Una historia me toma en sus manos y empieza a escribirme. Yo soy sólo un vehículo, una suerte de médium de baja estofa, el único encontrado disponible por una horda de fantasmas sin que hacer.
El Invierno se larga a la chingada y mientras canta Las Golondrinas, nos deja por herencia días de niebla bajísima. Hay noches como la del martes y el miércoles en las que aún con luces altas no puedes ver dos metros al frente mientras circulas por la Carretera Escénica. Aunque no hay aduana de por medio, las nubes y el clima han marcado su frontera en Playas de Tijuana. Al bajar por el Cañón del Matadero y enfilar por la carretera hacia el cerro partido, estás entrando en una dimensión aparte. Hay días en los que el Sol brilla en Tijuana y al llegar a la escénica yaces cubierto por un manto oscurísimo. Hay mañanas en las que puedes cortar con cuchillo la humedad. No llueve y sin embargo las ventanas, el carro y todas las plantas están empapadas. Por lo pronto, el manto gris sigue instalado en Tijuana en el último día de invierno, pero la noche cada vez demora más. La mañana arrastra su sábana de nubes. La historia tiene cada vez más prisa.
El amanecer es buen territorio para la lectura. Hay letras que penetran duro y directo a la sangre con el primer café de la mañana, mientras el alba se anuncia tímida por la ventana del patio. Despierto cuando aún es noche cerrada y mi cuerpo exige café. Con la primera taza en la mano, abro “Purgatorio” de Tomás Eloy Martínez en la página 165 y el primer párrafo que leo es una sacudida al alma:
“Las cosas que no existen son muchas más que las que llegan a existir. Lo que nunca existirá es infinito. Las semillas que no encontraron su tierra ni su agua y no se convirtieron en planta, los seres que no nacieron, los personajes que no fueron escritos. El hermano que no existió porque vos exististe en su lugar. Si te hubieran concebido segundos antes o segundos después, no serías quien sos y no sabrías que tu existencia se perdió en el aire de ninguna parte sin que siquiera te enteraras. Lo que no llega a ser nunca sabe que pudo haber sido. Las novelas se escriben para eso: para reparar en el mundo la ausencia perpetua de lo que nunca existió”.
En la novela de Tomás Eloy, las palabras son pronunciadas por un gran perro negro que se aparece en sueños a un anciano recluido en un geriátrico. El contexto es lo de menos. Lo alucinante es que hay obsesiones que me persiguen y “la historia de lo que pudo haber sido” brinca frente a mí en los rincones más improbables. Junto con la aleatoriedad, la idea de lo que estuvo a punto de existir y no existió es una terca y profunda obsesión. Hay una historia radicalmente distinta de nuestras vidas caminando a nuestro lado, una historia que acaso estuvo a metros y segundos de materializarse y sin embargo no fue nunca. Empezando por ese ritual de lo improbable que es la concepción. Un segundo de más, un segundo de menos, un espermatozoide entre miles. Los caprichos incomprensibles de La Muerte, su eterna cercanía, ese suspiro, ese segundo de más o de menos en que todo pudo ser interrumpido.
Aleatoriedad e imágenes
Faltaban 255 días para el año 2000. Eso puede leerse en la pantalla de la torre. “J 255”. La proyección de la sombra corresponde al atardecer. Las nubes aborregadas y un discreto charco nos recuerdan que la imagen se tomó después de la lluvia.
Las sombras y los charcos también son elocuentes en la imagen del Arco del Triunfo. Esta imagen fue tomada posiblemente una o dos horas antes que la imagen de la torre, ese mismo 21 de abril de 1999. El paso de la lluvia era aún más reciente. Carolina y yo (obvio) en primer plano. Una sombra se proyecta a nuestros píes ¿Es un árbol? ¿Un poste? A unos metros de nosotros, un turista descansa en una banca. Más lejos, alguien toma una foto justo frente a un carro blanco de policía que da vuelta a la rotonda. Llevo puesta una camisa del Arsenal que Carolina me regaló esa misma tarde y un pantalón café que no he vuelto a usar desde el siglo pasado.
Varios millones de fotos se toman cada día. Entre la manía de los celulares, las camaritas liliputenses y toda esa parafernalia que carga consigo todo aspirante a ser totalmente Siglo XXI, creo que no es arriesgado afirmar que nunca antes como ahora se habían tomado tantas fotografías por segundo. Y aunque la foto es un invento que anda ya por cumplir los dos siglos, aún no deja de sorprenderme. Como juego de aleatoriedad es fantástico e inigualable. Aquí en mi escritorio tengo 13 diferentes fotografías tomadas en ocho diferentes países en un periodo que abarca de 1999 a 2006. En casi todas las fotos hay uno o varios elementos externos, factores satelitales e indirectos que se colaron en ese instante único. Personas, carros en movimiento, sombras. De pronto, cedí a la tentación de imaginar las historias de toda esa gente que se ha colado accidentalmente a nuestras fotos. ¿Cuántos de ellos viven? ¿Cuántos han muerto? ¿Detrás de alguno de ellos hay una vida extraordinaria o una gran tragedia? La aleatoriedad nos congeló para siempre en un instante.
Carolina con abrigo en la plaza del Reloj Astronómico en Praga, frente a la iglesia de Tyn, una oscura y helada tarde de de noviembre de 2004. A su alrededor, por lo menos unas 15 personas, todas caminando, todas con abrigo y manos en las bolsas. ¿Quiénes son ellos? Ni siquiera puedo distinguir si son checos o turistas. ¿Alguno de ellos murió ya? ¿Alguno habrá sido un demente iluminado o un alma atormentada? ¿Un criminal prófugo? ¿En cuántas fotografías alrededor del mundo nos hemos colado accidentalmente? ¿A cuántos extraños hemos molestado para que nos tomen alguna foto?
El Invierno se larga a la chingada y mientras canta Las Golondrinas, nos deja por herencia días de niebla bajísima. Hay noches como la del martes y el miércoles en las que aún con luces altas no puedes ver dos metros al frente mientras circulas por la Carretera Escénica. Aunque no hay aduana de por medio, las nubes y el clima han marcado su frontera en Playas de Tijuana. Al bajar por el Cañón del Matadero y enfilar por la carretera hacia el cerro partido, estás entrando en una dimensión aparte. Hay días en los que el Sol brilla en Tijuana y al llegar a la escénica yaces cubierto por un manto oscurísimo. Hay mañanas en las que puedes cortar con cuchillo la humedad. No llueve y sin embargo las ventanas, el carro y todas las plantas están empapadas. Por lo pronto, el manto gris sigue instalado en Tijuana en el último día de invierno, pero la noche cada vez demora más. La mañana arrastra su sábana de nubes. La historia tiene cada vez más prisa.
El amanecer es buen territorio para la lectura. Hay letras que penetran duro y directo a la sangre con el primer café de la mañana, mientras el alba se anuncia tímida por la ventana del patio. Despierto cuando aún es noche cerrada y mi cuerpo exige café. Con la primera taza en la mano, abro “Purgatorio” de Tomás Eloy Martínez en la página 165 y el primer párrafo que leo es una sacudida al alma:
“Las cosas que no existen son muchas más que las que llegan a existir. Lo que nunca existirá es infinito. Las semillas que no encontraron su tierra ni su agua y no se convirtieron en planta, los seres que no nacieron, los personajes que no fueron escritos. El hermano que no existió porque vos exististe en su lugar. Si te hubieran concebido segundos antes o segundos después, no serías quien sos y no sabrías que tu existencia se perdió en el aire de ninguna parte sin que siquiera te enteraras. Lo que no llega a ser nunca sabe que pudo haber sido. Las novelas se escriben para eso: para reparar en el mundo la ausencia perpetua de lo que nunca existió”.
En la novela de Tomás Eloy, las palabras son pronunciadas por un gran perro negro que se aparece en sueños a un anciano recluido en un geriátrico. El contexto es lo de menos. Lo alucinante es que hay obsesiones que me persiguen y “la historia de lo que pudo haber sido” brinca frente a mí en los rincones más improbables. Junto con la aleatoriedad, la idea de lo que estuvo a punto de existir y no existió es una terca y profunda obsesión. Hay una historia radicalmente distinta de nuestras vidas caminando a nuestro lado, una historia que acaso estuvo a metros y segundos de materializarse y sin embargo no fue nunca. Empezando por ese ritual de lo improbable que es la concepción. Un segundo de más, un segundo de menos, un espermatozoide entre miles. Los caprichos incomprensibles de La Muerte, su eterna cercanía, ese suspiro, ese segundo de más o de menos en que todo pudo ser interrumpido.
Aleatoriedad e imágenes
Faltaban 255 días para el año 2000. Eso puede leerse en la pantalla de la torre. “J 255”. La proyección de la sombra corresponde al atardecer. Las nubes aborregadas y un discreto charco nos recuerdan que la imagen se tomó después de la lluvia.
Las sombras y los charcos también son elocuentes en la imagen del Arco del Triunfo. Esta imagen fue tomada posiblemente una o dos horas antes que la imagen de la torre, ese mismo 21 de abril de 1999. El paso de la lluvia era aún más reciente. Carolina y yo (obvio) en primer plano. Una sombra se proyecta a nuestros píes ¿Es un árbol? ¿Un poste? A unos metros de nosotros, un turista descansa en una banca. Más lejos, alguien toma una foto justo frente a un carro blanco de policía que da vuelta a la rotonda. Llevo puesta una camisa del Arsenal que Carolina me regaló esa misma tarde y un pantalón café que no he vuelto a usar desde el siglo pasado.
Varios millones de fotos se toman cada día. Entre la manía de los celulares, las camaritas liliputenses y toda esa parafernalia que carga consigo todo aspirante a ser totalmente Siglo XXI, creo que no es arriesgado afirmar que nunca antes como ahora se habían tomado tantas fotografías por segundo. Y aunque la foto es un invento que anda ya por cumplir los dos siglos, aún no deja de sorprenderme. Como juego de aleatoriedad es fantástico e inigualable. Aquí en mi escritorio tengo 13 diferentes fotografías tomadas en ocho diferentes países en un periodo que abarca de 1999 a 2006. En casi todas las fotos hay uno o varios elementos externos, factores satelitales e indirectos que se colaron en ese instante único. Personas, carros en movimiento, sombras. De pronto, cedí a la tentación de imaginar las historias de toda esa gente que se ha colado accidentalmente a nuestras fotos. ¿Cuántos de ellos viven? ¿Cuántos han muerto? ¿Detrás de alguno de ellos hay una vida extraordinaria o una gran tragedia? La aleatoriedad nos congeló para siempre en un instante.
Carolina con abrigo en la plaza del Reloj Astronómico en Praga, frente a la iglesia de Tyn, una oscura y helada tarde de de noviembre de 2004. A su alrededor, por lo menos unas 15 personas, todas caminando, todas con abrigo y manos en las bolsas. ¿Quiénes son ellos? Ni siquiera puedo distinguir si son checos o turistas. ¿Alguno de ellos murió ya? ¿Alguno habrá sido un demente iluminado o un alma atormentada? ¿Un criminal prófugo? ¿En cuántas fotografías alrededor del mundo nos hemos colado accidentalmente? ¿A cuántos extraños hemos molestado para que nos tomen alguna foto?