Eterno Retorno

Saturday, March 15, 2025

MARZÓPICAS IDUS

 


Idus de Marzo, mentadísimas, cacareadísimas, invocadísimas hasta el hartazgo y la saciedad en la historia de esta cuna porquerioza. Será que es mi destino como Julio César morir en marzantes y marzópicas Idus?







Thursday, March 13, 2025

Tampoco descarto que en una noche de luna llena en Hacienda Agua Caliente...

 


Yo creo que la lluvia es sinónimo de prosperidad y abundancia y hoy el mayor aguacero que hemos tenido en lo que va del año le ha dado su bautizo al Hotel Hacienda Agua Caliente que esta mañana abrió sus puertas. Para mí ha sido un honor poder ser parte de esta ceremonia. Yo celebro que este nuevo hotel nos narre una historia y recupere la esencia y las reliquias de una gran leyenda.

 

Hace casi cien años, el 1 de julio de 1927, se inauguró el que en su momento fue el primer gran complejo turístico de México y uno de los más lujosos del mundo entero. Le llamaron Agua Caliente. Era hotel, casino, balneario, spa, campo de golf e hipódromo. Tenía estación de tren, pista aérea y carretera. Su bella alberca era el non plus ultra de la sofisticación. Por sus salones pasaron Clark Gable, Chales Chaplin,  Bing Crosby, Dolores del Río, Groucho Marx y un tal Al Capone. Ahí bailó por vez primera una tal Rita Cansino a la que tú y yo conocemos como Rita Hayworth.

 Fue diseñado por una joven pareja de arquitectos veinteañeros, Wayne McAllister y su esposa Corine Fuller, la segunda mujer en graduarse como arquitecta en historia de Estados Unidos. Dicen que por ahí solía rolar un tal Bugsy Siegel, que tomó Casino Agua Caliente como el modelo que inspiraría la semilla de Las Vegas. ¿Lo dudan? El debut del arquitecto McAllister fue el gran casino y hotel tijuanense, pero 20 años después construiría el Rancho Las Vegas, el Desert Inn, el Hotel Sand y el Fremont en la Meca del juego en Nevada. La ecuación es simple: Agua Caliente inspiró Las Vegas.

 

Hotel Hacienda Agua Caliente rinde homenaje a esa leyenda. El hotel cuenta con 90 habitaciones, jacuzzi, sauna, spa, gimnasio y una alberca, además de una fachada que incluye una réplica de la Torre de Agua Caliente y elementos decorativos inspirados en la década de los años 20 y 30, con reliquias originales de aquel mítico casino, como es una ruleta y una mesa de juego.

Dice Ítalo Calvino que las ciudades (invisibles) son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje secreto y oculto. Tampoco descarto que en una noche de luna llena en Hacienda Agua Caliente miremos hacia la cúpula del Minarete y descubramos el rojo vestido de la Faraona regalándonos su última danza.



Wednesday, March 12, 2025

Los últimos tigres

 



 Hay algo que ocurrió o debió ocurrir en agosto de 1978, pero cuyo recuerdo, a diferencia de la primera contemplación del mar, es de lo más difuso. Yo tenía cuatro años de edad y fue en ese verano cuando vi (o debí haber visto) por vez primera en mi vida un tigre. Ocurrió en el zoológico de Brownsville, Texas, a donde me llevaron mi abuelo y mi tío José Manuel. La visita al zoológico era uno de mis nirvanas infantiles, pero en el Parque España de Monterrey no había tigres. Había tan solo un jaguar que trazaba círculos desesperados en su jaula milimétrica y unos modorros leones que conjuraban el calor en su eterno bostezo coronado de moscas. En el acuario de la Alameda Mariano Escobedo había un descomunal cocodrilo petrificado cuya condición de ser vivo nunca nos constó. Había lagartos, coyotes, venados y pecaríes, pero en el Monterrey de los setenta no había tigres. En Brownsville sí había uno, o me dijeron que lo había, pues ni siquiera puedo recordar si lo logré ver. Este sería el momento ideal para sacarme de la manga un pasaje al puro estilo Borges, a quien la infantil contemplación de un tigre en el zoológico porteño de Palermo le marcó una obsesión literaria. El tigre es una figura omnipresente en la obra de Borges.  El problema es que en Brownsville  apenas alcancé a ver una mancha amarilla oculta tras las piedras. El animal que se inmortalizó en el recuerdo de aquella primera visita el zoológico texano no fue el tigre, sino un furioso mandril que enloqueció al verme. Su problema era conmigo y con nadie más. El simio realmente estaba fuera de sí. Alguien en la familia evocó una escena de la película The Omen.

En estas cinco décadas transcurridas han muerto muchísimos tigres y han nacido muy pocos. Algunas especies, por desgracia, se han ido para siempre. En los setenta todavía estaban vivos los últimos tigres de Java. Los últimos tres ejemplares fueron vistos en 1976, aunque fue declarado oficialmente extinto hasta 1994. El tigre del Caspio o tigre persa, en cambio, no existía ya en esa época. El último murió asesinado en Irán en 1957. En algún momento este tigre llegó a habitar zonas centrales de Turquía e incluso el sur de Rusia y las estepas ucranianas. La subespecie más pequeña del felino, el tigre de Bali,  se extinguió en 1937. Al momento en que escribo este párrafo tan solo quedan unos cuantos tigres de Bengala, de Siberia, de Sumatra y unos pocos malayos. Aunque en teoría son especies protegidas, la realidad es que están en grave riesgo. A principios del Siglo XX había más de 100 mil tigres en el planeta, pero actualmente hay unos 5 mil 500 en estado silvestre. Es apenas un 5% de lo que había hace un siglo, pero increíblemente resulta un incremento considerable respecto al año 2010. En algunos lugares como Nepal la población de tigres se ha ido recuperando paulatinamente.

Ojalá me equivoque, pero no es descartable que en un futuro no tan lejano este hermoso felino acabe convertido en un recuerdo y acaso las nuevas generaciones lo verán como una criatura mitológica y dudarán si alguna vez en verdad habrá habido tigres sobre la Tierra.