Lo confieso: llegué a ella siguiendo las mórbidas huellas de Bathory. Ya saben, la tierna Erzsébet tiene bonos altos entre los metaleros y cuando supe de la existencia de un libro llamado La condesa sangrienta escrito por una alucinada poeta de estirpe surrealista, me di a la tarea de buscarlo por todas partes. Lo que encontré fue más oscuro que las mazmorras de Csejthe donde se desangraban las doncellas inmoladas. Encontré una oscuridad ontológica. Así como los astrónomos lograron captar en una imagen el agujero negro del M87, Alejandra Pizarnik puede arrojarte una madrugada cualquiera al vacío abismal del alma. Suelo leerla en riguroso desorden y oracular, como una suerte de I-Ching de la divina desolación, casi siempre de madrugada.
Wednesday, May 01, 2019
Sin reloj ni calendario, mi vida transcurrió entre la inacabable densidad de los días de verano a los que seguían los largos periodos de sueño en las eternas noches invernales. La magia de las auroras boreales, la rabia de las tormentas, la desolación absoluta de aquella isla y las delirantes borracheras producidas por la hiel del escualo marcaron aquel periodo de mi vida. La bebida nos hacía enloquecer, desvariar, reír histéricamente y aullarle a la luna como lobos antes de sumergirnos en nuestras largas siestas.
En algún momento dejé de cuestionarme por el futuro de mi estancia en aquella isla boreal y asumí que Aputsiak me había asimilado ya como un huésped permanente. Por ello me sorprendí y hasta me aterré la mañana en que tres barcos con bandera de la Corona Británica aparecieron frente a la isla. Más sorprendente aún me resultó cuando Aputsiak me sugirió (o acaso deba decir me ordenó) que embarcara con ellos y retornara el mundo civilizado.