Eterno Retorno

Thursday, December 14, 2023

¿Por qué me cae bien Chéjov?

 


El 23 ha sido un año chejoviano. Tal vez fue una providencial relectura de Tres rosas amarillas de Carver, pero el caso es que en este tiempo convulso me ha entrado el amor por Antón y me he entregado a una desordenada lectura de sus notas y relatos. Ahora en la Filomena me ha salido al paso esta breve y puntual  biografía escrita por Natalia Ginzburg que me hace querer aún más a este médico cuentista y teatrero. Creo recordar que empecé a  entrarle a Chéjov luego de leer La Tumba de José Agustín (recuerden que en las primeras páginas del relato, a Gabriel Guía lo acusan de haberse plagiado un cuento del ruso).

¿Por qué me cae bien Chéjov? Tal vez por austero. Por poco grandilocuente y pretencioso, porque jamás se sintió genial. No fue un dandi como Pushkin ni un místico Tolstói. Sus personajes no arrastran los desgarros ontológicos ni los dilemas existenciales propios de un Dostoievski. No era un eslavófilo ortodoxo como Gógol, pero aunque creía en el progreso y la transformación social, tampoco llegó a ser un marxista como Gorki.

Chéjov era un médico de la clase media baja, tirándole a pobre, que le batallaba horrores para sacar adelante a su familia. No tuvo hijos, pero debió cargar a cuestas con su fracasado padre golpeador, con su apocada y disfuncional madre y con sus hermanos alcohólicos. “La medicina es mi legítima esposa y la literatura mi amante”, solía decir el empedernido soltero de Chéjov, que solo estuvo casado los últimos tres años de su vida con una actriz que se la pasaba de gira y con la que apenas hizo vida en común. En cualquier caso, para Chéjov la literatura no era (al menos no en un principio) una amante para fugas hedonistas o desdoblamientos de catarsis artísticas, sino una herramienta para completar el chivo. Antón escribía para echarle morralla al cochinito y poder llegar a fin de mes. Mandaba cuentos firmados con seudónimo a revistas donde le imponían límite de palabras y lineamientos de lenguaje además de censurarle temas incómodos para el zarismo. Un obrero de la escritura que como muchos de nosotros se ponía el overol y sacaba la chamba tirando fuerte del arado.  No imagino a Chéjov emprendiendo una monumental mole de largo aliento como Guerra y Paz o Los Endemoniados. En cualquier caso, pese a su austeridad y su  aparente individualismo, Chéjov tuvo cierta vena filantrópica. Como médico atendía a cientos de campesinos pobres sin cobrarles un centavo y tuvo la iniciativa de construir un hospital para tuberculosos pobres y una escuela

Solo en los últimos años de su vida, cuando ya estaba tuberculoso, conoció algo parecido al éxito con sus puestas en escena que lograron llenar teatros en Moscú, principalmente con La Gaviota. Para analizarse su mutuamente posesiva relación con su hermana María. También su ambivalente y por momentos pasivo-agresiva  relación con Tolstói. Chéjov, por supuesto, admiraba a Tolstói, quien le doblaba la edad y era ya una figura ultra consagrada en Rusia cuando él empezaba a publicar sus primeros cuentos, sin embargo le agobiaba el complejo de profeta de Lev y su vocación pastoral. Tolstói, por su parte, llegó a elogiar algunos cuentos de Chéjov, pero a sus obras teatrales las consideraba huecas e intrascendentes. Una relación un poco más igualitaria y recíproca fue la que tuvo al final de su vida con Máximo Gorki. Al igual que Gógol, Poe, Maupassant, Schwob y casi todos los grandes cuentistas, Chéjov se murió joven. La tuberculosis, que lo torturó en su última década y media de vida, se lo acabó cargando a los 44 años. Con él se acaba el Siglo de Oro de la literatura rusa que comenzó con Pushkin. Acaso Raymond Carver haya sido su heredero más notable en el Siglo XX. 

PD- Por cierto, mi compilación de obras de Chéjov la tengo en la editorial soviética Progreso. Es una edición de 1963 con fotografías y dibujos. Con todo su nivel de censura y cerrazón a cuestas,  hubo un tiempo en que la Unión Soviética se dio a la tarea de distribuir por el mundo a los clásicos rusos en bellísimas ediciones bastante económicas. También a Gógol lo tengo en esta colección. En fin, todo esto era para confesarles que ando muy chejoviano este año

Monday, December 11, 2023

Bordo Digital

 


Sabina Servio es la primera en encender su tabaco enfrentando la terquedad de la húmeda ventisca playera. Ni haciendo “casita” con las manos es posible mantener viva  la llama del encendedor frente aire frío de la tarde, pero Sabina, fumarola curtida  en mil batallas, se las arregla para encender el anhelado cigarro que funge como un imán demasiado poderoso para el Carnitas Mascorro, quien a más de 30 metros de distancia es capaz detectar el humo liberador  y venciendo cualquier asomo de inhibición, se acerca a la desconocida para pedirle humildemente un tabaquito, que en aquellas circunstancias es lo único que puede redimirlo de las malquerencias de la vida.

Sabina ha venido al Faro de Playas de Tijuana para reencontrarse con Margot Morrisette,   una colega que viene viajando por carretera desde Oregon,  a quien no ve desde hace 17 años, mientras que Carnitas Mascorro ha venido a recoger a un muerto, pero la destartalada camioneta del Servicio Médico Forense lo ha dejado tirado frente a la Plaza Monumental Playas de Tijuana.  El muerto está ahí, tirado en su respectivo charco de sangre sobre el malecón, pero no hay quien lo recoja. Tan solo un par de policías municipales mantienen a raya a los curiosos. Era un vendedor de raspados y tostilocos  a quien un sicario adolescente le metió cuatro plomazos hace menos de 40 minutos. Daniela Dávila, fotógrafa freelancera, tiene ya suficientes imágenes del cadáver que ha subido oportunamente a su Facebook personal y al del sitio de noticias que desde hace meses intenta sin éxito echar a andar. Dany venía con la intención de hacer un foto-reportaje de las playas llenas para reflejar el festivo valemadrismo del bajacaliforniano en contraste con el encierro forzado al otro lado de la frontera, pero su buena estrella de reportera le ha hecho encontrarse con el asesinato que en estas circunstancias  viene como anillo al dedo. Como no  queriendo la cosa, uno de los municipales le suelta al vuelo que el muerto era un conocido narcomenudista en cuya carreta de tostilocos guardaba los globitos de criko y las curas de chiva que atraían al grueso de su clientela. Posible cuota o derecho de piso no pagado.  En Tijuana la narcoviolencia es más letal que la pandemia, escribe Daniela en Bordo Digital.

La forzada cuarentena y la supuesta prohibición de congregarse en lugares públicos no ha inhibido a la concurrencia que desde temprana hora del domingo se dio cita en la playa. Al filo del medio día, hordas de bebedores de cerveza ya abarrotaban el Malecón y la tambora sinaloense retumbaba en las marisquerías aledañas. Lo que no consigue el tímido llamado de las autoridades a quedarse en casa lo logra la lluvia al caer la tarde.  Nubes negrísimas se han posado sobre las Islas Coronados y un chipichipi helado y chingaquedito ha irrumpido con el atardecer. Con la lluvia llegaron los cuatro balazos que despacharon al vendedor de tostitos pero que no tuvieron la contundencia para dispersar a los últimos aferrados que caguama en mano siguen con su fiesta en la playa.

Siempre después de tomar la foto de un cadáver a Daniela le dan ganas de fumar. Es ya un reflejo condicionado: fotografiar al muerto y acto seguido encender el cigarro. Dany hurga en las bolsas de su chamarra pero su cajetilla está fatalmente vacía. A la distancia observa al Carnitas y a Sabina fumando frente a la barda fronteriza y piensa que en este momento solo el redentor tabaco puede ponerla en órbita y ayudarla a pensar