La furtiva paloma me mira a la distancia
Fuerte es el silencio
cuando vas al supermercado antes de las ocho de la mañana. A esa hora, en un
día de entresemana, las avenidas de la ciudad suelen estar infestadas y los
semáforos son un infierno, pero uno de los poquísimos lugares donde reina la
calma chicha es en el súper. Ni un alma en los pasillos y ni siquiera hay quien
corte el jamón en las carnes frías, pues el empleado aún no ha llegado. Tan
solo se escucha el aletear de una furtiva paloma revoloteando por el techo. I,m lost in the supermarket, canta The
Clash. La paloma aterriza y me mira parada sobre las bolsas de carbones. Tan
solo hay una caja abierta para pagar, pero varios abuelos aguardan ya su turno
para fungir como empacadores. Una señora hace su esfuerzo por ayudar de alguna
forma y colocar los productos en el carrito ante la falta de bolsas. El resto
de los ancianos aguarda en una banca, como jugadores suplentes esperando el
momento de entrar al campo. Hasta en los últimos años de tu vida tendrás que
competir a brazo partido y esperar paciente tu oportunidad. En cualquier caso y
a la hora que sea, siempre hay más ancianos empacadores que cajas abiertas,
aunque la calma de la mañana será efímera. Pienso que dentro de unas horas, el
sábado al medio día, esa misma caja será un hervidero de hordas de gringos y
pochos cargados de cartones cerveceros, tequilas baratos y costales de botanas
para el Labour Day Weekend. Creo que nunca hace tanto calor en Baja California
como en el primer fin de semana de septiembre. En estos días probamos un
poquito de Mexicali en la costa. Labour Day es el último grito del verano, su
canto de cisne, pero por lo mismo es desenfrenado e intenso. La última gran
borrachera con el sol desnudo y a plomo. Dentro de 20 días irrumpirá el otoño y
algo me dice que los Vientos de Santa Ana vienen con cuchillo desenvainado. En
las cajas hay letreros ofreciendo empleo. Sueldo semanal, prestaciones
superiores a las de la ley, bono de puntualidad y la empresa se ofrece a
tramitar el RFC. La cajera nos dice que tienen falta de empleados. Nadie quiere
la esclavitud de los empleos formales. Mejor vender algo en el sobreruedas,
poner un puestecito de chucherías, limpiar casas, pepenar de aquí y de allá.
Dentro de algunos años no habrá cajeras ni ancianos empacando pero septiembre
seguirá ardiendo. La furtiva paloma me mira a la distancia y el verano
envalentonado se niega a aceptarse moribundo.