Eterno Retorno

Friday, November 24, 2006

Blanco

Me despedí de Tijuana con la noticia de la muerte de mi maestro Rafael Ramírez Heredia y regreso de Argentina para encontrarme con la noticia de la muerte del colega Jesús Blancornelas.
Ahora mismo vengo regresando de la misa de cuerpo presente en la Iglesia del Carmen y de su entierro, en el panteón del Monte de los Olivos. Una ceremonia sencilla, tan sencilla, como fue siempre la personalidad de este Señor Periodista.
Más allá de su valía, a mi juicio incuestionable, como defensor de la Verdad, me quedo en este momento con la inmensa sencillez de su carácter.
Si su pluma fue ruda, despiadada y como periodista fue combativo hasta el extremo de la soberbia, debo decir que su trato como persona fue de una inmensa calidad humana.

Con ese recuerdo de Blancornelas es con el que me quedo. Como periodista merecía mi admiración desde mucho antes de conocerlo personalmente. Y como periodista muchas veces cuestioné sus opiniones y procedimientos. Sin embargo, sólo hasta que hablé con él por primera vez pude descubrir al gran ser humano que había tras la soberbia pluma.

Imaginaba un tipo arrogante, impositivo y duro. Jamás pensé que encontraría una de las personas más educadas y sencillas con las que he tratado en mi vida. La educación y la sencillez, debo decirlo, son atributos demasiado escasos en un gremio como el nuestro, tan retacado de hijos de puta egocentristas.

Conocí a Blancornelas la helada mañana del 22 de diciembre de 1998. Yo en ese entonces era todavía reportero del periódico El Norte y acompañado de mi amigo mexicalense Eduardo Letayff, vine a Tijuana so pretexto de entregar a Blancornelas un reconocimiento por su participación como editorialista invitado del periódico.

Mi primera sorpresa al llegar a la redacción de Zeta fue encontrar una casita en donde imaginaba encontraría una suerte de bunker con murallas de acero. Blancornelas estaba por llegar, me indicó la secretaria. Lo aguardé en la recepción y minutos después vi llegar a un comando de más de diez militares armados hasta los dientes que escoltaban el carro en donde viajaba el periodista. La leyenda era cierta.

Lo lógico después de ver a un periodista escoltado por un comando de Gafes, hubiera sido encontrar un interlocutor en extremo paranoico, agresivo o acaso pedante. Vaya sorpresa la que me llevaría cuando ese señor me extendió la mano y me dijo un simple ¿cómo ha estado compañero? Y de ahí una amena plática.

Ya viviendo en Tijuana volví a hablar con Blancornelas varias veces más. Vino a visitarnos a la redacción de Frontera en 1999 cuando recién habíamos puesto en circulación el periódico y después volví a verlo en el encuentro de la Sociedad Interamericana de Prensa. Recuerdo que me recibió amablemente en su casa el día que se confirmó la muerte de Ramón Arellano Félix y volvió a recibirme ahí mismo el día en que se anunció la captura de Benjamín. También estuve cuando presentó su libro El Cartel. Las pocas veces que le llamé por teléfono para pedirle una opinión, siempre atendió el teléfono, con la misma sencillez de siempre, aunque eso sí, confieso que jamás le hable en jueves en la noche.


La última vez que hablé con él fue el pasado 12 de marzo. Don Jesús acababa de anunciar su retiro de la dirección de Zeta. Aquella vez los temas de narcotráfico y secuestro quedaron relegados. Esa ocasión en que nos recibió a mi colega Tizoc Santibáñez y a mí en la sala del Zeta, el periodista habló de las enormes ganas que tenía de poder salir a la calle y acudir a ver peleas de box o partidos de beisbol como cualquier persona.
Blancornelas confesó que lo mucho que extrañaba poder viajar a diferentes ciudades, relajarse y disfrutar en calma de una buena función boxística.

El fundador de Semanario Zeta, quien se había iniciado en la carrera de contador, admitió que en sus primeros años como periodista jamás le pasó por la cabeza dedicarse a escribir sobre narcotráfico y política.
En la década de los 50 en su natal San Luis Potosí, sus pasatiempos favoritos eran el ciclismo, del que era practicante y el boxeo, tema que le apasionaba y del que le gustaba de sobremanera escribir.
Los caminos de la vida y la natural sed de periodista, lo fueron llevando hacia la información dura y la labor de investigador hasta convertirse en la pluma más célebre y confiable para escribir sobre narcotráfico en México.
Blancornelas tuvo que pagar un precio muy alto por sus combativos y reveladores artículos.
Luego de que un comando armado atentara contra su vida el 27 de noviembre de 1997, el periodista tuvo que vivir confinado entre su casa y el trabajo, resguardado día y noche por una decena de militares.
Su vida dejó de ser normal y debió olvidarse de las peleas de box, del cine, de los restaurantes y de poder ir a misa los domingos.
El retiro traía consigo la promesa de una vida más relajada, pero su salud para entonces ya estaba demasiado deteriorada y su sueño de poder llevar una existencia libre de tensiones no pudo cumplirse. Ahora recuerdo con extrema nostalgia esa entrevista.

Mención aparte merece su hijo César René Blanco Villalón. Fotógrafo de los buenos, lleva puesto su chaleco de reportero gráfico hasta en los más críticos instantes. De la misma forma que fotografió a su padre agonizante con cuatro balazos en el cuerpo aquella mañana del 27 de noviembre de 1997, tampoco dejó de disparar su cámara mientras el ataúd de su padre descendía y las lágrimas en sus ojos no fueron suficientes para distraerlo de su labor. Eso es tener sangre y huevos de periodista. Esa actitud merece y merecerá por siempre mi respeto.