Eterno Retorno

Friday, July 01, 2016

Siempre he creído en la existencia de un duende o chaneque detrás de las serendipias literarias. Los libros olvidados se dejan encontrar e irrumpen en nuestro camino en el momento preciso: ni antes ni después. La idea de encontrar una vieja novela entre los apolillados cerros de la calle Donceles es de estirpe borgeana. Una historia de Umberto Eco o Ítalo Calvino bien puede comenzar así. “Tijuana, la ciudad maldita”, novela que habla del asesinato de un periodista bajacaliforniano cometido en la era de Braulio Maldonado, yace entre las toneladas de antiguallas librescas que se ofrecen en el centro histórico. La novela se publicó en 1956 y nunca fue reeditada, pero exactamente 60 años después, un día del verano de 2016, mi colega Jaime Delgado, quien ha viajado a la Ciudad de México para recibir un reconocimiento del Senado, la encuentra en la librería de viejo. La paradoja es que Jaime lleva bajo el brazo un libro nuevo y recién salido de la imprenta que acaba de comprar, una novela llamada Vientos de Santa Ana, publicada hace unas cuantas semanas, cuyo punto de partida es el asesinato de un irreverente columnista en Tijuana. Un círculo se cierra. La impunidad no tiene fecha de caducidad. Es posible que un gran arqueólogo de la literatura bajacaliforniana como es Gabriel Trujillo o acaso Félix Berumen la tengan entre sus reliquias, pero al menos yo desconocía la existencia de Tijuana, ciudad maldita. Un cuartero temático podría completarse con Tijuana crimen y olvido de Luis Humberto Crosthwaite y Pretexta o el cronista enmascarado de Federico Campbell. En cualquier caso, este paralelismo de 60 años me hace recordar dos cosas: una, que la impunidad parece ser eterna. La otra es que aunque la posteridad suele ser bastante impredecible e hija de puta, mientras un libro exista, así sea en un cementerio de humedad y polilla, el improbable y alucinante milagro de la lectura es susceptible de consumarse. Mejor ni ceder a la tentación de imaginar el manto del olvido que nos cobijará en el mundo sin letra impresa del 2076, donde acaso habrá cementerios digitales, desmemoria e impunidad. Gracias Jaime por esta historia. http://www.periodismonegro.mx/2016/06/la-prostitucion-y-el-periodismo-en-baja-california-dos-noveles-negras-de-baja-california/ En la Ciudad de México llegaron a mis manos dos libros: “Vientos de Santa Ana” del periodista Daniel Salinas Basave, edición 2016, en una librería frente al Palacio de Bellas Artes; y “Tijuana, La Ciudad Maldita” editado en 1956 y como autor el reportero Carlos Ortega. Esta obra de 2 mil ejemplares la localicé en un negocio en la calle Donceles, que vende y compra ejemplares del siglo XVIII, XIX y XX. El libro estaba perdido en un estante con temas de Baja California, estaba el diminuto cuerpo de papel amarillo de hace 60 años. Por Jaime Delgado MEXICALI.- Dudo que Daniel Salinas Basave haya conocido al colega Carlos Ortega G. pero tuvieron algo en común, el primero es un reportero que en 1999 vino a probar suerte en el periodismo a Baja California, y el segundo fue otro periodista itinerante que prueba que el periodismo es un oficio que nos permite ir de la mano de la historia y la geografía, sin embargo solamente 5 años pudo quedarse en la bendita tierra, no se fue porque quiso. Daniel Salinas se quedó en Baja California, y además nos deleita con su pluma ahora como escritor, dice que ajusta cuentas con el periodismo en la más reciente obra Vientos de Santa Ana, edición Random House, con 206 páginas. Carlos Ortega tuvo apenas 5 años como reportero en Baja California, fue subdirector, y él mismo se describe como autor de reportajes y artículos. En 1956 en contra del tiempo y bajo una presión por la muerte de un colega, escribe “Tijuana, La Ciudad Maldita”, editado el 14 de septiembre de 1956. ¿Qué tiene de relación un reportero de 1956 y otro de 2016? Además de internarse en obras de mayor alcance, la narrativa utilizada en las dos obras es un pasaje de reclamos al ejercicio del periodismo en una y otra época, pero además describen y denuncia una sociedad cómplice, derrotada en el intento. Carlos Ortega en su libro que podría denominarse Novela-No Ficción o novela negra hace una narrativa del asesinato de dos periodistas en tercer año de gobierno de Braulio Maldonado. La novela de Salinas nos habla de una historia, a lo que el propio autor denomina “Metal-Core narrativo”. Se intercalan dos historias de periodistas, donde el punto en común es el asesinato de un periodista por órdenes del gobernador electo de Baja California. Aunque los nombres se cambiaron, los personajes parecen ser conocidos. Jorge Hank el personaje principal de la novela “Alfio Wolfo”. La crítica al periodismo, o el ajuste de cuentas como prefirió llamarlo, es a rajatabla. Las putas y los periodistas son colocados en parecidas circunstancias. Los oficios al mejor postor. Salinas en 26 capítulos de “Vientos de Santa Ana” nos muestra una historia familiar en Baja California, desnuda quién dio la orden del matar al periodista. Ortega en “Tijuana, La Ciudad Maldita” es una historia del asesinato de dos periodistas, uno el 26 de julio de 1956 y el otro el 2 de septiembre de 1956. El reportero Manuel Acosta Meza, director del “ABC Zona Costa” y luego el “El Imparcial” de Tijuana, fue acribillado en su casa, mientras que a Rafael Márquez, le cegaron la vida en Mexicali. El gobierno y las mafias de los burdeles pagaron a los matones, y a los traidores del oficio. Daniel Salinas igualmente cuestiona esa sociedad conformista en “Vientos de Santa Ana”, aquellos que dejan pasar las cosas, el desinterés de la sociedad, la hipocresía colectiva, aquellos que prefieren no ver los problemas o los retos. La historia ficticia pone los ojos en un político corrupto preparando la toma de posesión. Hace 60 años también se describía una sociedad bajacalifornia complaciente, cómplice y manipulada. Medios comprados, reporteros chayoteados, embutes al orden del día e impunidad. Daniel Salinas en su narrativa no deja reportero sin cabeza, medios sin posibilidades. No hay mediación, sino escuetos diagramas la operación de ese grupo que diario a diario reportean buscando la “noticia”. “Vientos de Santa Ana nos deja un sabor de continuará…”. Carlos Ortega, en su obra, nos grita ¡ya basta! Y Salinas Basave nos recuerda que estamos repitiendo la historia, otros actores, otros momentos, pero en el fango como sociedad.

Wednesday, June 29, 2016

De la desértica inmensidad peninsular nos queda por herencia el rojo herrumbre de los trenes. Mostrencos vagones de cortinaje escarlata donde yace el salón fumador y las mesas de juego devenidas en madriguera de teporochos. La voz en off hablaba del salinismo y las afiladas fauces de la hijoeputez neoliberal. Demacre del esplendor ferrocarrilero entre las arenas de algo parecido a Loreto o Constitución, las vías muertas con destino a la fosa común de los sueños.

Tuesday, June 28, 2016

¿Quién impone sus condiciones? Impone condiciones la rabia, el hartazgo. Creo que Vientos de Santana Ana es un ajuste de cuentas con el periodismo. Es el cobro de una factura y el pago de una deuda. La voz es de un reportero que está hasta la madre de periodismo, que lo aborrece y quiere escapar de sus garras. Empecé a escribir esa historia en un momento muy duro, muy extremo para la ciudad y para mi vida. Empecé en los años más violentos de Tijuana, en un momento en que yo llevaba más de una década ininterrumpida reporteando en la calle con la certidumbre de que mi vida se estaba yendo por un resumidero. La novela fue interrumpida, archivada y retomada varios años después cuando me ya invadía otro estado de ánimo. La clave de una narración es su tono, y con Vientos de Santa Ana me costó horrores recuperarlo. Mi tono de 2015 no podía ser el mismo de 2007. Se me había pasado la rabia y el instinto asesino, pero pensé que esa novela tenía que terminarse aunque no se publicara. Tenía que cerrar el círculo, aunque supiera que no llegaría a ninguna parte. La terminé, la inscribí a un concurso con muchas más dudas que certezas seguro de enviarla al matadero, y cuando supe que había ganado segundo lugar no daba crédito. En verdad no lo podía creer

Monday, June 27, 2016

Mi colega cubano Carlos Olivares Baró del diario La Razón me ha hecho una de las más exhaustivas entrevistas de las que tengo memoria. Lingüista de formación, Carlos es un lector que sabe explorar y desentrañar las profundidades del texto. Sus preguntas fueron en torno a la estructura narrativa de la novela, el uso de la voz en segunda persona, algunas imágenes que a su juicio casi bordean lo poético y ciertos guiños metatextuales. Realmente he disfrutado la charla con mi colega. Esto es lo que hoy publica en La Razón. http://www.razon.com.mx/spip.php?article312822 Con Vientos de Santa Ana el periodista, narrador y ensayista Daniel Salinas Basave (Monterrey, Nuevo León, 1974) fue finalista de la primera convocatoria en 2015 del Premio Mauricio Achar de Literatura instituido por Librerías Gandhi y el grupo editorial Penguin Random House. La novela aborda el asunto del asesinato de un porfiado columnista en Tijuana y, asimismo, devela los intríngulis, trances y complicidades del poder político con la delincuencia organizada en ese territorio de nadie que es la frontera norte mexicana. Recurrencias autobiográficas de un relator acertado en el uso de la segunda persona narrativa: “La mañana lluviosa de abril en que Salomón Saja asesinó de cuatro balazos al Gato Barba, tú estabas celebrando tu cumpleaños número catorce recién expulsado de la secundaria y ni en tu peor pesadilla intuías que ibas a dedicarte al periodismo. De la muerte del Gato Barba no te enteraste ese día ni al día siguiente ni supiste del asunto hasta muchos años después, cuando ya chapoteabas en fangos reporteriles y aún tenías fe en el oficio”: sugerente íncipit de una crónica que atrapa al lector irremisiblemente durante 200 folios. Apelación de algunos recursos periodísticos: reportaje, nota y crónica en proporciones discursivas de la novela criminal (ambientes enrarecidos, intimidación, incertidumbre, violencia, corrupción del poder político...). “Lo digo en el primer apartado: ‘El Gato es un cadáver con insomnio, un fantasma molestón’. He querido excavar en esa mancha que es su asesinato, quizás insistir para que no se olvide. Me valgo de la ficción, ese espacio incólume en que todo se puede exponer porque está amparado por la imaginación”, comentó en entrevista con La Razón, el autor de Dispárame como Blancornelas, Premio Regional de Cuento Ciudad de la Paz 2014. Atinada yuxtaposición de la segunda persona narrativa con la tonalidad del reportaje periodístico. ¿Por qué? No sólo expongo el asesinato de Hilario El Gato Barba. Quiero también mostrar los trances, la crudeza del trajín cotidiano de un reportero en la frontera. Apelo a mi biografía con el uso de la segunda persona y a la modulación reporteril en las acotaciones sobre la gestión de un corresponsal de nota roja. Le tengo mucha confianza al ‘tú’, me gusta narrar desde esa subjetividad, desde esa perspectiva: de ahí ese uso recurrente que muy bien señalas entrecruzado con la inmediatez del periodismo. Reconozco mis deudas con el cronista, narrador y ensayista Federico Campbell, un verdadero maestro en esas consonancias estilísticas. Se percibe un tono como de música apremiante, de cadencia obstinada en tu prosa... Sí, escribo desde los recodos de la música. No vi otra manera de afrontar esta novela. ¿Cómo conformaste el perfil de tus personajes: El Gato Barba, Alfio Wolf, Salomón Saja, la reportera chilena Amber Aravena, Guillermo D. Lozano...? La novela es protagonizada por el afanoso reportero Guillermo Demián Lozano, quien ve una oportunidad para redimir su carrera en declive con la posible entrevista en la cárcel a Salomón Saja, ex jefe de escoltas del extravagante empresario Alfio Wolf, acusado de asesinar a Hilario El Gato Barba, irreverente columnista de la revista La X, a quien recurro para rehacer los hechos. El asunto está inspirado en el asesinato en 1988 de Héctor El Gato Félix Miranda, fundador junto con Jesús Blancornelas del polémico semanario Zeta. Vox populi especula que la autoría intelectual del crimen es de Hank Rhon. Por razones evidentes cambio los nombres. Capítulo II En este país la verdad legal no va nunca de la mano con la verdad de la calle. La verdad legal dice que Salomón Saja y su subordinado Victorio Sifuentes son los asesinos confesos —materiales e intelectuales— del periodista Hilario Gato Barba. Victorio conducía el vehículo con el que le cerraron el paso en una angosta calle del fraccionamiento Los Olivos y Salomón disparó los cuatro balazos que despedazaron cráneo, cuello y pulmón. Ambos fueron aprehendidos, procesados y sentenciados; actualmente siguen purgando sus condenas. Judicialmente es un caso resuelto y cerrado. En cambio, la verdad de la calle, la que se comenta en cafés y cantinas de Tijuana, la que peroran por lo bajo taxistas, boleros, putas, policías y cualquier reportero con dos dedos de frente, es que Salomón y Victorio eran simples ejecutores, mandaderos cumpliendo a cabalidad órdenes superiores.