, ciego y manipulado marchaba como res al matadero rumbo a un pozo de basura y corrupción. México, afectado por el síndrome de la mujer golpeada que regresa sumisa y enamorada a los brazos de su agresor. Primavera 2012, con su #YoSoy132 como último grito de dignidad en el desierto y las redes sociales desangrándose en su guerra de trincheras cibernéticas. ¿Cuánto tiempo falta para que todo esto se transforme en polvo y difuso recuerdo? Por ahora estamos inmersos en el ciclón, en nuestro papel de marionetas de una historia a la que le gusta jugar bromas pesadas. ¿Está en nuestras manos torcer su rumbo? ¿Podemos desviar el cauce de un río de aguas negras? Con la certeza de la inevitable metamorfosis, sabiendo que atravieso una frontera o un umbral del que no hay regreso, empiezo a sentir nostalgia por esta primavera antes de que concluya. Quizá porque intuyo la proximidad de las tinieblas, la oscuridad del abismo al que vamos a arrojarnos con los ojos vendados. Quizá porque imagino al historiador que medio siglo después diserte sobre las causas de esa absurda ceguera que nos llevó a autoinmolarnos en aquella irrepetible primavera del 2012.
Monday, June 11, 2012
Los Living. Martín Caparrós. Por Daniel Salinas Basave
Martín Caparrós es de esos tipos que patina al filo de la navaja entre el periodismo narrativo y la ficción. En su bipolar patinaje, Caparrós corre con mayor fortuna en su papel de cronista y reportero que en sus incursiones como novelista. A diferencia de lo que sucedía, por ejemplo, con su compatriota y colega Tomás Eloy Martínez, que ha sido capaz de crear novelas-tatuaje como “Santa Evita” y también fantásticos reportajes, con Caparrós me quedaba con un “sin embargo” a la hora de leerlo en su faceta de creador de ficciones. Vaya, si tuviera que elegir al mejor Caparrós, me quedo con sus crónicas incluidas en “Larga Distancia” o su confesional “Boquita”, donde narra la historia del Boca Juniors paralela a su propia vida como aficionado xeneize. El Caparrós reportero tiene una endiablada malicia narrativa y es maestro en el arte de la descripción y la construcción de atmósferas, algo que brilló por su ausencia cuando descubrí al Caparrós novelista con “Valfierno”. Tal vez la palabra decepción sea una expresión demasiado fuerte, pero mi expectativa con esa novela, que por cierto fue Premio Planeta, era muy elevada y cuando la expectativa sube alto, la caída puede ser dura. Así las cosas, decidí quedarme con el Caparrós reportero y dejar de lado al novelista, hasta que llegó “Los Living”. Si hay una editorial por la que profeso una sacramental reverencia y a la que tengo una fe casi ciega, esa es Anagrama. Nunca he creído que un premio garantice una novela inolvidable, pero si hay un galardón que casi siempre ofrece agradables sorpresas, es el Premio Herralde de Novela. Entre los premiados por la editorial Anagrama destacan “Casi nunca” de Daniel Sada o el ya clásico “Detectives Salvajes” de Roberto Bolaño. El Herralde nunca defrauda y el premio del 2011, concedido a Caparrós, estuvo a la altura. Si hablamos de garra y malicia literaria, esta novela la derrocha. Más allá del argumento, me quedo con la ironía constante que impregna cada párrafo, el sarcasmo permanente y el contraste entre pensamiento y realidad. Sin pretender ser otra cosa que una novela, Caparrós dotó a “Los Living” de una inocultable vibra ensayística. El narrador es un filósofo burlón capaz de mofarse de sí mismo y de su entorno, de la ontología de su país y los complejos y miserias de su familia. Los Living es la historia aparentemente ordinaria del joven Nito, quien nace el lluvioso y helado 1 de julio de 1974, en pleno invierno austral, justo en el momento en que el presidente Juan Domingo Perón se está muriendo. “Cuando nací llovía, y a nadie le importó. Aquel día, en verdad, a nadie le importaba nada”, es la primera frase de la novela. La primera paradoja de su vida es que pese a ser un encarnizado antiperonista, su padre decide bautizar al bebé con el nombre de Juan Domingo para demostrar lo feliz que se siente por la muerte del general. “Esa mañana mientras yo nacía, se murió Juan Perón y todos querían mostrar a quién sabe quién, que nada más podía importarles”, nos cuenta Nito, cuya vida aparentemente no tiene nada fuera de serie. Es el hijo único de un improbable matrimonio de la clase media baja de la periferia del Gran Buenos Aires, a quien le toca crecer en la turbulenta Argentina de los años 70. La habilidad de Caparrós consiste en diseccionar el sistema familiar y retratar los complejos, los miedos e inseguridades de cada uno de sus miembros. Los anhelos frustrados del mundo adulto y la fantasía omnipresente del niño. De hecho el gran mérito del autor es presentarnos el mundo a través de los ojos del pequeño que contemplan a una masa patriotera enloquecida en la Plaza de Mayo ante el estallido de la Guerra de las Malvinas. Sin desperdicio su romance con las fotos de la vedette Susana Giménez, portada de la revista Playboy y musa de sus primeras fantasías onanistas. El adolescente se relaciona con las fotos de la playmate como si en verdad fuera su novia y tiene disgustos y arranques de celos. Los primeros tragos y el debut en la vida nocturna alternan con las muertes en la familia y el misterioso final de su padre. En realidad la historia de Nito puede ser la historia de cualquiera. Caparrós construyó un personaje que sin ser extraordinario es sui generis y cuyo desarrollo físico y emocional es escenificado en un contexto político e histórico específico con una mirada siempre ácida. Nito parece por momentos habitado por sus fantasmas y si hay una constante en su historia, aparte del sarcasmo, es la relación con los muertos y la manera en que éstos influyen en su vida. Por supuesto hay una elevada dosis de crítica política y también un descarnado retrato del gran fraude de los predicadores evangélicos, pasando por el arte contemporáneo y la figura del artista. Una novela ambiciosa sin duda y aunque sigo prefiriendo al Caparrós cronista, creo que Los Living es por mucho su más afortunada incursión en los terrenos de la ficción, a veces tan esquivos para los buenos periodistas.
Sunday, June 10, 2012
LA MUJER DE SOMBRA Luisgé Martín. Anagrama. Por Daniel Salinas Basave
En esto del vicio literario la intuición cuenta y mucho. A menudo cedo a la tentación de adquirir libros y sumergirme en su lectura por pura y vil corazonada, apelando a una suerte de sexto sentido bibliófilo que las más de las veces se traduce en agradables sorpresas. No son pocos los autores a los que he llegado atraído solamente por una portada creativa, por un título sugerente o por ese raro clic instantáneo entre el libro y el furtivo cazador que suelo ser. A veces esto se parece al arte del ligue y se rige por leyes de atracción incomprensibles. ¿Por qué elegir un libro entre miles cuando no se tienen mayores referencias del autor? A veces es bueno dejar que la aleatoriedad le ponga su dosis de salsita a esta adicción de Alonso Quijano. Si bien mi carta de navegación a la hora de adquirir libros son ciertos autores y editoriales que casi nunca me fallan, la única forma de dar con nuevos hallazgos y llevarse sorpresas es arriesgando. Uno de esos riesgos fue el que asumí con Luisgé Martín, un autor madrileño del que nada absolutamente había oído mencionar. Llegué a él sin referencia alguna y al menos de este lado del Atlántico todavía no conozco otros lectores suyos. De entrada la composición del nombre resulta extraña, pues aunque se llama Luis García Martín, la manera que tiene de evadir su primer apellido no es con un típico Luis G. Martín, sino con un sui generis Luisgé. Ahora vamos de una vez por todas al grano, que es el libro, La mujer de sombra. Las leyes de atracción bibliófila me hicieron oler un libro inquietante, una especie de raro placer. Claro, la portada cuenta y creo que el color negro de la ceja y el ojo de esa mujer que nos mira enigmática tras un hilo de humo tienen gran parte de la culpa. Cierto, tal vez no sea lo más ortodoxo en una reseña literaria dedicar tanto tiempo a hablar de la portada, pero el arte de la lectura se basa ante todo en emociones y el ritual comienza desde el momento de la cacería en la librería. Imaginé un placer raro y no me equivoqué. Hipnotismo de un flagelo, dulce tan dulce, dice Canción Animal y creo que ese tema de Soda Stéreo bien podría ser soundtrack de esta novela, aunque pensándolo bien Closer de Nine Inch Nails o hasta un Bondage Goat Zombie de Belphegor, para los momentos más extremos, no vendrían nada mal. También hay extraños rituales de atracción literaria, juegos de seducción entre narrador y lector. La mujer de sombra es, ante todo, la historia de una dualidad obsesiva, el otro yo demoniaco que nos habita pero que a menudo sólo se intuye en destellos. Dualidades que se van construyendo desde los nombres de los personajes. Los personajes de La mujer de sombra tienen dos nombres que de una u otra forma se traducen en dos vidas; el Jekyll y Hyde que habita en cada espíritu humano. Segismundo, que se transforma en Guillermo, está casado con Nicole, que es rebautizada como Olivia. Su matrimonio de aguas calmas no es ensombrecido por la mórbida relación de Guillermo con Marcia, nombre de una dominatrix que en realidad se llama Julia y a la que se somete sumiso para ser víctima de rituales de humillante flagelación. Sólo una persona conoce su secreto, su íntimo amigo Eusebio, que se convertirá en el heredero de Marcia cuando Guillermo muera en un accidente. Pero la mujer con la que se queda Eusebio no es la sádica dominatrix llamada Marcia, sino una linda noviecita llamada Julia, toda ternura y arrumacos. La mujer de sombra es la historia de la obsesión de Eusebio. Como los personajes de Conrad en El corazón de las tinieblas o La línea de sombra, Eusebio intuye una oscuridad siempre al acecho, pero que no acaba de manifestarse. Desde los primeros párrafos descubrimos un autor no muy afecto a los juegos metafóricos. Frases cortas, sobredosis de puntos y seguido, descripciones secas, desnudas, carnales en extremo. ¿Debemos poner a La mujer de sombra en el catálogo de la literatura erótica? Podríamos sin duda, pero créame que la novela va más allá. Por abordar el tema de las relaciones sadomasoquistas podríamos ubicar a Luisgé como discípulo del divino Marqués de Sade, pero el madrileño trasciende la descripción fetichista del sexo violento. Encontramos, sí, algunos párrafos explícitos, pero la fuerza radica en la intuición de los cuartos oscuros, de los infiernos individuales. La mujer de sombra es la historia de los deseos ocultos, de las dobles vidas, de los esqueletos en el closet que de una u otra forma yacen hasta en la más sencilla de las vidas humanas. No hay existencias simples ni unidireccionales, parece ser el mensaje de una novela cuya trama, hay que decirlo, naufraga. Lo rescatable es la atmósfera oscura, la sombra eterna que nunca se disipa, la omnipresencia del deseo culpable.