Thursday, June 18, 2015
Y de repente el deseo, de entrada tímido, disimulado, haciéndose un lugarcito en el torrente del pensamiento, como si le apenara revelar que de un momento a otro él será el torrente entero, aunque por ahora está aquí, como un pájaro de plumaje discreto, como una mirada baja. El deseo entrando de puntitas, como una sugerencia o un vestigio, polvo de un lodazal sin adjetivos, polvo nada más.
El duende que me dicta las historias (publicado en InfoBaja)
¿Cómo nacen las historias? ¿En qué momento incuba en la cabeza el deseo de narrar una vida o una anécdota imaginaria a un improbable lector? ¿Cuál es la semilla primaria de donde germina una narración? Por fortuna no hay reglas claras ni patrones para el afán cuentista. Cuando un acto no es del todo lógico o racional, es mejor no buscar demasiadas explicaciones. Al final, uno cede a la tentación de creer que hay una suerte de embrujo en la semilla de los cuentos. Por ejemplo, el piloto que controla mi nave de reportero es un tipo absolutamente cartesiano, alguien que calculadora en mano suma dos más dos para intentar ubicar temas de impacto. Ese racional capitán que gobierna mi hemisferio periodístico, es alguien que piensa en posibles ángulos y seguimientos para narrar un hecho noticioso. Aunque debe haber siempre una dosis de locura e imaginación en la mirada de un reportero, lo cierto es que un reportaje o una crónica puede perfectamente planearse durante una junta en una sala de redacción. Uno evalúa pros, contras, posibles obstáculos, pero al final es un proceso racional, con método y pasos. En cambio con la ficción no se manda. La aparentemente más sencilla y ordinaria de las historias puede derivar en un una odisea interior, mientras que la más alucinada aventura puede naufragar cuando uno intenta transformarla en ficción. En los últimos dos años he estado escribiendo algunos relatos demasiado largos (de en promedio 18 mil o 20 mil palabras). Fueron cuentos de escritura híbrida, con estructura apolínea pero fuerte carga dionisiaca. He llegado a creer que no es posible parir una ficción sin al menos un brote dionisiaco. El ensayo, por alucinado que llegue a ser, siempre tiene una esencia apolínea. Pase lo que pase yo tengo los controles. Algo así, aunque con otras palabras, le leí a Claudio Magris hace poco. Su propia estructura mental y su ánimo cambian mucho del ensayo a la novela
Una vez soñé la imagen de una pierna cubierta de tatuajes condenada a ser amputada por causa de la diabetes. La imagen dio lugar a un cuento llamado Saurio sangrante, el que abre la colección llamada Días de whisky malo que acaba de ser declarada ganadora del premio Gilberto Owen. Hace poco más de un año, soñé la historia de un biógrafo que indagaba aspectos secretos de la vida de un viejo gacetillero de Nacozari, Sonora, muerto en extrañas circunstancias, mismo que dio lugar a un larguísimo cuento, casi una novela corta, llamada Muerte accidental de un pasquinero, misma que aparece incluida en el volumen de seis cuentos llamado Dispárenme como a Blancornelas que ganó en 2014 el premio regional de La Paz. A veces, mientras juego con mi hijo Iker en el parque una idea me toma por asalto y siento la necesidad de transformarla de inmediato en palabra. A veces la contemplación de un lugar, una calle, un edificio abandonado o un rostro humano me hace imaginar una situación límite, un presagio de algo que acecha, un gran hoyo negro. En esto no se manda. Hay un duende canijo e irreverente que me dicta las historias.
Monday, June 15, 2015
La historia permanece oculta en alguna profundidad. Es una larva, pura y vil fase embrionaria, pero la historia está ahí, sabes que está ahí, como acaso hay esculturas ocultas dentro de la más burda piedra. Habrá también un limbo a donde vayan los pensamientos nunca transformados en narrativa, los relatos que pudieron haber sido. ¿Cómo sacar a la bestia de los abismos? ¿Se le alinean los astros? ¿Se crean las condiciones adecuadas? Por el bulevar de las historias no escritas, tapizado con los pétalos secos de mil mañanas deshojadas. Pecho amarillo me ha dejado plantado y el duende escritural es un calienta huevos.
¿Cómo se llama el limbo donde yacen los sueños apenas intuidos? Sí, posiblemente soñé algo pero el vestigio no pudo arribar siquiera a la mentirosa superficie de la duermevela. ¿Hay un archivo muerto para los sueños olvidados? ¿Un lugar donde se vayan amontonando esas mil y un historias de viajes y derrumbes que acaban en Río San Juan 103? ¿Cómo carajos los invoco? ¿Hay un Google map para el subconsciente?