Tras merma y desparrame de mil y un entreveros de duermevela diluidos en las cañerías de la desmemoria, rescato hoy la magra isla en medio de un lago de agua salada en tierra firme. Una isla pobretona y austera elegida por mí como sede del autoexilio. Mucho más no queda. De arena pura ha de haber sido esa isla diluida entre mis agrietados dedos. De arena de insomnio conjurado, de arena de un Morfeo devaluado a quien a gritos pido me dicte una nueva historia.
Debería descifrar el sexto relato o a la mujer que lo habita. La nonata secuela de la nabokoviana, apostando por hacer de todo cuento número seis una suerte de tributo a improbables dulcineas. ¿De qué trataba? La arena de la duermevela no tributa siquiera vestigios. Que claro, en cambio, el accidente en los primeros metros del imperio, la mujer arrollada en esa rampa de freeway en salida a Palomar, las dudas en torno a la cobertura del seguro, la búsqueda del retorno vial y la chapuza en bicicleta para en sentido contrario ir en busca de esa otroladería siempre esquiva a donde suelo fugarme por las noches.