Eterno Retorno

Friday, January 28, 2022

Murió Alex DePue, el moderno Paganini

 


Ayer en la madrugada, en el kilómetro 63 de la carretera escénica  Tijuana-Ensenada murió  Alex DePue, un talentosísimo violinista estadounidense. Conocido como The Fiddler, el Moderno Paganini solía hacer un creativo dueto con el guitarrista Miguel de Hoyos, tío de Carol. Guitarra y violín se coordinaban en vertiginosa armonía. La noche anterior a su muerte había tocado en San Diego. Sobre el accidente solo se sabe que fue una volcadura cuya causa es aún indeterminada. No había alcohol de por medio. Como siempre, muchas más dudas que certezas hasta que se emita el parte oficial de defunción  y hasta ahora solo medios estadounidenses han hecho eco de la muerte del talentoso músico. Dentro del carro destrozado yacían dos violines. Horas antes había tocado su último concierto.  La única certidumbre es que hemos perdido a un virtuoso.

Por cierto, DePue no fue ayer el único muerto en esa carretera. Ayer Carol manejaba  rumbo a la oficina y a la altura de Puerto Nuevo vio un fatal accidente que acababa de ocurrir pocos minutos antes.  Un Honda azul yacía prensado y en su interior dos cadáveres que Carol alcanzó a ver. Piloto y copiloto, despedazados y sangrantes. Tan fuerte fue el impacto que ni siquiera las bolsas de aire y el cinturón de seguridad fueron suficientes para salvarles la vida. En un portal rosaritense de noticias se dijo que uno de los muertos era DePue, pero la información es inexacta. El violinista murió horas antes en otro accidente en esa misma carretera, muy cerca de donde está la célebre Casa del Diablo.

Lo cierto es que a la muerte sinfín de la narcoguerra y el crimen desorganizado, debemos sumar las ordinarias tragedias de nuestra hermosa carretera en donde transcurre nuestra vida cotidiana. Es una de las autopistas más hermosas de México pues la vista panorámica del Pacífico es impresionante, pero también de las más mortíferas. En la carretera federal y sobre todo en la libre la muerte está a la orden del día. Además de los choques y volcaduras, hay accidentes provocados por los modernos salteadores de caminos que ponen objetos en medio del pavimento o disparan a las llantas de los carros para asaltarlos, aunque la autoridad se aferre a negarlo. Por esa carretera vamos y venimos todos los días y si algo aprendimos en Mulegé, es que en una fracción de segundos tu vida literalmente se vuelca al vacío.  

La fatalidad está a la orden del día en este enero de navaja tan afiliada

Un ventarrón de Santa Ana frío sopla desde la madrugada arrastrando objetos y bultos por las calles. Más de 110 homicidios en lo que va del mes tan solo en Tijuana, dos periodistas ejecutados por la espalda,  los hospitales públicos otra vez infestados, Ucrania y Rusia en pie de guerra y por si fuera poco  ayer arrollaron a un pobre gato frente a nuestra casa. The Triumph of the Death mandan decir Pieter Bruegel y Hellhammer. Vale la pena tener a la Muerte como consejera recomienda Don Juan Matus, porque siempre va caminando a nuestro lado, cada vez más cerquita, hasta que nos toca el hombro.

“Un cóncavo minuto del espíritu

Que una noche impensada

al azar y en cualquier escenario irrelevante

-en el terco repaso de la acera

en el bar entre dos amargas copas

o en las cumbre peladas del insomnio

ocurre, nada más madura, cae sencillamente

como la edad, el fruto y la catástrofe”

José Gorostiza, Muerte sin fin

(Historia triste, diría Eskorbuto).

El estado bruto de la palabra y el fluir de los pensamientos

 


En medio de este enero hostil de puño al aire y cuchillo desenvainado, el canijo Juglar sigue en plan pataperrero y hoy me encuentro con esta chingona reseña que incluyen mis colegas de Publishers Weekly y que comparte Mau Bares. Dicen algo sobre un “…un dispositivo verbal que logra reflejar el estado bruto de la palabra y el fluir de los pensamientos y por ese camino, instaurar un orden literario en un caos aparente”. Ustedes lo han dicho colegas: de eso se trata este arado marino que me da por emprender cada día.

Thursday, January 27, 2022

¿Podrá atar cabos Atalo? Tantísimas dudas y ninguna certeza.

 


En los días de este enero tan hostil me ha dado por releer los libros del colega Javier Valdez Cárdenas y me patea en el alma  ver la dedicatoria general que escribió en la primera página de su libro Narcoperiodismo: A los periodistas mexicanos valientes y dignos, exiliados, escondidos, desparecidos, asesinados, golpeados, atemorizados y pariendo historias, a pesar de la censura y los cañones oscuros.” Menos de un año después de la publicación de ese libro, los cañones oscuros acabaron con la vida de Javier. En su libro yacía su propio epitafio. Del 2000 a la fecha, la organización Artículo 19 ha documentado 148 asesinatos de periodistas en México. De ellos 136 son hombres y doce son mujeres. ¿Qué pensaría el gran Javier de todo lo que está pasando? Aún me estremece ver la fotografía del sombrero ensangrentado en esa calle de Culiacán.  Lo terribles es que desde que Javier fue asesinado, el 15 de mayo de 2017,  la masacre no ha parado.

Por lo pronto, el gobierno estatal ha anunciado la creación de una fiscalía especializada para la investigación de estos crímenes. Miren colegas, no se trata de echar la sal o de aguar las buenas intenciones, pues todos en verdad  deseamos que estos crímenes se esclarezcan, pero si revisamos la historia desde los tiempos del infortunado Colosio, la triste realidad es que cuando en este país se crea una fiscalía especializada, es sinónimo de ambigüedad, tortuguismo, enredos laberínticos  y cero resultados. El reto es duro y de lo más complejo, pues también existe el riesgo de que la extrema presión política y mediática apure a la fiscalía especializada a sacar de la manga una resolución precipitada y mal armada en donde se fabrique un culpable. 

El fiscal especial bajacaliforniano se llama Atalo Machado Yépez y yo pregunto como mi colega Chirinos ¿Podrá atar cabos Atalo? Tantísimas dudas y ninguna certeza.

Wednesday, January 26, 2022

La ira es energía y te arroja a la calle

 


 

Hoy quedó claro que las balas  cobardes que acabaron con las vidas de Lourdes y Margarito nos hirieron en lo profundo a todos nosotros. Hoy quedó claro que el coraje y la dignidad no se amedrentan ni se acobardan. La ira es energía y te arroja a la calle. Sí, en tiempos del ágora digital tiene muchísimo más sentido y significado salir a la calle, hacerte presente en cuerpo y alma en el corazón de tu ciudad. Hay días que hacen  Historia (así, con mayúsculas) y ayer fue uno de ellos. A lo largo de nuestra vida los reporteros solemos cubrir y retratar cientos de protestas ciudadanas y manifestaciones de todas las filias y colores, pero no es muy común que seamos nosotros quienes salgamos a marchar y a protestar. Mucho menos que en tantas ciudades de México haya manifestaciones simultáneas. Eso yo no lo había visto.  En esta semana trágica en que tres periodistas han sido asesinados he vuelto a ver a colegas que no veía desde hacía muchísimos años pero también he visto a muchos jóvenes y mientras van marchando los reporteros nunca dejan de narrar e informar.  Durante los años en que pateaba calle cubriendo la nota diaria nos veíamos muy a menudo, cada quien en su trajín, pero fue sui géneris verlos de pronto a a todos en el mismo sitio,  más de dos centenares de colegas juntos marchando hombro con hombro por Paseo de los Héroes. Muy triste el motivo del reencuentro pero significativo poder comprobar que hay unión y solidaridad.  Nuestras trincheras, filias, estilos  y caminos de vida pueden ser distintos, pero hoy nos une el sentirnos agredidos y heridos porque la mafia asesinó a  compañeros de oficio. Entre los muchos colegas que reencontré, ayer platiqué con Alberto Sarmiento y entonces recordé que yo estaba en su oficina la mañana del 22 de junio de 2004 cuando recibimos la llamada informándonos que acababan de asesinar a Francisco Ortiz Franco. Han pasado casi 18 años desde entonces, el oficio ha cambiado muchísimo y demasiados colegas han sido asesinados en diferentes partes de México. La vida muerde fuerte en estos tiempos tan rudos, pero anoche rebrotó el coraje y el orgullo de ejercer este oficio y me quedó claro que uno es reportero hasta el último día de su vida.

Tuesday, January 25, 2022

Les juro que hace falta una dosis de quijotesca locura para ser reportero en un país como éste.

 


 

1- Lourdes Maldonado fue la última en tomar el micrófono durante la vigilia en homenaje a Margarito en la glorieta de las Tijeras. Ante las veladoras encendidas, su propuesta fue honrar al colega cada 17 de enero otorgando el premio “Margarito Martínez Esquivel” al fotoperiodista tijuanense que logre la mejor o más oportuna foto policiaca del año. Al momento de tomar la palabra a Lourdes le quedaban menos de 48 horas de vida. Sin saberlo, era el último acto público de su vida, su despedida ante el gremio. Los mismos reporteros que la escuchaban esa noche estarían dos días después cubriendo la noticia de su cobarde asesinato frente a las puertas de su casa. Una pregunta fatal impregna el aire: ¿quién sigue?

2- A Margarito y a Lourdes los mataron afuera de sus hogares y a bordo de sus vehículos. Margarito se iba yendo y Lourdes iba llegando. Sin duda fueron acechados como presas en cacería. Imagino a sus asesinos espiando sus movimientos, aguardando el instante oportuno para abrir fuego. Puedo apostar que en ambos casos se trató de sicarios con experiencia. Gente que sabe matar y sobre todo gente confiada en que por estos rumbos asesinar no tiene consecuencias, pues un manto de impunidad les cobija.

3- El de Margarito fue el homicidio número 75 y el de Lourdes el número 99 en lo que va de enero tan solo en el municipio de Tijuana. El número 100 se cometió pocas horas después, la madrugada del 24 en el bar Camelia, donde una mujer de 21 años llamada Sayra (de la que nunca nadie volverá a hablar) fue baleada. Al momento en que escribo esto deben ir ya 105 asesinatos y la única certidumbre, atendiendo al fatal promedio, es que hoy van a matar a alguien en esta ciudad y mañana también. Aquí no hay día sin crimen. Alguien que en este momento está respirando pronto va a dejar de hacerlo. Alguien que ahora mismo duerme, desayuna, camina, maneja, coge o se droga, va a ser asesinado dentro de unas horas. Vivimos en una ciudad donde matan gente; una ciudad donde la vida vale poco; poquísimo. Bueno, me permito ampliar el concepto: vivimos en un país donde matan gente; un país donde la vida vale poco; poquísimo o en realidad, nada. Mucha razón tenías José Alfredo: la vida no vale nada por estos rumbos. Muerte sin fin, diría José Gorostiza. Sospecho que no es sencillo ejercer el periodismo en una ciudad y en un país como éste.

4- Esta tarde, en muchas ciudades de este país donde la vida vale tan poco, varios miles de personas marcharemos. Lo haremos porque al parecer todavía nos corre un poco de sangre en las venas y aún no tenemos anestesiada la capacidad de indignarnos. Cuando la tristeza y la rabia muerden, el único camino posible es salir a la calle. Es duro ser reportero por estos rumbos. Durante más de década y media me gané la vida ejerciendo este oficio, pateando calle en la nota diaria y conozco las malquerencias de este camino de vida. El asesinato es lo que más indigna porque la vida no es recuperable, pero hay muchas formas de ir matando lentamente al periodista. Sé bien que la primera trinchera de hostilidad y censura para un reportero suele estar en la empresa para la que trabaja (si es que aún trabaja para alguna), que sin duda le paga un sueldo de hambre a menudo sin prestaciones y que lo mandará a la guerra sin protección alguna. Al reportero le quedará claro que hay ciertos personajes intocables, que el honorable empresario que le compra publicidad a su periódico exigirá su despido si alguna vez se atreve tocarlo. También entenderá que el poder (priista, panista o morenista) gasta millones en la autoalabanza y suele premiar al aplaudidor y linchar al que lo cuestione. No puedo tener confianza en un gobierno que se rasga las vestiduras por el asesinato de periodistas cuando cada mañana el gran predicador nacional expone, calumnia e insulta a todo aquel comunicador que se atreve a cuestionarlo o a no aplaudirlo y adorarlo. No, no caigo en la tentación de idealizar al periodismo. No, no nos cubre un aura santidad y heroísmo, pero casi siempre nos cubre una de dignidad y valentía. De acuerdo, somos (o podemos ser) unos cabronazos, pero les juro que hace falta una dosis de quijotesca locura para ser reportero en un país como éste.

Yo sumo años, kilos y cajetillas de cigarros; sumo amaneceres y contemplaciones de cadáveres

 


En mi vida ha habido solo tres constantes: el tabaco, la noche en vela  y los muertos. Todo lo demás se ha ido  (alguna vez o para siempre)  por el resumidero existencial que todo lo chupa. Claro, hay también tercos y recurrentes retornos tras largos exilios, como suele ocurrir con las pachas de whiskocho malandro que han vuelto a mojar  mis madrugadas o la relectura de ciertas noveluchas policíacas que me volaron la chompa a los 20 años.  También hay reencuentros con viejos colegas de antaño - patéticamente nostálgicos-  que suelen producirse en los funerales de otros viejos colegas a los que la factura por la mala vida les llegó más alta o con más prisa. Cierto, sigo siendo más o menos fiel a las tres taquerías de siempre y a un par de cantinas que en algún momento me contaron como parte de su inventario en la barra, pero también de esos abrevaderos y comederos me he ausentado por temporadas, a veces demasiado largas.  

El tren del tiempo se encarga de transformar y desbarrancar mucho de lo que somos o creemos ser hasta volvernos irreconocibles. Mi masa corporal pesa más del doble que hace 30 años (y conste que flaco nunca he sido) y muy atrás han quedado los sacos de cuadritos detectivescos y los zapatos bostonianos que solía utilizar cuando era un novato de la nota roja y me preocupaba por ir  con una facha de personaje noir. Hoy suelo vestir invariablemente  pants y tenis. Asumo que un soldado multiusos del turno nocturno que desempeña tres trabajos por el sueldo de uno, tiene derecho a vestirse como le da su reglada gana. Lo cierto es que hoy  apenas me parezco a mí mismo.   Aun así, mofletudo e hinchado, mi hija Catalina dice que el brillo de mis ojos y mis risas socarronas son idénticas a las de mis escasas fotos de jovencito. Aún inmerso en la más mórbida de las madureces, tu sonrisa delata al niño ilusionado que algún día fuiste.

Creo recordar que algún escritor mexicano (quien sin duda no es policiaco y por lo tanto no he leído ningún libro suyo) dijo algo así como que “uno es una suma mermada por infinitas restas”. Bueno, yo sumo años, kilos y cajetillas de cigarros. Sumo amaneceres y contemplaciones de cadáveres, pero todo lo demás, supongo, son restas, merma pura.  

Hubo una época en que yo podía todavía contar los muertos que había visto en mi vida. La primera fue mi abuela y claro, mientras la miraba escuchaba a mi madre decirme que “ella está como dormida pero en realidad ya no está aquí entre nosotros, pues ahora vive en el cielo” y yo la miraba y en efecto, podía tratar de creer que estaba durmiendo, pero alguna intuición oculta a mis seis años de edad me hizo saber  que el de mi abuelita no era el rostro del sueño profundo; era el rostro de la Muerte y ese es inconfundible y jamás se niega a sí mismo ni se oculta con máscaras ni sabe maquillarse. La Muerte es siempre la Muerte por más clasificaciones que queramos adjudicarle.

Sunday, January 23, 2022

Mil dudas y una sola certeza: hay algo podrido en Tijuana.

 


Las puertas del infierno están abiertas y los demonios andan sueltos en Baja California. La noche del viernes volví a ver a Lourdes Maldonado después de muchísimos años. Fue durante la vigilia en honor de Margarito Martínez en la glorieta de las Tijeras. Ahí Lourdes tomó el micrófono y habló fuerte como es su costumbre. Menos de 48 horas después recibo la noticia de su muerte. Sin información oficial aún, lo que se sabe es que Lourdes Maldonado fue ejecutada de un disparo en la cabeza afuera de su domicilio en Santa Fe. La misma cofradía de colegas que el viernes acudieron al entierro de Margarito, ahora están en la puerta de la casa de Lourdes recabando los primeros datos sobre su asesinato. Mucho más no se sabe. Así es la vida de los reporteros tijuanenses.

Conocí a Lourdes en 1999, cuando era reportera de Televisa Tijuana. Brava, polémica, echada para adelante y muy de armas tomar. La recuerdo muy cercana a Jorge Hank durante el XVIII Ayuntamiento, que fue cuando más nos tocaba coincidir en Palacio Municipal. No éramos amigos pero respetaba su trabajo.

¿Qué carajos está pasando? Dos periodistas tijuanenses asesinados en la puerta de sus respectivos domicilios en menos de una semana. Dos periodistas que ya habían manifestado públicamente temer por sus vidas. No voy a sacar conclusiones ni a arrojar hipótesis. Para eso hay una Fiscalía y un nuevo fiscal que tiene mucha tarea por delante. Ni en su peor pesadilla se imaginó Iván Carpio las brasas ardientes que ahora tiene en sus manos. Doña Blanca anda de parranda en nuestra ciudad. Mil dudas y una sola certeza: hay algo podrido en Tijuana.