CUANDO ESCRIBIR NO BASTA Mr Gwyn. Alessandro Baricco. Anagrama El Móvil. Javier Cercas. TusQuets Trabajos forzados. Daria Galateria. Editorial Impedimenta.
El ventoso y loco febrero fue enmarcado por tres lecturas en torno al arte de escribir (o de no escribir). El italiano Alessandro Baricco nos cuenta en Mr Gwyn la historia de un escritor que ha decidido retirarse de la escritura, mientras que el español Javier Cercas narra en El Móvil los trucos de otro escritor tan obsesivo, que no duda en orillar a sus modelos de personaje a representar en la realidad la trama que ha ido construyendo para su novela en preparación. Finalmente en Trabajos forzados, la italiana Daria Galateria se sumerge en las vidas de escritores que debieron desempeñar extraños oficios para ganarse el pan que la literatura les negaba. Por si fuera poco, he visto una película llamada The Words que trata sobre el tema, así que en estas semanas previas a la primavera me he encontrado con diferentes enfoques, literarios y ensayísticos, sobre el proceso de la escritura. Aunque en apariencia es algo tan sencillo, el acto de escribir sigue siendo en esencia incomprensible. ¿Qué lleva a un ser humano a desparramar palabras en una hoja en blanco? ¿De dónde brota el impulso de contar una historia, de inventar un personaje?
Empecemos platicando del libro de Baricco y su sui generis personaje de ficción, un Bartleby británico llamado Mr Gwyn, escritor consagrado y el cénit de la fama, que una mañana cualquiera decide publicar en el diario The Guardian una lista con las 52 cosas que piensa dejar de hacer para siempre. La primera de esas cosas que no hará más, es publicar artículos en The Guardian. La penúltima es publicar libros y la últimas es escribir libros. Mr Gwyn ha decidido retirarse de la escritura en el mejor momento de su carrera. En la vida real eso mismo acaba de hacer el escritor estadounidense Philip Roth, quien anunció su retiro de la escritura de la misma forma que un futbolista anuncia su retiro de las canchas. Roth, una leyenda viviente, argumentó vejez y cansancio. Gwyn, que ni siquiera es viejo, simplemente no argumenta nada y se dedica a no hacer. Sin embargo, el terco duende de la inspiración solamente duerme, pero no está muerto. Mr Gwyn desea desempeñar un oficio más puro, más auténtico, algo menos pretencioso y siente el impulso de crear retratos, pero dado que no es pintor ni sabe pintar, cree que puede crear retratos literarios. Su deseo es tratar de transformar en palabras la esencia pura de una persona, para lo cual requiere unas condiciones de trabajo muy precisas, con una modelo que representa la antítesis del ideal anoréxico de belleza actual. Un libro por momentos lento, donde Baricco, con su estilo de orfebre narrativo, trata de desenmascarar el misterio del impulso creativo. Un dilema similar es el que vive Álvaro, personaje de El Móvil de Javier Cercas. Álvaro es un escritor tan perfeccionista y obsesivo, que intenta llevar al extremo el realismo de los personajes de la novela que está escribiendo. Para ello toma como modelos a algunos de sus vecinos. El problema es que Álvaro no se limita a observar el comportamiento de sus modelos y busca orillarlos mediante engaños a representar en la vida real el desenlace de su novela. Pero por más que el escritor intente crear copias idénticas entre la vida real y su universo narrativo, la realidad acaba por jugar bromas pesadas cuando se mezcla con la ficción. Javier Cercas se dio a conocer mundialmente con Soldados de Salamina, una novela en donde también está presente el juego entre anécdota real y proceso de creación literaria en torno a un hecho de la Guerra Civil española. El Móvil, es una obra de juventud de apenas cien páginas que Cercas escribió a los 25 años y que TusQuets ha reeditado. Uno de esos libros que se leen de una sentada y que más allá de la trama y del juego de la novela oculta dentro de la novela, reflexiona sobre el escritor, sus límites y sobre todo, su móvil. El escritor, como el criminal, tiene siempre un móvil que lo lleva actuar y que según el personaje de Cercas, se compone de 1% de inspiración y 99% de transpiración. Una frase en verdad para enmarcarse.
El tercer libro, Trabajos forzados, que me ha regalado mi amigo el escritor ensenadense Ramiro Padilla, no una ficción, pero tampoco es propiamente un ensayo. Daria Galateria se dedicó a narrar las vidas de algunos escritores que debieron desempeñar duros oficios para procurarse el sustento que las letras les negaban, una historia que suele repetirse con espantosa frecuencia entre quienes hemos hecho de la escritura una forma de vida. Más que un diccionario biográfico, el libro de Daria presenta una suerte de viñetas, breves diapositivas prosísticas en donde aparece Máximo Gorki en su labor de cargador en un barco por el Volga, Jack London sacando almejas del helado Pacífico, Bukowski entregando cartas en bicicleta, Saint Exupery piloteando aviones sobre el desierto, Franz Kafka llenando pólizas de seguros contra accidentes de trabajo. Por supuesto faltan muchos, muchísimos en realidad, empezando por ese vendedor de llantas que fue Juan Rulfo. Idílica es la imagen de un escritor que da rienda suelta a su inspiración en un bohemio café o se abandona en bucólicas contemplaciones frente una copa de vino. Nos hemos también acostumbrado a la imagen del escritor como un personaje que vive gracias a una beca y consagra su existencia a pasearse por ferias o mesas redondas donde diserta sobre la inmortalidad del cangrejo con otros intelectuales. La realidad es que salvo atípicas excepciones de creadores que han podido darse el lujo de consagrar su vida entera a la literatura, el escritor suele ser un tipo que debe romperse el lomo en los oficios más diversos y a menudo ajenos a la creación literaria. Tal vez sean diamantes en carbón, pero siempre será posible encontrar a un genio de las letras cargando un bulto de cemento o manejando un taxi. El maldito vicio de arrojar palabras sobre hojas en blanco no respeta edades ni oficios. DSB