El 19 de junio es uno de los días más largos del año así que en Querétaro amaneció muy temprano. Debe haber sido aquella una linda mañana en el Cerro de las Campanas. Inocultablemente inspirado por Goya, el pintor Édouard Manet dibujó los fusiles republicanos casi pegados a los cuellos de los condenados. Imposible errar el tiro a dos centímetros de distancia. El grave error del artista francés fue colocar en el centro a Maximiliano, cuando ese lugar fue ocupado por Miramón. Del pobre Mejía, pura sangre otomí, nadie quiere acordarse. Una duda: el oficial de gorra roja que carga el fusil ¿es Aureliano Blanquet? Mis recuerdos de infancia dicen que tres de esos rifles estuvieron (o están aún) en el Museo del Obispado en Monterrey. Yo los vi y quisiera decir también que los toqué.
PD- Por cierto, Felipe: ¿estás seguro de que quieres comenzar a reinar cuando se cumple el aniversario del fusilamiento de un emperador? ¿Crees acaso que es buena señal? ¿No te bastó con la humillación de la furia roja?
Thursday, June 19, 2014
Tuesday, June 17, 2014
1- Desde que el sorteo arrojó el cruce entre México y Brasil imaginé que en este partido el Tricolor se envolvería en la bandera y daría una batalla de proporciones épicas. Mi pronóstico era una heroica derrota. México anotaría el primer gol y después llegaría la falla arbitral, algún error grosero y el inevitable gol brasileño de último minuto. Un empate es más de lo que presupuesté.
2- Personalidad, tanates y concentración definen a este juego. México se tiró a matar sin complejos, jugando al máximo de sus posibilidades. Me dio gusto que Héctor Herrera, un morro de Rosarito, haya marcado diferencia. De gran nivel Héctor Moreno y Rafa Márquez. De Memo lo único que puedo decir, es que tal vez ya sea consciente de que este fue el día más grande de su carrera. La buena noticia es que no lo olvidará nunca mientras viva. La mala es que difícilmente volverá a tener una tarde como la de hoy. Para redondearla necesitas escenario, astros alineados y una pizca de suerte. Por cierto, sigo esperando ver la sangre Tigre de Pulido en Brasil
3- El futbol es una licuadora de aleatoriedades y constelaciones diversas. Estado de ánimo, psicología, suerte. Temo que este haya sido el mejor juego de México en el Mundial y que frente a Croacia veamos otro equipo.
4- Brasil juega cargando a cuestas un yunque de presión. Debe ser duro salir a la cancha cuando sabes que tu única alternativa es ganar la Copa y que cualquier otra cosa es hecatombe y resurrección del Maracanzo. Veo a Brasil poseído por sus propios demonios y a menos que las macumbas tengan un buen sortilegio, no lo vislumbro ganando su torneo.
5- La gente “seria”, “responsable” y “pensante” sigue atacándonos a los ignorantes futboleros manipulados e inconscientes. Me da lo mismo. Sea falso o inducido, yo disfruto este espíritu. ¿Es absurdo? Por supuesto, es absurdo como casi todo en la vida. Tan absurdo como cualquier religión y partido político. Millones de seres reales de carne y hueso han sido inmolados en guerras en nombre de un dios que no existe. Otros tantos millones han sido inmolados en nombre de ismos o políticas macroeconómicas que jamás comprendieron. ¿Qué hay de malo en que empeñes tus emociones en algo tan pueril? Cualquier bandera, cualquier credo y cualquier equipo de futbol es una abstracción a la que es fácil despojar de todo sentido.
6- El futbolista más famoso de la historia Argelia se llama Albert Camus. Fue portero en Rácing de Argel y lo mejor de todo es que era existencialista y ateo como yo. Entiendo que muchos Manús Chaos deban sentir solidaridad con los humildes argelinos. A mí me dio asco verlos celebrar su gol arrodillados ante Alá. Me aterra y me asquea el crecimiento del islamismo radical. Lo siento, pero yo no puedo tolerar al intolerante y se bien que en no pocos países islámicos puedes ser condenado por proclamarte ateo y librepensador como yo. En el Siglo XXI la apostasía y la blasfemia siguen siendo delitos.
Monday, June 16, 2014
En mi buró hay siempre un libro de Borges. El Aleph y Ficciones suelen ser omnipresentes como el vaso de agua. Si me transformo en Funes el Memorioso y la duermevela me toma rehén, hay altas probabilidades de que conjure la madrugada con un relato del buen Georgie, aunque aquí hay una pequeña diferencia de criterios: Borges detesta el futbol y yo soy un futbolero incurable. ¿Significa eso que voy a dejar de leer a Borges o voy a alucinar un poco menos con sus laberintos y eternos retornos? Y mira que Georgie hacía lo posible por caer mal. El día en que la selección de Argentina inauguraba el Mundial 78, él decidió dictar una conferencia sobre Swedenborg celebrada a la misma hora del partido. “El futbol es popular porque la estupidez es popular” dijo el autor de la Biblioteca de Babel, que consideraba a este deporte como una pasión de monos descerebrados. Borges podría ser nombrado santo patrono de los intelectuales antifutboleros. Antes de Fontanarrosa, Soriano, Villoro, Galeano y Caparrós, un escritor aficionado al futbol era un ave rara. Que Albert Camus haya sido arquero en el Racing de Argel y Benedetti haya escrito uno que otro cuento sobre futbolistas, no era suficiente para que el futbol fuera tomado en serio en mesas redondas de intelectuales. El que Borges haya sido antifutbolero me tiene sin cuidado (como poco me importa que le llamen aristócrata, conservador, frígido bla, bla, bla). Borges es un genio y mi vida no hubiera sido la misma sin sus libros. Así de sencillo. Pero mucho ojo mis amigos: Borges es al único a quien le tolero esta clase de comentarios. Si quieren que sea brutalmente honesto, la figura del intelectual antifutbolero me resulta detestable. ¿El futbol está peleado con la inteligencia? ¿Un hombre culto no puede emocionarse como chamaco por un gol? Les pongo un ejemplo: hubiera sido fácil creer que mi abuelo pertenecía al club de Borges. Un doctor en filosofía con una obra de más de 30 libros cuyos cuestionamientos bucean profundo en dramas ontológicos, no es el prototípico personaje que puede emocionarse con un gol de su equipo. Y sin embargo, el autor de Metafísica de la muerte y La cosmovisión de Franz Kafka fue un aficionado al futbol. Tal vez no era un recalcitrante fanático de cara pintada, pero me consta que podía emocionarse con los partidos de Tigres. Si no estaba de viaje, el ritual de un sábado en la tarde en la vida de mi abuelo era acudir al Estadio Universitario, luciendo su chamarra con la enorme U amarilla de la Universidad de Nuevo León, su alma máter, de cuya Facultad de Filosofía y Letras fue fundador. Sucede que entre otras muchas cosas, la vida ha sido disfrutable por ceremonias tan bobas como ésta, aunque Borges considere el non plus ultra la simiesca ignorancia el emocionarse por unos desconocidos que corretean una pelota, como es posible emocionarse con una imagen poética o una arquitectura prosística matadora, aunque las palabras también sean construcciones alegóricas cuyo significado y trascendencia inventamos nosotros y al final de cuentas la literatura sea tan absurda como el futbol.
El día más largo de la literatura universal sabe a cerveza Guiness, a riñones fritos y James Joyce lo extendió tanto, que acabó por volverse eterno. Acaso estén contados los lectores que sin saltarse un solo párrafo hayan llegado hasta ese mítico “sí, sí quiero” que interrumpe de tajo el caótico monólogo de Molly Bloom y pone punto final al Ulises. Cierto, el non plus ultra de la narrativa moderna puede tener más publicistas que lectores efectivos, pero en cualquier caso los pubs de Dublín tienen algo que agradecerle a Joyce: después del Día de San Patricio, el Bloomsday es la mayor fiesta en la ciudad de los tréboles y la cerveza oscura. El Ulises de James Joyce transcurre en un solo día que es el 16 de junio de 1904, fecha en la que acompañamos a Leopold Bloom de regreso a casa. Como un Ulises rumbo a Ítaca, Bloom vive la caótica odisea de la vida cotidiana en una gran ciudad, inmerso en el desorden de su diálogo interno que no es más que el desparramar de ideas e imágenes que constituyen el día a día de un hombre cualquiera. Aunque Ulises fue escrito hasta 1922, Joyce eligió esa fecha, 16 de junio de 1904, por ser el día en el que inició su relación con su mujer Nora. Los amantes de la literatura inmortalizaron la fecha como el “Bloomsday” y ahora cada 16 de junio miles de turistas hacen el recorrido de Leopold Bloom por las calles y pubs de Dublín.Y yo ni una humilde cervecita me he tomado para pronunciar "sí quiero". DSB