Fatal conciencia de los ciclos. La vida se reduce a unas cuantas repeticiones y el 1 de enero lo espeta con brutal desparpajo. Moler el grano del café, hervir el agua, jurar que la mañana no solo arrastra percudidas sábanas de nubes, que el nuevo día es un desparrame de mil y un colas de cetáceos rebosantes de historias por narrar.
Mi mano sosteniendo el molinito electrico, la cuchara desafiando la negritud del potaje, la cuarta taza del año hirviendo entre cúpulas praguenses de caricatura. Luna Bohemia, deformes estrellas de chamaquito impresionista. Praha I was there.
Volver a la tacita de antaño es el primer síntoma de cambio, todo para comprobar que el 1 de enero es obsesivamente fiel a sí mismo. Las primeras horas del año escupen con descaro el mimetismo del Eterno Retorno, la clonación de una existencia ecuatorial, la voluntad de creer en nuevos comienzos. Empezar de cero, inmaculado y sin gol en contra. Al menos por unos segundos Tijuana podrá presumir cero homicidios en el año, pero al momento de escribir estas palabras debe sumar varios. La primera sangre, los primeros gritos, el despelleje del absurdo negándose a sí mismo. La eterna intentona de control y moderación, la patraña de no ceder a la viciosa pachorra, de contener la gula y el teporochesco afán. Leer con orden y materializer en párrafos publicables cada minuto frente a la pantalla. Asesinar calorías y compulsivas siestas. Encerrar en una jaula al perro cuervo de la dispersión e invocar pequeñas muertes que al menos superen en frecuencia a las tormentas de nieve en la Laguna Salada. Ser volcancito en perpétua erupción, leer a Calasso y a Levrero, teclear por vez primera el orden exacto de las letras que forman una palabra nunca antes escrita, poner un candado a mi compulsión por expresiones tales como “pepenar, yaciente, mil y un, canija, aferre, aleatoriedad, desparrame, desbarrancadero, Bartleby, Tigre, Whisky, prófugo, furtivo, furtividad, abismal vacío, duermevela”. Limitado inventario de palabrería el mío. Leer a Sada y a Falco, Narrativas de alto riesgo y el Lautaro de Gardea y el Short Cuts de Carver. Novelar, como el Detective Acuario, las falsas teorías sobre mí mismo y proceder con Juan al reparto de utilidades del siempre furtivo deseo (pero se supone que ya no iba a escribir furtivo y furtividad) Componer una balada para el quinto café tibio con tendencia a helado quien pese a a sus lágrimas me jura no estar triste como el de Carson. Leer las seis propuestas millennial de Calvino y poner una zanahoria sobre el desnarizado muñeco de Nesbo. El nuevo thriller escandinavo hablará sobre el mono de nieve que resiste sin derretirse en medio de la carretera a San Luis Río Colorado. Sobre esas cosas, (y también sobre un vampírico trava gordinflón e inválido) voy a jurar escribir, pero tú y yo sabremos que no lo hare nunca. La nonata narrativa los dejará esperando una vez más, Penelopeada en la estación por donde el tren del idilio y el Carpe Diem pasó hace tantísimos ayeres.