Muy a menudo, las hijoeputeces de los que controlan la vida y destino de millones de seres, suelen chapotear en los mismos pantanos de mierda donde chapotean los delirios futbolísticos patrioteros. La final de Argentina 78 la recordaremos por los goles de Kempes, por los dos milímetros y un poste que separaron a Holanda de ser campeón del mundo y porque a unos metros del estadio River Plate, en la Escuela de Mecánica de la Armada, miles de jóvenes estaban siendo torturados mientras un país eufórico gritaba Argentina Campeón y Videla sonriente entregaba la copa. En la final de Italia 1934, en el Estadio Fascista de Roma, Mussolini y sus camisas negras festejaban el título evocando las gestas heroicas de los césares mientras cargaban sus fusiles para la guerra. Díaz Ordaz inauguró México 68 con la Plaza de las Tres Culturas aun manchada por la sangre de los estudiantes, mientras el 1 de julio de 2012, España se coronó con soberbia en la Euro en medio de millones de desempleados que se quedan esperando sus 400 euros de parados mientras su reyecito mata elefantes. Acaso algún día, muchos años después, alguien recuerde que el mismo día en que México se colgó el oro en el futbol olímpico en Londres 2012, su presidente electo salió retratado en los periódicos a lado de un capo del cartel de Sinaloa recién detenido en Madrid. Orgulloso luce Rafael Humberto Celaya Valenzuela en su facebook a lado de Enrique Peña Nieto. A mí no me sorprende; a México le vale reverenda madre. Igual podrían haberle sacado una foto cogiendo con el Chapo Guzmán y este país patriotero seguiría destapando una cerveza tras otra para festejar a su selección. Tiempo hace que me di cuenta que hagas lo que hagas y aunque demuestres con fotos y papeles que tu próximo presidente es una inunda rata de cañería, a este país le vale un carajo mientras sus medios prostitutos, tan amantes de la autocensura, se regodean en su complicidad chayotera.
Sí, soy un aficionado al futbol y este juego tan simplote de las patadas es uno de esos placeres que han hecho disfrutable mi existencia, igual que un buen vino o una buena canción. Me gusta el futbol, aunque me repugne la elevada dosis de patrioterismo que suele arrastrar consigo. Sí, me da gusto que la selección olímpica de mi país se cuelgue el oro. Son justos ganadores y jugaron como equipo superando línea por línea a todos los equipos que enfrentaron (con excepción de Corea en el partido inaugural, donde el 0-0 salió barato) Festejé los goles de Oribe Peralta contra Brasil y pienso que esta nueva generación augura buenos tiempos para el futbol mexicano. Sin embargo, no puedo sentirme eufórico y entregarme a la ilusa felicidad, cuando se que el 1 de julio mi país se tiró a un pozo de mierda con una enorme sonrisa en los labios. Me siento asqueado, porque esa actitud de peda futbolera es la apoteosis del votante promedio de Peña Nieto y es el sentimiento que vende como non plus ultra de la felicidad, la empresa que decidió hace algunos años quién sería nuestro próximo presidente. Los pilares del gran templo de la estupidez nacional que ha logrado construir Televisa y que le permite decidir por nosotros son el futbol y las telenovelas. Por encima de sus putas caras de tercer grado, el futbol y las novelas han construido el país de enanos mentales que somos y han labrado la tierra fértil de conformismo e ignorancia imprescindibles para que una basura de ser humano como Peña Nieto gane democráticamente la presidencia. Es por esa razón por la que no me siento con ánimo para envolverme en la bandera y destapar caguamas mientras grito Viva México Cabrones y diseño el pretexto más ingenioso para faltar el trabajo mañana lunes.