¿Por
qué no me cae bien Benito Juárez? Debe ser por mi rechazo a cualquier dogma de
fe. Para mí, ser librepensador es enamorarse de la duda, del cuestionamiento,
de la dimensión humana y no divina.
Soy
un liberal y si hubiera vivido en 1857 sin duda habría apoyado las Leyes de
Reforma, pero aun así creo que Miguel Miramón, con toda su mojigatería católica
a cuestas, fue un mejor ser humano que Juárez y que Maximiliano, a diferencia
del de Guelatao, sí que era un verdadero librepensador. ¿Les parece
contradictorio de mi parte? A mí no me parece. Si me declaro ateo desde hace
más de 30 años es porque detesto los dogmas y Juárez nos fue impuesto como un evangelio
por el sistema educativo priista. Un ser infalible, hierático, pétreo como un
ídolo azteca. La enseñanza oficialista no admitió sudor ni piel humana sobre el
bronce. La perorata de asamblea patriotera debió ser aprendida de memoria, a
chaleco, sin posibilidad de duda. Los masones lo defienden con el mismo
fanatismo idólatra con que un numerario del opus dei defendería a Escrivá de
Balaguer. Ahí no hay libertad de pensamiento; hay dogma y eso a mí me da asco.
Francamente me gustaría que la memoria de Juárez dejara de ser una simple
perorata de superación personal. Lo único que a medias machacan millones de
niños mexicanos en la primaria es que un humilde pastorcito zapoteca llegó ser
a presidente de la República. De mucho más no se habla. Repiten su frase y
colorín colorado.
Su
condición de santo patrono de la historia oficial le ha hecho muchísimo daño a
Benito. Más allá del controvertido McLane-Ocampo, del apoyo militar de los
Estados Unidos y de su aferre obsesivo al poder (de lo que podríamos pasarnos
días hablando) me sorprende la adaptación a posteriori que se ha hecho del mito
de Juárez transformándolo en bandera indigenista por su origen, cuando el de
Guelatao fue más bien un creyente radical del mestizaje, al que veía como el
gran motor de la historia mexicana que acabaría por asimilar y fundir por igual
en el progreso a indígenas y criollos. Al final, la Ley de desamortización de
bienes perjudicó tanto al clero católico como a las etnias. En esa ley, para no
ir más lejos, está el origen de la guerra del Yaqui.
En
vez de celebrar al “infalible” e “incorruptible” Juárez, este 21 de marzo
prefiero celebrar a la gran generación liberal del 57. A esos grandes todólogos
curiosos que lo mismo fueron poetas, que periodistas o astrónomos. Celebrar a los
padrinos ideológicos como José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías, o a las
mentes ilustres como Ocampo, Guillermo Prieto, el Nigromante, Manuel Payno,
Vicente Riva Palacio, Francisco Zarco o mi paisano Mariano Escobedo. Aunque
cueste trabajo creerlo, algún día la República fue conducida por austeros
escritores, periodistas, científicos y poetas, todos ellos destacadísimos y
adelantados a su época.
Tantas
mentes ilustres opacadas el ídolo de barro.