Eterno Retorno

Monday, March 17, 2014

Rimbauds, macedonios y papasquiaros- Por Daniel Salinas Basave (publicado en Palabra)

Poseído por hadas o demonios, un poeta garabatea versos sublimes en la arrugada servilleta de una fonda pobre o en el reverso de una nota de consumo. El papel rayado con caótica caligrafía es olvidado en la mesa o arrojado a la basura. Acaso alguien lo encuentre, aunque lo más probable es que se pierda para siempre. Al poeta poco le importa y sigue su camino desparramando líneas mostrencas en las esquinas de una ciudad hostil. La imagen es recurrente, diríase hasta prototípica. Creadores que viven la literatura como un ataque epiléptico, un arrebato incontrolable ante el cual es inútil todo intento de resistencia. Ajenos a procesos o disciplinas escriturales, simplemente se inmolan en el altar de sacrificios de la pasión literaria. Su obra completa yace escrita con pluma azul en hojas arrancadas de cuadernos escolares y su mejor poema es a menudo su propia vida errabunda. Arthur Rimbaud es sin duda el santo patrono de los creadores demenciales, Ícaros cuyas alas emergentes ardieron en llamas cuando su vuelo alucinante intentó llegar al Sol. Rimbaud es el extremo de la cuerda, el non plus ultra de la poesía vivida como fiebre cuando en su arrebatada adolescencia, inmerso en un idilio autodestructivo con Paul Verlaine, logró hablarse de tú con el Infierno y anticiparse medio siglo al surrealismo. Aunque no fue un enfant terrible ni un vampiro maldito, el argentino Macedonio Fernández labró su leyenda de bardo de servilleta, genio casi ágrafo cuya hoja de vida lo emparenta con los personajes de ficción. Macedonio, sin embargo, fue un personaje real, un Sócrates moderno que prefirió el pensamiento a la escritura. Acaso su posteridad se la deba enteramente a Borges, quien se encargó de construir su leyenda al nombrarlo mentor e influencia mayor de su obra. Tal vez la encarnación mexicana del teporocho iluminado sea Mario Santiago Papasquiaro, seudónimo de José Alfredo Zendejas, el detective salvaje inmortalizado por Roberto Bolaño en el personaje de Ulises Lima. Fundador del infrarrealismo, encarnación del vagabundo demente, Papasquiaro (autonombrado así en honor a la tierra natal de José Revueltas) hizo de su vida callejera el auténtico real visceralismo mientras caminaba kilómetros y kilómetros por el DF, cruzando avenidas entre carros en movimiento, llamando de madrugada a sus amigos para recitarles poemas que después olvidaba. Ajenos a toda noción de carrera literaria, peleados a muerte con el mundo real y repelentes a toda forma de éxito o trascendencia, los iluminados de la servilleta se limitaron a transformar en garabato el dictado de sus caóticas musas. Acaso el culto y la adoración a Roberto Bolaño se explique en la vocación del chileno por homenajear y dar voz a los proscritos de la literatura, los vocacionales perdedores que en su derrota vivieron la poesía con la intensidad que las “vacas sagradas” jamás conocieron y prefirieron consumirse antes que dormir oxidados.

Sunday, March 16, 2014

Sergio visita la casa de Asterión (publicado en Palabra)

Un domingo cualquiera, a mediados del siglo pasado, un joven de 18 años viajaba en autobús de Córdoba a la Ciudad de México. Durante una parada en Tehuacán, el muchacho compró un periódico para matar el tiempo y de repente se encontró entre sus páginas con un cuento que lo hizo sentir “como una corriente eléctrica recorriendo todo el sistema nervioso”. Esa lectura fue, en sus propias palabras, el mayor deslumbramiento de su juventud. “Exultaba una felicidad que ninguna lectura me había producido. Aquellas palabras: ¿Lo creerás, Ariadna –dijo Teseo-, el Minotauro apenas se defendió, dichas de paso, como al azar, revelaban el misterio oculto del relato: la identidad del extraño protagonista y su resignada inmolación”. El cuento que transformó la vida de ese muchacho y su manera de concebir la literatura es La casa de Asterión de Jorge Luis Borges. El joven deslumbrado por la revelación borgeana se llama Sergio Pitol, pero el detalle atípico de la historia es que ese cuento alucinante fue leído en un periódico, concretamente en el suplemento México en la Cultura, dirigido por Fernando Benítez. Un periódico comprado en una central camionera contenía entre sus páginas un cuento capaz de encausar una de las más fructíferas vocaciones literarias que ha dado este país como es la de Pitol. Hubo un tiempo en que los periódicos fueron puerta de entrada y camino hacia universos culturales ignotos. Por increíble que resulte, la expresión periodismo cultural podía escucharse como pleonasmo. El papel periódico fue alguna vez el territorio natural de la literatura. Casi toda la pléyade literaria del Siglo XIX, desde el ancestral Fernández de Lizardi a la generación de literatos liberales como Guillermo Prieto, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio e Ignacio Manuel Altamirano, publicaron toda su obra en periódicos, al igual que Dickens lo hizo en Inglaterra. En los tiempos en que el joven Pitol lo leyó por vez primera, Borges era un autor desconocido en México y su puerta de entrada a este país, al igual que la de tantos autores de vanguardia, fue un suplemento cultural. Hubo sin duda una época de oro de los suplementos culturales en México, cuando las salas de redacción eran el hábitat natural de personajes como Vicente Leñero o Carlos Monsiváis. No quiero caer en la plañidera nostalgia de “todo pasado fue mejor” y señalar que en la actualidad conozco a no pocos directores y editores de periódicos que nunca han leído ni leerán un libro en su vida y a mil y un reporteros con pésima ortografía. Cierto, hoy es improbable descubrir en un periódico a un nuevo Borges, pero a cambio puedo navegar en las páginas de suplementos como Babelia, Revista Ñ y seguir a una infinidad de blogueros con afinidades intelectuales. Además, la mejor noticia es que en Ensenada tenemos a Palabra, llevando en alto la bandera del buen periodismo cultural como una suerte de aldea de Astérix, una atípica e improbable isla en el Pacífico que hace disfrutables los domingos y por la que hoy bien vale la pena descorchar un vinito del Valle por sus tres años. Enhorabuena colegas y felicidades. DSB