Cada quien sus saudades y cada quien sus nostalgias. Algunos lloran a su Bowie, otros lloran a su Juan Gabriel, otros le prenden velas a George Michael y ahora sobran los que le chillan a la princesita de la guerra de las galaxias (les juro que hasta el día de ayer supe que se llamaba Carrie y les juro, aunque no me crean, que nunca he visto una puta película de Star Wars en toda mi vida). La Santísima se fue de parranda en el 2016 y agarró parejo y sin contemplaciones (ojo que todavía le quedan tres días) pero yo la única muerte que en verdad lamento, la que de verdad me dejó un vacío y me rompió la madre fue la de Mister Lemmy Kilmister. Hoy justamente se cumple un año. Hubiera querido que fuera una broma de Día de los Inocentes, pero Lemmy se fue como se va el último trago de Jack Daniels entre hielos derretidos (dicen que frente a una máquina tragamonedas). ¿Por qué carajos lamentar la muerte de un artista al que no conoces y no forma parte de tu familia o tu círculo cercano de amigos? En mi caso la respuesta es muy simple: porque hubiera querido ver una y muchas veces más a Motörhead. A la banda de Lemmy la vi tres veces en mi vida, pero la hubiera visto una cuarta, una quinta o una décima, las que fueran posibles. Las tres veces que lo vi fueron extremas, intensas y pateadoras. Motörhead y Iron Maiden son el soundtrack de mi cotidiano existir. Casi no pasa un día de la vida sin que los escuche. De la interminable lista de obituarios también lamento en serio el adiós del físico cuéntico Ignacio Padilla. Nacho se fue en una carretera queretana mientras en el Franz Praga tijuanense presentábamos Dispárenme como a Blancornelas, una de las mejores presentaciones de un año en que vaya si sobraron aquelarres librescos. Nacho tenía cuerda para escribir muchísimos libros más y era, sobre todas las cosas, un cuentista endemoniadamente pulcro y creativo y un ensayista notable. Sí, hubo un desparrame de sepelios en los últimos 365 días, pero los que me dolieron fueron los de Lemmy y Nacho. Hay un doce de Ballast Point recién comprado y unas Stone a punto de terminarse. Esta noche inocente tengo a bien brindar por ustedes. Lemmy-Padilla. No sé si compartan muchos seguidores. Ignoro si Nacho Padilla escuchó Motörhead y casi puedo asumir que Lemmy no leyó Amphitryon (que sin duda le hubiera gustado, fanático como era de la parafernalia bélica germana) pero yo echo de menos a este par de tipos.
Wednesday, December 28, 2016
Sunday, December 25, 2016
Raza, esta noche estoy considerando seriamente tatuarme el Tigre de la portada de Vientos de Santa Ana. Silenciosamente hice la promesa a mis deidades paganas: si ganamos la final navideña me tatuaré un felino.
Hace algunos años escribí un híbrido ensayístico-autobiográfico llamado Nacido en el Año del Tigre cuyas primeras palabras dicen esto: “Voy a tatuarme un tigre. Acaso a estas alturas sea lo más coherente en mi vida. No tengo todavía un modelo de tatuaje, pero me queda claro que será un tigre tribal o abstracto. Por ahora imagino solamente rayas negras circulares y acaso alguna pizca de color amarillo”. Bueno, pues ahora tengo claro que mi modelo será el de la portada de mi noveluca. En el hombro izquierdo yace el Martillo de Thor. ¿Elegiré entonces el lado derecho? ¿O me lo pongo en el pecho? Un antifutbolero de cepa llamado Jorge Luis Borges escribió El oro de los Tigres. Hoy el libro del buen Georgie se materializa en esta generación dorada de Nahuel, Gignac, Ayala, Juninho, Pizarro, Dueñas, Torres Nilo, Palmera. Una generación que acaso se hermana ya en gloria a la de Barbadillo, Boy, Mateo Bravo, Mantegazza.
En la vida no queremos sufrir, no queremos sufrir, queremos tocar el cielo, dicen los Fabulosos Cadillac. Eso escribí hace un año después de la ceremonia de sufrimiento contra los Pumas. Hoy al sufrimiento lo acompañaba el pesimismo. Mi mal presentimiento era una derrota de sangre y huevos por 0-1 con un gol feo y sendos navajazos arbitrales. Imaginé el escupitajo en la cara de ver coronarse a las aguiluchas en San Nicolás. Imaginé una ceremonia de intensidad y tragedia muy a lo 2016. Quizá por eso el cabezazo de Dueñas me supo un ritual de resurrección, a épica purísima, a un torcido de historia. Recordaré el 2016 como el año de los seis libros y la vagancia pataperrera, pero también como el año del frentazo de Dueñas y los tres penales parados por Nahuel. Rodeado por los mil y un juguetes nuevos Iker , los minutos finales demandaron tequila y no cerveza para neutralizar el sudor frío y la corrida del corazón que iba a escaparse por la boca. Con la nieve en la Rumorosa llegó la quinta. Propósito para 2017: Publicar Nacido en el Año del Tigre y tatuarme de una vez por todas ese condenado felino. La ocasión lo amerita. Matar o morir.