No hay propòsitos en puerta. Creo despuès de todo que el rumbo no requiere ser corregido, al menos no de manera radical. De momento, màs que propòsitos, tengo deseos y bastante pràcticos e inmediatos, pues tienen que ver con la furiosa tormenta que me recibirà en Tijuana si se cumplen los apocalìpticos pronòsticos. Digamos que es sano desear que no pase nada a mi hogar y sus alrededores y que el camino hasta nuestros respectivos trabajos no sea tan traumàtico. Tengo razones para estar preocupado, màxime si tomamos en cuenta que en mi colonia se derrumbò un cerro y se llevò consigo un muro. Promocasa, hija de tu reputa madre, ojalà nunca me tengas de adversario, pues te advierto que soy una piedra filosa y llena de veneno en el zapato. Por ahora, sòlo me resta esperar un vuelo sosegado. De los clàsicos propòsitos que hace la gente en estos dìas, yo omito el de la dieta, el ejercicio y de màs rituales de lo ordinario que de todas formas nadie cumplirà. Sin embargo, sì considero pertinente intentar, en la medida de lo posible, no comprar ni un solo disco o libro en un buen rato. Ello obedece a razones de ìndole pràctica, pues estos artefactos de ocio ya no caben en nuestro hogar. Mientras no mandemos hacer nuevos libreros no habrà màs compras. Ademàs, tengo una fila de libros que me darà que leer mìnimo hasta la Primavera. Ayer todavìa me hice de un par de ejemplares: Insensatez del salvadoreño Castellanos Moya y Asesinos sin rostro del sueco Mankell. Ya estoy màs que acostumbrado y familiarizado con ambos autores, asì que no espero grandes sorpresas. La ùnica sorpresa que espero, es que sean mis ùltimas adquisiciones bibliòfilas en mucho tiempo. He disfrutado este breve tiempo con mi familia. Pasa endemoniadamente ràpido el tiempo en este oasis invernal que parece tener prisa por evaporarse. Se que lo màs posible es que pase un año antes de volver a verlos y ello no deja de ser triste. Los 365 dìas de un nuevo año se muestran frente a mì como un ocèano insuperable y sin embargo, tendrà tanta prisa por acabarse como estos dìas.
Saturday, January 01, 2005
Friday, December 31, 2004
Junto a la ventana que da al Cerro de las Mitras, hoy tapada por las verdes hojas de un àrbol, escribo en el ùltimo dìa del año. Eterno Retorno cumpliò dos años el pasado 28 de diciembre, una fecha que viene como anillo al dedo, pues me recuerda que nada de lo escrito aquì debe tomarse con extrema seriedad o dramatismo. No hubo pastel de cumpleaños para Eterno Retorno. Ese dìa, en medio de una pavorosa tormenta, viajè en un aviòn traqueteante y brincolìn hasta Monterrey. Aquì estoy ahora mismo, en el cuarto de mi hermano, el mismo que durante casi siete años ocupè. Es extraño como luego de haber vivido en siete casas diferentes con mis padres, a la de Colinas de San Jerònimo la sigo considerando como la nueva casa, siendo que mi familia lleva en ella màs de 12 años. Una casa que en nada se parece a aquella que ocupamos en el triste verano de 1992. Su espacio y sus techos altos han sido aprovechados al màximo y la creatividad se respira en cada centìmetro de este hogar, lleno de un espìritu insustituible. Como si fuera un solo dìa transcurre esta fugaz visita a mi terruño. Un dìa corto, filmado en càmara ràpida que se desvanece. Por supuesto, no se podìa perdonar una incursiòn a la librerìa Gandhi. En mi bolsa de compras estàn El Golem del escritor austriaco Gustav Meyrink, El juguete rabioso del porteño Roberto Artl, Melmoth El Errabundo, cùspide y non plus ultra de la literatura gòtica, escrito en 1820 por el monje irlandès Charles Robert Maturin, El banquero anarquista de Fernando Pessoa que no necesita presentaciòn alguna y un interesante ensayo titulado Fantasmas y aparecidos en la Edad Media de Claude Lecouteux, este ùltimo cortesìa de mi padre. Cabe señalar que tambièn me aguardaba El Fausto de Marlowe que me regalò mi madre al saber que mi ediciòn quedò tirada en alguna calle de Tijuana luego de dejarla olvidada en el techo de la camioneta. Me esperaba tambièn la nueva camiseta de los Tigres, en hermoso color azul, regalo de mi padrino Josè Manuel.
Por ahora sòlo queda decirle adiòs a este 2004 que de forma tan apocalìptica se despide de la Tierra, cuyo eje de rotaciòn ha tenido a bien moverse cinco centìmetros. Siempre tengo presente que el Pacìfico no conoce de paz y esa sonrisa maliciosa que nos regala al atardecer puede ser lo mismo heraldo de inspiraciones y catàstrofes. Lo siento por las ciento veinte mil vìcitmas de Asia. Por lo que a mì respecta creo que prefiero ser muerto por la mano de la naturaleza que por la mano del hombre.
No hace falta hacer un resumen o un recuento de lo que fue el 2004. Sòlo dirè que periodìsticamente fue muy activo, que mi firma fue huesped permanente de la primera pàgina, que Carol y yo conocimos dos ciudades incomparables como son Praga y Viena, que hubo premios y reconocimientos importantes, que me fletè muchos libros, bebì mucho vino (ayer mismo un delicioso Santa Rita reserva especial) y que todas todas las mañanas del año el primer acto del dìa es un beso a mi mujer y que lo mismo sucede por las noches. Luego entonces, con lluvia o sol, con tormentas polìticas, exceso de trabajo y malos presagios, si besas a la persona que quieres cada dìa puedes concluir que tu vida es feliz. Todo lo demàs, està de màs. Y que venga, lo que venga. Un abrazo a todos, a los lectores, a los detractores y a los ocasionales e improbables visitantes de Eterno Retorno. Es hora de sacar el corcho del mejor vino de la cava. Salud.
Por ahora sòlo queda decirle adiòs a este 2004 que de forma tan apocalìptica se despide de la Tierra, cuyo eje de rotaciòn ha tenido a bien moverse cinco centìmetros. Siempre tengo presente que el Pacìfico no conoce de paz y esa sonrisa maliciosa que nos regala al atardecer puede ser lo mismo heraldo de inspiraciones y catàstrofes. Lo siento por las ciento veinte mil vìcitmas de Asia. Por lo que a mì respecta creo que prefiero ser muerto por la mano de la naturaleza que por la mano del hombre.
No hace falta hacer un resumen o un recuento de lo que fue el 2004. Sòlo dirè que periodìsticamente fue muy activo, que mi firma fue huesped permanente de la primera pàgina, que Carol y yo conocimos dos ciudades incomparables como son Praga y Viena, que hubo premios y reconocimientos importantes, que me fletè muchos libros, bebì mucho vino (ayer mismo un delicioso Santa Rita reserva especial) y que todas todas las mañanas del año el primer acto del dìa es un beso a mi mujer y que lo mismo sucede por las noches. Luego entonces, con lluvia o sol, con tormentas polìticas, exceso de trabajo y malos presagios, si besas a la persona que quieres cada dìa puedes concluir que tu vida es feliz. Todo lo demàs, està de màs. Y que venga, lo que venga. Un abrazo a todos, a los lectores, a los detractores y a los ocasionales e improbables visitantes de Eterno Retorno. Es hora de sacar el corcho del mejor vino de la cava. Salud.
Sunday, December 26, 2004
Ucrania
Más que merecido me parece el Balón de Oro otorgado al ucraniano Andriv Schevchenko, delantero del Milán. Bajo mi opinión es uno de los jugadores más completos que hay en este momento en el futbol mundial y a mí en lo particular me agrada más su estilo que el de Ronaldinho, quien fue designado por la FIFA mejor jugador del Mundo.
Sin embargo, leo la nota publicada en el suplemento Señor Futbol de Reforma y me permito disentir. Reforma se refiere a Ucrania con un país futbolísticamente débil. Tal vez han olvidado que durante años, el Dynamo de Kiev fue la base de la selección de la Unión Soviética, esa que en su camisa decía CCCP y tenía el escudo de la hoz y el martillo.
Transcribo textualmente las palabras de Reforma:
Y a pesar de que nunca podrá figurar en competencias importantes de selección por la debilidad de su país en materia futbolística, la conquista del Balón de Oro por parte de Andriy Shevchenko es sumamente merecida.
Eso de decir que jamás podrá figurar en competencias importantes me parece aventurado y erróneo. La selección Soviética que vino a México 86 y que jugó en los estadios de León e Irapuato estaba conformada por puros ucranianos. No había rusos en aquella selección. Ese equipo nacional era el Dynamo de Kiev íntegro. Desde su ucraniano entrenador el coronel Valery Lovanovsky (q.e.p.d) hasta su inolvidable portero, Rinat Dasaev, digno sucesor de la Araña Negra Lev Yashin (ese sí ruso) su implacable goleador Igor Belanov y su extremo Sergei Aleinikov. Me acuerdo mucho de aquella selección que aplastó a Hungría 6-0, que puso en predicamento a la Francia de Platini con un 1-1 que fue tal vez el mejor juego de la primera ronda del mundial mexicano y que acabó derrotada por Bélgica en tiempos extras con un polémico 4-3.
Creo que Ucrania, hoy sacudida por tensiones políticas, tiene derecho a soñar con estar en un Mundial, aunque muchos de sus jugadores históricos ya han estado, pero han competido bajo la bandera de la Unión Soviética y eso hizo que los generalizaran como rusos. Pero también en la literatura los ucranianos padecen ese karma: Cuando alguien dice Nikolai Gogol todo mundo piensa un escritor ruso. Después de todo, está incluido en toda antología de escritores rusos que se de a respetar, siendo que Gogol es orgullosamente ucraniano.
Más que merecido me parece el Balón de Oro otorgado al ucraniano Andriv Schevchenko, delantero del Milán. Bajo mi opinión es uno de los jugadores más completos que hay en este momento en el futbol mundial y a mí en lo particular me agrada más su estilo que el de Ronaldinho, quien fue designado por la FIFA mejor jugador del Mundo.
Sin embargo, leo la nota publicada en el suplemento Señor Futbol de Reforma y me permito disentir. Reforma se refiere a Ucrania con un país futbolísticamente débil. Tal vez han olvidado que durante años, el Dynamo de Kiev fue la base de la selección de la Unión Soviética, esa que en su camisa decía CCCP y tenía el escudo de la hoz y el martillo.
Transcribo textualmente las palabras de Reforma:
Y a pesar de que nunca podrá figurar en competencias importantes de selección por la debilidad de su país en materia futbolística, la conquista del Balón de Oro por parte de Andriy Shevchenko es sumamente merecida.
Eso de decir que jamás podrá figurar en competencias importantes me parece aventurado y erróneo. La selección Soviética que vino a México 86 y que jugó en los estadios de León e Irapuato estaba conformada por puros ucranianos. No había rusos en aquella selección. Ese equipo nacional era el Dynamo de Kiev íntegro. Desde su ucraniano entrenador el coronel Valery Lovanovsky (q.e.p.d) hasta su inolvidable portero, Rinat Dasaev, digno sucesor de la Araña Negra Lev Yashin (ese sí ruso) su implacable goleador Igor Belanov y su extremo Sergei Aleinikov. Me acuerdo mucho de aquella selección que aplastó a Hungría 6-0, que puso en predicamento a la Francia de Platini con un 1-1 que fue tal vez el mejor juego de la primera ronda del mundial mexicano y que acabó derrotada por Bélgica en tiempos extras con un polémico 4-3.
Creo que Ucrania, hoy sacudida por tensiones políticas, tiene derecho a soñar con estar en un Mundial, aunque muchos de sus jugadores históricos ya han estado, pero han competido bajo la bandera de la Unión Soviética y eso hizo que los generalizaran como rusos. Pero también en la literatura los ucranianos padecen ese karma: Cuando alguien dice Nikolai Gogol todo mundo piensa un escritor ruso. Después de todo, está incluido en toda antología de escritores rusos que se de a respetar, siendo que Gogol es orgullosamente ucraniano.
Estereotipos navideños
En el blog de El árbol leo una interesante reflexión sobre los estereotipos de la Navidad. A menudo nos pintan la Navidad con paisajes nevados, casas de doble teja con chimenea, niños en trineos y renos, siendo que son una minoría los países donde se viven de esa forma las fiestas decembrinas. En el Hemisferio Sur y en los países cercanos al Ecuador o los Trópicos la Navidad es caliente.
Esto de los estereotipos navideños ha dado lugar a más de una controversia y me hecho recordar las rabietas de nuestras priistas autoridades educativas, que querían darle un sentido nacional a la Navidad.
Recuerdo que en la primaria, por iniciativa de la Secretaría de Educación, siempre tan ridículamente nacionalista (yo estudiaba primaria en tiempos de López Portillo y De la Madrid, tómenlo en cuenta), nos convocaban a concursos de adornos navideños y dibujos. La única condición era que no podíamos incluir bajo ningún motivo elementos extranjerizantes, léase pinitos de Navidad, Santacloses y duendes, pues atentaban contra el sentido patriótico de nuestras costumbres. Tampoco podíamos incluir en esos concursos oficiales elementos religiosos, léase niños dioses y vírgenes, pues atentaban contra el sentido laico del Artículo 3. Así las cosas, te dejaban un margen de acción limitadísimo que te obligaba a dibujar pastorcitos prietos con sombrero y zarape quebrando piñatas de estrella y tragando tamales, algo absolutamente improbable en la orgullosamente texana Monterrey, donde son más proestadounidenses que Bush y donde la Navidad es más gringa que en Houston. Así las cosas, por no herir la sensibilidad patriotera de la SEP y tener una mínima posibilidad de ganar, ahí nos tienes a los niños regios de escuela privada dibujando una supuesta Navidad mexicana que jamás habíamos visto ni vivido en nuestras vidas. Crecimos con Santa Claus y no con los Reyes, con pavo, con pinito de Navidad y nada sabíamos de esas piñatotas de estrella.
Las más bellas navidades
En 1986 fuimos a pasar la Navidad a Groton Massachussets con la familia Davy. Esa ha sido una de las mejores navidades de mi existencia. Por primera vez viví una Navidad absolutamente pintoresca en un pueblito típico hasta decir ya como es Groton, en el mismísimo corazón de Nueva Inglaterra, dentro de una casa de madera, con techo de doble teja, situada en lo alto de una colina nevada, en donde hicimos monos de nieve y me deslicé sobre un pequeño trineo que me regalaron mis tíos. Fue una Navidad de pintura. Inolvidable. Sólo faltó ver el trineo de Santa Claus surcando los cielos.
En 1995, como ya he narrado, pasé la Navidad en la sierra chihuahuense, en el pueblo tepehuán de Baborigame. Es una aldea apartada de todo, sin servicios públicos y con una temperatura gélida. No había pinitos con esferas, pero sí miles de pinos en las colinas. No había pavo, pero sí tamales. No había Santa Claus, pero sí mucha calidez humana. Entonces me sentí en el cuento Navidad en las Montañas de Ignacio Manuel Altamirano y ha sido sin duda la Navidad más feliz de mi vida adulta.
En el blog de El árbol leo una interesante reflexión sobre los estereotipos de la Navidad. A menudo nos pintan la Navidad con paisajes nevados, casas de doble teja con chimenea, niños en trineos y renos, siendo que son una minoría los países donde se viven de esa forma las fiestas decembrinas. En el Hemisferio Sur y en los países cercanos al Ecuador o los Trópicos la Navidad es caliente.
Esto de los estereotipos navideños ha dado lugar a más de una controversia y me hecho recordar las rabietas de nuestras priistas autoridades educativas, que querían darle un sentido nacional a la Navidad.
Recuerdo que en la primaria, por iniciativa de la Secretaría de Educación, siempre tan ridículamente nacionalista (yo estudiaba primaria en tiempos de López Portillo y De la Madrid, tómenlo en cuenta), nos convocaban a concursos de adornos navideños y dibujos. La única condición era que no podíamos incluir bajo ningún motivo elementos extranjerizantes, léase pinitos de Navidad, Santacloses y duendes, pues atentaban contra el sentido patriótico de nuestras costumbres. Tampoco podíamos incluir en esos concursos oficiales elementos religiosos, léase niños dioses y vírgenes, pues atentaban contra el sentido laico del Artículo 3. Así las cosas, te dejaban un margen de acción limitadísimo que te obligaba a dibujar pastorcitos prietos con sombrero y zarape quebrando piñatas de estrella y tragando tamales, algo absolutamente improbable en la orgullosamente texana Monterrey, donde son más proestadounidenses que Bush y donde la Navidad es más gringa que en Houston. Así las cosas, por no herir la sensibilidad patriotera de la SEP y tener una mínima posibilidad de ganar, ahí nos tienes a los niños regios de escuela privada dibujando una supuesta Navidad mexicana que jamás habíamos visto ni vivido en nuestras vidas. Crecimos con Santa Claus y no con los Reyes, con pavo, con pinito de Navidad y nada sabíamos de esas piñatotas de estrella.
Las más bellas navidades
En 1986 fuimos a pasar la Navidad a Groton Massachussets con la familia Davy. Esa ha sido una de las mejores navidades de mi existencia. Por primera vez viví una Navidad absolutamente pintoresca en un pueblito típico hasta decir ya como es Groton, en el mismísimo corazón de Nueva Inglaterra, dentro de una casa de madera, con techo de doble teja, situada en lo alto de una colina nevada, en donde hicimos monos de nieve y me deslicé sobre un pequeño trineo que me regalaron mis tíos. Fue una Navidad de pintura. Inolvidable. Sólo faltó ver el trineo de Santa Claus surcando los cielos.
En 1995, como ya he narrado, pasé la Navidad en la sierra chihuahuense, en el pueblo tepehuán de Baborigame. Es una aldea apartada de todo, sin servicios públicos y con una temperatura gélida. No había pinitos con esferas, pero sí miles de pinos en las colinas. No había pavo, pero sí tamales. No había Santa Claus, pero sí mucha calidez humana. Entonces me sentí en el cuento Navidad en las Montañas de Ignacio Manuel Altamirano y ha sido sin duda la Navidad más feliz de mi vida adulta.