Escribo estas palabras mientras Joe Biden jura como Presidente de los Estados Unidos y
pronuncia su discurso inaugural. Las
liturgias del poder y sus teatrales
solemnidades tienden a aburrirme, pero en esta ocasión la puesta en
escena en el Capitolio está llena de sentido y es toda una declaración de
principios. A menudo la palabra “democracia” es perorada a placer por toda
clase de demagogos y vocacionales tiranuelos, pero en este turbulento enero
parece estar recuperando su sentido. De
pronto, reparamos una vez más en que aún
con toda su imperfección y sus vicisitudes, la democracia es la mejor forma de
gobierno posible y a muchas naciones del mundo nos ha costado sangre, sudor y
lágrimas vivirla a plenitud. El de Biden es un discurso noble, conciliador,
orientado a sanar heridas y a buscar la unidad por encima de los rencores y el
encono. Sus detractores sin duda dirán que es hueca palabrería, pero después de
cuatro de años escuchando peroratas de odio, estas frases son bálsamo sobre
heridas abiertas. Biden toma posesión en un Capitolio que hace apenas catorce
días estaba tomado por una horda de energúmenos, en una ciudad que hoy yace
blindada como un campo de guerra ante el temor de un ataque. Los cubrebocas
sobre los rostros de todos los asistentes a la ceremonia son también una
declaración y un posicionamiento en pro de la ciencia y la responsabilidad
ciudadana. Parece ser que el mundo de hoy ya no se divide en derecha e
izquierda, sino en rostros cubiertos y descubiertos. Por un lado están los líderes
populistas que hacen del desprecio a las medidas de seguridad y el ninguneo a la enfermedad su credo político y
por otro los que respetan a las víctimas, a los enfermos, a los miles de guerreros de la salud que se
juegan la vida día con día y a los científicos que luchan y han luchado por
encontrar una cura. También representa
una declaración de principios el vestido morado usado por la vicepresidenta
Kamala Harris y por la ex candidata presidencial Hillary Clinton, pues
significa poner en alto la bandera del feminismo. También que sea Sonia
Sotomayor quien le tome el juramento a Kamala, dos mujeres fuertes
pertenecientes a minorías marginadas.
Como mensaje es fuertísimo. A sus 78 años de edad, Joe Biden deberá
gobernar un país históricamente dividido, golpeado por la recesión, la pandemia
y sus ancestrales demonios internos. Donald Trump se ha largado por la puerta
de atrás a una suerte de autoexilio en Florida, pero sus 70 millones de votantes
siguen estando ahí y muchos de ellos son personas que albergan un profundo y
lacerante resentimiento hacia lo que el nuevo gobierno demócrata significa. El
país de la democracia, la libertad y las instituciones, es también el país de
los fanáticos de las armas y los creyentes en aberrantes y risibles teorías de
conspiración que parecen ser mantra para millones de fundamentalistas. La
democracia hay que ganarla, pero también vivirla, conservarla y cuidarla, pues hoy se han
puesto de moda los merolicos autoritarios que aborrecen el andamiaje
institucional, la separación de poderes y
el gobierno horizontal. Biden deberá gobernar sobre un campo minado y sin duda
tendrá muchos tropiezos en el futuro mediano e inmediato, pero al menos esta
mañana el gran teatro del poder fue capaz de contagiarnos un soplo de aire
fresco.