¿Por qué me cae bien Chéjov?
El 23 ha sido un año
chejoviano. Tal vez fue una providencial relectura de Tres rosas amarillas de
Carver, pero el caso es que en este tiempo convulso me ha entrado el amor por
Antón y me he entregado a una desordenada lectura de sus notas y relatos. Ahora
en la Filomena me ha salido al paso esta breve y puntual biografía escrita por Natalia Ginzburg que me
hace querer aún más a este médico cuentista y teatrero. Creo recordar que
empecé a entrarle a Chéjov luego de leer
La Tumba de José Agustín (recuerden que en las primeras páginas del relato, a
Gabriel Guía lo acusan de haberse plagiado un cuento del ruso).
¿Por qué me cae bien
Chéjov? Tal vez por austero. Por poco grandilocuente y pretencioso, porque
jamás se sintió genial. No fue un dandi como Pushkin ni un místico Tolstói. Sus
personajes no arrastran los desgarros ontológicos ni los dilemas existenciales
propios de un Dostoievski. No era un eslavófilo ortodoxo como Gógol, pero
aunque creía en el progreso y la transformación social, tampoco llegó a ser un
marxista como Gorki.
Chéjov era un médico
de la clase media baja, tirándole a pobre, que le batallaba horrores para sacar
adelante a su familia. No tuvo hijos, pero debió cargar a cuestas con su
fracasado padre golpeador, con su apocada y disfuncional madre y con sus
hermanos alcohólicos. “La medicina es mi legítima esposa y la literatura mi
amante”, solía decir el empedernido soltero de Chéjov, que solo estuvo casado
los últimos tres años de su vida con una actriz que se la pasaba de gira y con
la que apenas hizo vida en común. En cualquier caso, para Chéjov la literatura
no era (al menos no en un principio) una amante para fugas hedonistas o
desdoblamientos de catarsis artísticas, sino una herramienta para completar el
chivo. Antón escribía para echarle morralla al cochinito y poder llegar a fin
de mes. Mandaba cuentos firmados con seudónimo a revistas donde le imponían
límite de palabras y lineamientos de lenguaje además de censurarle temas
incómodos para el zarismo. Un obrero de la escritura que como muchos de
nosotros se ponía el overol y sacaba la chamba tirando fuerte del arado. No imagino a Chéjov emprendiendo una
monumental mole de largo aliento como Guerra y Paz o Los Endemoniados. En
cualquier caso, pese a su austeridad y su aparente individualismo, Chéjov tuvo cierta
vena filantrópica. Como médico atendía a cientos de campesinos pobres sin
cobrarles un centavo y tuvo la iniciativa de construir un hospital para tuberculosos
pobres y una escuela
Solo en los últimos años
de su vida, cuando ya estaba tuberculoso, conoció algo parecido al éxito con
sus puestas en escena que lograron llenar teatros en Moscú, principalmente con
La Gaviota. Para analizarse su mutuamente posesiva relación con su hermana
María. También su ambivalente y por momentos pasivo-agresiva relación con Tolstói. Chéjov, por supuesto,
admiraba a Tolstói, quien le doblaba la edad y era ya una figura ultra consagrada
en Rusia cuando él empezaba a publicar sus primeros cuentos, sin embargo le
agobiaba el complejo de profeta de Lev y su vocación pastoral. Tolstói, por su
parte, llegó a elogiar algunos cuentos de Chéjov, pero a sus obras teatrales
las consideraba huecas e intrascendentes. Una relación un poco más igualitaria
y recíproca fue la que tuvo al final de su vida con Máximo Gorki. Al igual que Gógol,
Poe, Maupassant, Schwob y casi todos los grandes cuentistas, Chéjov se murió
joven. La tuberculosis, que lo torturó en su última década y media de vida, se
lo acabó cargando a los 44 años. Con él se acaba el Siglo de Oro de la
literatura rusa que comenzó con Pushkin. Acaso Raymond Carver haya sido su
heredero más notable en el Siglo XX.
PD- Por cierto, mi compilación
de obras de Chéjov la tengo en la editorial soviética Progreso. Es una edición de
1963 con fotografías y dibujos. Con todo su nivel de censura y cerrazón a
cuestas, hubo un tiempo en que la Unión Soviética
se dio a la tarea de distribuir por el mundo a los clásicos rusos en bellísimas
ediciones bastante económicas. También a Gógol lo tengo en esta colección. En
fin, todo esto era para confesarles que ando muy chejoviano este año