A veces la corte de un Rey llamado Crimson es la perfecta compañera para el atardecer de un viernes de abril. Poco a poco, a fuerza de tercas visitas, la librería Gandhi de Tijuana empieza a contagiarme una pizca de espíritu. En mi primera visita me pareció un lugar frío, sin alma, algo así como un fast food de la literatura. Pero con el tiempo he aprendido a disfrutarla. Sí, es pequeña, pequeñísima comparada con sus primas del Centro de la República, pero de sus libreros ya han salido dos o tres ejemplares de lectura memorable. “Autorretrato de un Reportero” de mi colega Ryzard y “Casi nunca” de mi tocayo Sada son de lo más chingón que he leído en este 2009. De ahí acaba de brotar, hace menos de una hora, “La lámpara de Aladino” del chileno (cachay pho) Luis Sepúlveda, una noveluka de esas que me mira con carita de que me la chutaré en una sola tarde. Me gusta para llevármela a la playa. Pero volviendo al tema de la librería, he llegado a creer que una de las claves ocultas que han propiciado mi acercamiento a la Gandhi, es que casi todas las tardes está puesto el Court of the Crimson King de King Crimson. Si bien no soy un maniaco progre marca Ciruela Eléctrica, padezco cierta debilidad hacia ese disco que ahora mismo escucho en el patio de mi casa armonizado con la colaboración especial de los ladridos de Canica y Dominique. Vaya, me pasa el King Crimson, o por lo menos me inspira más que la mierda de lila downs o Silvio Rodríguez que te chutan en la librería del Cecut. Ahora que hay relevo en los altos mandos del Centro Cultural Tijuana porque Tere Vicencio se va merecidamente a la primerísima división del arte y la cultura nacional, es tiempo para que los nuevos directivos de “La Bola” revisen la selección musical de la Librería de las Californias. Ustedes pierden ventas señores. Si me chutan la bazofia de lila downs o la mierda de trova cubana saldré huyendo de ahí. Digo, no les pido que me pongan Death Metal, pero con un buen progre me doy por bien servido. Gandhi Tijuana lo ha notado en sus ventas.
Sigue la mata dando con el bosque de la China y la pinche chinita que se fue a perder...
Estas cosas escritas en Moleskine pasan un par de semanas tarde a formar parte de la cuna porquerioza.
Diario de China. Día Dos. Changchun.
La primera sorpresa que Changchun nos tenía reservada, la reveló esa norteña ciudad cuando aún volábamos sobre ella. Poco antes de aterrizar, luego del anuncio en chino del capitán, creímos descifrar entre los acertijos de ese inglés incomprensible, algo así como que en Changchun estábamos a cinco grados bajo cero. Para una comitiva de doce bajacalifornianos procedentes de la primavera tijuanense, un cinco bajo cero en abril no estaba en el presupuesto. Digo, no es que la primavera sea caliente en Tijuana, pero de ahí a un clima de tundra hay un largo trecho. Eran casi las 22:00 de un día volteado al revés y metido en una licuadora. Por favor compréndanos; habíamos salido de Los Ángeles en la madrugada del 29 de ,marzo, un día que nos fue robado en una noche eterna de 14 horas de avión al cabo de la cual llegamos a Beijing a las 5;30 de la mañana del día 30 y sin tiempo de pestañeo o retozo, cumplimos una cargada agenda en la capital olímpica, con apenas 20 minutos para ver por encimita La Ciudad Prohibida.
Pues bien, en ese estado de irrealidad que genera la falta de sueño, llegamos a Changchun y sus cinco bajo cero. Como en los viejos tiempos, bajamos por escalerita, abordamos el camión con las ideas y el ánimo congelados y luego de eternizar unos cuantos minutos arrojando vaho, llegamos al sitio donde recoges las maletas. Ahí nos esperaba ya una comitiva del gobierno de la Ciudad de Changchun, con la que Tijuana firmaría un hermanamiento al día siguiente. Los colegas de Changchun se tomaron con total solemnidad el hermanamiento y justo es decir que nos atendieron a cuerpo de rey. Pero vámonos por partes. En los 50 minutos de camino del aeropuerto al hotel, me bastó para irle tomando el pulso a nuestra nueva hermana y darme cuenta que en efecto, a Changchun le corre una sangre de incurable norteñidad. No es exquisita, bella o majestuosa, pero tiene rostro de trabajadora. Norteñota pues, sincera, con frente sudorosa, con ese pulso de brutal sinceridad carente de adornos. Changchun es puro Norte; luego entonces, algo entiende de tijuanerías. Hay cierto espíritu seductor en las ciudades industriales, un espíritu que las capitales culturales acaban por envidiarles. No son mujeres con cara de muñequitas, pero están guapas que te cagas, una belleza ruda. Así es Tijuana. Así es Changchun. Noche helada, donde hasta los neones arrojaban estalactitas. Norte de China, cerca de las fronteras de Corea del Norte y Rusia.
Hotel grandote, de hartos pisos, donde me tocó uno de los más altos y por fortuna con conexión a internet. Si tras más de 40 horas despierto yo creía que iba a dormir, estaba muy equivocado. Aún tenía que mandar a los medios bajacalifornianos las notas de nuestro primer día de trabajo en Beijing. Amanecer con menos de cuatro horas de sueño y la cabeza licuada. Desayuno y salida a visitar el néctar mismo del Detroit asiático. En Changchun hablar de una ciudad industrial es hablar de una Ciudad, una Urbe, una Metrópoli. Digo, Otay sería Tangamandapio. El corredor automotriz de Changchun es, en efecto, una ciudad hecha y derecha, tan o más grande que varias capitales provinciales mexicanas. La industria automotriz provee las casas, las escuelas, los parques, los centros comerciales, los hospitales. Todos los habitantes de esa zona de la ciudad son empleados de la fábrica, cuya producción es de un millón y medio de carros en 2009. En 2010 esperan llegar a los dos millones. Producen autos chinos, pero también son filial de la VW y producen el Audi y otras carcachas de lujo. La línea de producción es un corredor más grande que la eternidad. Jamás vi su final. Carrocerías y más carrocerías. Autos para infestar el mundo, agilidad karateka de obrero chino. Carros y carros para el planeta y Tijuana en la mira como nueva sede productora. ¿El mundo Feliz? ¿El orwelliano 1984? Esa mañana me quedó claro que con China no podemos competir en producción industrial. Si no puedes vencer al enemigo, entonces únete con él. Esa es mi bitácora de la gira.
Tras la gira por los mundos de Orwell y Huxley, tocaba el turno al protocolo y vaya que China son protocolarios. Aquí lo de ser solemnes es política de estado y tic nervioso. Vaya, eso de que te entreguen las tarjetas de presentación con las dos manos con reverencia de por medio yeso de que tú tengas que hacer lo propio y recibir la tarjeta como si te estuviesen entregando un pedazo del santo grial. La ceremonia de hermanamiento fue cosa de otro mundo, o al menos de un mundo que está al otro lado de ese donde acostumbramos vivir. Para los chinos, sus hermanos son cosa seria. Ojalá estemos a la altura a la hora de corresponderles como anfitriones. Tras la ceremonia, el banquete. Ojo mexicalenses, lo que ustedes tragan, que por cierto es bastante delicioso, es comida cantonesa. Lo que comimos allá en China poco o nada tiene que ver con eso. Cantón es una región, con sus costumbres, sus manjares, pero no representan la totalidad de la inmensa y milenaria China (en cuyo bosque la chinita se perdió y como yo andaba perdido, nos encontramos los dos) La cuestión es que nos hicimos hermanos disfrutando una comida china fusión minimal en algo así como 16 o 18 tiempos…y ustedes dirán, ¿hubo siesta, relax, o algo parecido? Ni madres. Y la gira siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Más visitas por la tarde, galerones, naves industriales, promesas de contratos y bonanzas. Oriente cruza una vez más el Pacífico rumbo a la conquista de la Baja California...
Dìa 3
Shanghai, Kunshan, Nanjing
El dìa comenzó a las 6:00 de la mañana en un hotel del Centro de Shanghai y tras un rápido desayuno, emprendemos el viaje a la ciudad de Kunshan.
Fascinante y monstruosa son dos adjetivos que resultan demasiados tibios para una ciudad como Shangai.
Redes de puentes atiborrados de carros que se enredan como una telaraña en las alturas, pantallas, anuncios espectaculares, un océano de neòn alumbrando a miles de peatones y ciclistas que se abren paso en vialidades atestadas.
Shanghai es una ciudad vertical, un desafío a las leyes de la gravedad en donde los rascacielos se diluyen en un cielo nublado.
Nos costò màs de 40minutos salir de Shanghai y tomar carretera rumbo a Kunshan en donde tenìamos la primera cita a las 9:00 de la mañana.
El caos de Shanghai contrasta con el orden de Kunshan, una ciudad que no es pequeña, pues tiene cuatro millones de habitantes, aunque frente a la sombra de su vecina, parece demasiado chica.
Kunshan se parece màs a una tìpica ciudad mediana estadounidense y pese a su vocación industrial, las àreas verdes dominan el escenario.
La primera cita del dìa, es en un museo industrial que muestra todos los adelantos tecnológicos producidos en Kunshan y la historia de su desarrollo.
Un museo que bien podría existir en la Ciudad Industrial de Otay, ya que los clusters de Kunshan son muy similares a los de Tijuana.
Aparatos electrónicos, principalmente televisores, industria manufacturera e industria textil constituyen l a base de la economía de Kunshan.
Màs tarde, fuimos recibidos por funcionarios del gobierno de la ciudad encabezados por el vicealcalde Huang Jian.
En China el protocolo lo es todo y al igual que en Changchun, la recepciòn oficial fue vasta, elegante y estrictamente apegada al ceremonial chino.
Las comidas son de 15 o 18 tiempos en raciones moderadas que alternan verdura, carnes, caldos y frutas.
Una excursión a una fàbrica de telvisores por la tarde, antecede la salida a la ciudad de Nanjing, la cuarta urbe que visitamos en apenas tres días.
Al menos este dìa no habrá viaje en avión ni burocracia aeroportuaria, lo cual ya es ventaja.
Las horas libres son inexistentes y las horas para dormir son demasiado escasas, pero aùn asì el ànimo no decae jamàs.
En el camino a Nanjing recibo una noticia fabulosa, una noticia que me vuela la cabeza. Vamos a ser padres. En tardes como esta creo que el cielo existe.
Llegamos a Nanjing cuando caìa la noche y la recepción de las autoridades del municipio fue todo un ritual ancestral con una cena en varios tiempos que incluyò un concierto con tìpicos instrumentos chinos como el arpa de dos cuerdas.
Tras la cena, hubo tiempo para un paseo por el rìo en una tìpica canoa china que navegaba bajo los palacios de la ciudad vieja entre cientos de lámparas rojas cuya luz se diluìa en el agua.
Tras màs de 16 horas de trabajo, arribamos al hotel en Nanjing. Hasta ahora no hemos pasado dos noches en un mismo hotel o en una misma ciudad y el ritmo de trabajo ha sido intenso, pero tanta intensidad ha valido la pena y se ha visto reflejada en frutos que van màs allà de un protocolo.
Sigue la mata dando con el bosque de la China y la pinche chinita que se fue a perder...
Estas cosas escritas en Moleskine pasan un par de semanas tarde a formar parte de la cuna porquerioza.
Diario de China. Día Dos. Changchun.
La primera sorpresa que Changchun nos tenía reservada, la reveló esa norteña ciudad cuando aún volábamos sobre ella. Poco antes de aterrizar, luego del anuncio en chino del capitán, creímos descifrar entre los acertijos de ese inglés incomprensible, algo así como que en Changchun estábamos a cinco grados bajo cero. Para una comitiva de doce bajacalifornianos procedentes de la primavera tijuanense, un cinco bajo cero en abril no estaba en el presupuesto. Digo, no es que la primavera sea caliente en Tijuana, pero de ahí a un clima de tundra hay un largo trecho. Eran casi las 22:00 de un día volteado al revés y metido en una licuadora. Por favor compréndanos; habíamos salido de Los Ángeles en la madrugada del 29 de ,marzo, un día que nos fue robado en una noche eterna de 14 horas de avión al cabo de la cual llegamos a Beijing a las 5;30 de la mañana del día 30 y sin tiempo de pestañeo o retozo, cumplimos una cargada agenda en la capital olímpica, con apenas 20 minutos para ver por encimita La Ciudad Prohibida.
Pues bien, en ese estado de irrealidad que genera la falta de sueño, llegamos a Changchun y sus cinco bajo cero. Como en los viejos tiempos, bajamos por escalerita, abordamos el camión con las ideas y el ánimo congelados y luego de eternizar unos cuantos minutos arrojando vaho, llegamos al sitio donde recoges las maletas. Ahí nos esperaba ya una comitiva del gobierno de la Ciudad de Changchun, con la que Tijuana firmaría un hermanamiento al día siguiente. Los colegas de Changchun se tomaron con total solemnidad el hermanamiento y justo es decir que nos atendieron a cuerpo de rey. Pero vámonos por partes. En los 50 minutos de camino del aeropuerto al hotel, me bastó para irle tomando el pulso a nuestra nueva hermana y darme cuenta que en efecto, a Changchun le corre una sangre de incurable norteñidad. No es exquisita, bella o majestuosa, pero tiene rostro de trabajadora. Norteñota pues, sincera, con frente sudorosa, con ese pulso de brutal sinceridad carente de adornos. Changchun es puro Norte; luego entonces, algo entiende de tijuanerías. Hay cierto espíritu seductor en las ciudades industriales, un espíritu que las capitales culturales acaban por envidiarles. No son mujeres con cara de muñequitas, pero están guapas que te cagas, una belleza ruda. Así es Tijuana. Así es Changchun. Noche helada, donde hasta los neones arrojaban estalactitas. Norte de China, cerca de las fronteras de Corea del Norte y Rusia.
Hotel grandote, de hartos pisos, donde me tocó uno de los más altos y por fortuna con conexión a internet. Si tras más de 40 horas despierto yo creía que iba a dormir, estaba muy equivocado. Aún tenía que mandar a los medios bajacalifornianos las notas de nuestro primer día de trabajo en Beijing. Amanecer con menos de cuatro horas de sueño y la cabeza licuada. Desayuno y salida a visitar el néctar mismo del Detroit asiático. En Changchun hablar de una ciudad industrial es hablar de una Ciudad, una Urbe, una Metrópoli. Digo, Otay sería Tangamandapio. El corredor automotriz de Changchun es, en efecto, una ciudad hecha y derecha, tan o más grande que varias capitales provinciales mexicanas. La industria automotriz provee las casas, las escuelas, los parques, los centros comerciales, los hospitales. Todos los habitantes de esa zona de la ciudad son empleados de la fábrica, cuya producción es de un millón y medio de carros en 2009. En 2010 esperan llegar a los dos millones. Producen autos chinos, pero también son filial de la VW y producen el Audi y otras carcachas de lujo. La línea de producción es un corredor más grande que la eternidad. Jamás vi su final. Carrocerías y más carrocerías. Autos para infestar el mundo, agilidad karateka de obrero chino. Carros y carros para el planeta y Tijuana en la mira como nueva sede productora. ¿El mundo Feliz? ¿El orwelliano 1984? Esa mañana me quedó claro que con China no podemos competir en producción industrial. Si no puedes vencer al enemigo, entonces únete con él. Esa es mi bitácora de la gira.
Tras la gira por los mundos de Orwell y Huxley, tocaba el turno al protocolo y vaya que China son protocolarios. Aquí lo de ser solemnes es política de estado y tic nervioso. Vaya, eso de que te entreguen las tarjetas de presentación con las dos manos con reverencia de por medio yeso de que tú tengas que hacer lo propio y recibir la tarjeta como si te estuviesen entregando un pedazo del santo grial. La ceremonia de hermanamiento fue cosa de otro mundo, o al menos de un mundo que está al otro lado de ese donde acostumbramos vivir. Para los chinos, sus hermanos son cosa seria. Ojalá estemos a la altura a la hora de corresponderles como anfitriones. Tras la ceremonia, el banquete. Ojo mexicalenses, lo que ustedes tragan, que por cierto es bastante delicioso, es comida cantonesa. Lo que comimos allá en China poco o nada tiene que ver con eso. Cantón es una región, con sus costumbres, sus manjares, pero no representan la totalidad de la inmensa y milenaria China (en cuyo bosque la chinita se perdió y como yo andaba perdido, nos encontramos los dos) La cuestión es que nos hicimos hermanos disfrutando una comida china fusión minimal en algo así como 16 o 18 tiempos…y ustedes dirán, ¿hubo siesta, relax, o algo parecido? Ni madres. Y la gira siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Más visitas por la tarde, galerones, naves industriales, promesas de contratos y bonanzas. Oriente cruza una vez más el Pacífico rumbo a la conquista de la Baja California...
Dìa 3
Shanghai, Kunshan, Nanjing
El dìa comenzó a las 6:00 de la mañana en un hotel del Centro de Shanghai y tras un rápido desayuno, emprendemos el viaje a la ciudad de Kunshan.
Fascinante y monstruosa son dos adjetivos que resultan demasiados tibios para una ciudad como Shangai.
Redes de puentes atiborrados de carros que se enredan como una telaraña en las alturas, pantallas, anuncios espectaculares, un océano de neòn alumbrando a miles de peatones y ciclistas que se abren paso en vialidades atestadas.
Shanghai es una ciudad vertical, un desafío a las leyes de la gravedad en donde los rascacielos se diluyen en un cielo nublado.
Nos costò màs de 40minutos salir de Shanghai y tomar carretera rumbo a Kunshan en donde tenìamos la primera cita a las 9:00 de la mañana.
El caos de Shanghai contrasta con el orden de Kunshan, una ciudad que no es pequeña, pues tiene cuatro millones de habitantes, aunque frente a la sombra de su vecina, parece demasiado chica.
Kunshan se parece màs a una tìpica ciudad mediana estadounidense y pese a su vocación industrial, las àreas verdes dominan el escenario.
La primera cita del dìa, es en un museo industrial que muestra todos los adelantos tecnológicos producidos en Kunshan y la historia de su desarrollo.
Un museo que bien podría existir en la Ciudad Industrial de Otay, ya que los clusters de Kunshan son muy similares a los de Tijuana.
Aparatos electrónicos, principalmente televisores, industria manufacturera e industria textil constituyen l a base de la economía de Kunshan.
Màs tarde, fuimos recibidos por funcionarios del gobierno de la ciudad encabezados por el vicealcalde Huang Jian.
En China el protocolo lo es todo y al igual que en Changchun, la recepciòn oficial fue vasta, elegante y estrictamente apegada al ceremonial chino.
Las comidas son de 15 o 18 tiempos en raciones moderadas que alternan verdura, carnes, caldos y frutas.
Una excursión a una fàbrica de telvisores por la tarde, antecede la salida a la ciudad de Nanjing, la cuarta urbe que visitamos en apenas tres días.
Al menos este dìa no habrá viaje en avión ni burocracia aeroportuaria, lo cual ya es ventaja.
Las horas libres son inexistentes y las horas para dormir son demasiado escasas, pero aùn asì el ànimo no decae jamàs.
En el camino a Nanjing recibo una noticia fabulosa, una noticia que me vuela la cabeza. Vamos a ser padres. En tardes como esta creo que el cielo existe.
Llegamos a Nanjing cuando caìa la noche y la recepción de las autoridades del municipio fue todo un ritual ancestral con una cena en varios tiempos que incluyò un concierto con tìpicos instrumentos chinos como el arpa de dos cuerdas.
Tras la cena, hubo tiempo para un paseo por el rìo en una tìpica canoa china que navegaba bajo los palacios de la ciudad vieja entre cientos de lámparas rojas cuya luz se diluìa en el agua.
Tras màs de 16 horas de trabajo, arribamos al hotel en Nanjing. Hasta ahora no hemos pasado dos noches en un mismo hotel o en una misma ciudad y el ritmo de trabajo ha sido intenso, pero tanta intensidad ha valido la pena y se ha visto reflejada en frutos que van màs allà de un protocolo.