Eterno Retorno

Thursday, June 22, 2023

Confesiones de un hereje libresco

 


Hace un par de meses, el día que regresé de Colombia, Iker y Carolina me recibieron con un sorprendente regalo de cumpleaños: un Kindle. Hace algunos años,  aquello me habría  parecido el rompimiento del séptimo sello, la consumación de una profecía apocalíptica. Hoy solo puedo decir que me han hecho uno de los regalos más útiles y prácticos que he recibido en muchísimo tiempo.

Cuando alguien me pregunta cuál es mi profesión o a que me dedico, les digo que soy un lector que me he ganado la vida como reportero. Si hiciera un resumen de mi vida, la actividad que con mayor devoción y constancia he practicado, es la lectura. En mi vida han transcurrido infinidad de días sin que escriba un solo párrafo, pero creo que nunca he pasado doce horas sin leer. Soy un lector de tiempo completo y aunque siempre he mirado con interés los conejos que brotan del inagotable sombrero de la maga tecnología, durante años sostuve que como lector yo me mantendría por siempre en la trinchera del papel y la tinta y que difícilmente podría encontrar un artefacto de lectura que pudiera superar la practicidad del libro tradicional. Hoy, tras dos meses de regular lectura en Kindle, debo reconocer que me estoy transformando en hereje de mi propio credo. Las ventajas de este dispositivo digital son enormes. Contrario a lo que yo pensaba, no es el equivalente a leer en el teléfono o en el iPad, pues la pantalla del Kindle no emite brillo ni destella y su tamaño y peso son ideales para sostener en la planta de la mano, algo similar a los antiguos misales. Sin embargo, pese a no brillar, el Kindle es perfecto para leerse en total oscuridad. Me confieso un lector insomne. A menudo despierto a las 3:00 o 4:00 de la madrugada y suelo leer en unos 40 minutos o una hora antes de volverme a dormir. Ahora gracias al Kindle ya no tengo que encender la lámpara y en leo en tinieblas. Lo mismo aplica cuando un avión va a oscuras. El Kindle es ideal para portarse en la bolsa de un saco o una chamarra y su peso apenas se siente. Lo mejor, es que el Kindle es libro, biblioteca y librería. Ahí puedo guardar todos los libros pero también puedo adquirirlos. Casi cualquier libro que he buscado lo he encontrado sin problemas y la mayoría no suelen costar más de siete dólares. De hecho, me aterra un poco tener acceso tan fácil, rápido y económico a casi cualquier libro. Objetos del deseo que antes me llevaba meses poder conseguir, hoy los obtengo en un clic. ¿Logrará este artefacto superar la prueba del tiempo? En mi biblioteca hay libros que tienen más de un siglo de antigüedad. ¿Seguirá sirviendo mi Kindle dentro de 100 años? Claro, no todo son ventajas. Una de mis manías como lector es subrayar y escribir en los libros y aunque el Kindle permite la opción del subrayado y la marca, mi mayor placer consiste en hacerlo con pluma. Mis libros impresos son también cuaderno de escritura y recipientes, pues a menudo guardo entre sus páginas pequeños recuerdos de papel: boletos, flyers, fotos, cartas. Claro, ello por no hablar de las dedicatorias de puño y letra del autor. No, no dejaré nunca de comprar libros impresos, pero he de admitir que he comprado muchos menos desde que tengo el Kindle. En cualquier caso, creo que a partir de ahora el papel y la tinta tendrán que aprender a llevarse bien con este nuevo amigo digital que llegó para quedarse. Uno no excluye al otro y confío en que sea posible una pacífica convivencia.

Tuesday, June 20, 2023

Bye primavera



Arrancamos la semana y despedimos la primavera con gratos encuentros y espontáneas charlas. Lo mejor de ir a la Librería El Día en lunes es que hay oportunidad de platicar largo y tendido con Don Alfonso Lòpez. Lecturas, andanzas, un repaso al mundo en perpetuo desmoronamiento y la alegría compartida por la resurrección de la Feria del Libro de Tijuana de la que Don Alfonso fue fundador en 1980.

Un gusto platicar con Joseciccone Ciccone en el estudio de TvAzteca. Mi amigo recién regresa de su patria rioplatense y como compañero de viaje se trajo Las maquinarias de la noche, de Abelardo Castillo, un extraordinario y sui generis cuentista difícil de conseguir por estos rumbos y de quién había leído elogiosos comentarios por parte de Mariana Enríquez. Lo mejor es que el libro viene envuelto en una hermosa bolsa de El Ateneo Grand Splendid. Doble regalo. Pura gratitud. Para rematar la faena, en El Día me aguardaba un paquete enviado por mi amigo Francisco J. Serrano desde la Sultana del Norte en cuyo interior yacía el poemario Hasta agotar existencias. Desde las infernales calles regias, Pancho jura que no sabe mal beber mezcal en molcajete y que cualquier cerveza sabe mejor con la ley seca. Probemos