Tal vez para muchísimos colegas esto suene a herejía e imperdonable blasfemia, pero si tuviera que elegir quinientos o hasta mil libros para salvar de un incendio o llevarme a una cuarentena, entre ellos no habría uno solo de Carlos Monsiváis. Habría, sin duda, antologías compiladas por él, como A ustedes les consta, la gran compilación mexicana de crónica clásica o Lo fugitivo permanece, su selección de cuentistas, pero difícilmente elegiría un libro de crónicas suyas. Mucha gente a la que respeto profesa una admiración sacramental por Monsiváis y lo entiendo. Innegable su papel como animador cultural y polemista, su don de omnipresencia y su condición de ajonjolí de todos los moles, pero a la hora de la lectura de largo aliento siempre acabo empantanado, atascado en párrafos farragosos y repetitivos que simplemente no despegan. Como lector tengo la sensación de tratar de correr en un carro que va siempre en primera sin poder mover la palanca de velocidades o que intenta avanzar con las llantas bajas. Su prosa me cuesta y nunca he sido capaz de encontrarle el oculto saborcito. Me recuerda a esos equipos de futbol que abusan del toque de media cancha pero que rara vez son capaces de desdoblar y generar variantes. Ojo, aquí nada tienen que ver filias o fobias políticas. Por ejemplo, yo no coincido en casi nada con la visión del mundo de Eduardo Galeano y sin embargo adoro su prosa y no me canso nunca de leerlo. Lo mismo aplica para José Revueltas, a quien coloco entre mis tótems de todos los tiempos (suelo releer obsesivamente Dios en la Tierra y El luto humano). Si hablamos de “clásicos mexicanos” he pasado por diversos periodos de emoción, desencuentro y relectura de no pocos autores canónicos. Por ejemplo, a Octavio Paz le sobran detractores, pero yo como lector he tenido momentos sublimes de embrujo con El arco y la lira o La llama doble, por no hablar de su poesía, que cada vez releo más en esta cuarentena. Carlos Fuentes en su momento me voló la cabeza y en mi temprana juventud representaba ante mí el non plus ultra como novelista. He pasado agradables momentos con Ibargüengoitia y he hecho catarsis con José Agustín, pero a la fecha no recuerdo un solo momento a ninguna edad en que un texto de Monsiváis me haya hecho alucinar o me haya motivado a releerlo. Cuestión de química, de papilas gustativas literarias, la misma razón por la que soy feliz con whisky y vodka pero me es imposible dar un trago de ron.
Saturday, June 20, 2020
Thursday, June 18, 2020
De cualquier manera, su condición de prófugo de un mundo raro no la manifestaba Ghoul en su facha. Su pelo crespo e indefinido en una permanente ondulación solo era domesticable cuando estaba muy corto, así que nunca supo lo que se siente tener una larga greña sudada cayéndole sobre la espalda. Tampoco experimentó en sus orejas, nariz y cejas el filo de un artefacto metálico horadando piel, pues sus tempranos empleos en la tabla baja de los Godínez le impedían ir por la vida con manifestaciones demasiado llamativas que lo identificaran como cofrade irredento de ese mundo extraño que solo emergía a través de los audífonos. Su mayor concesión a esa no bien definida rebeldía, eran las camisetas de Marilyn Manson que solía llevar debajo de la tiesa camisa formal con el logo de la empresa bordado en el pecho.
La alta treintena llegó demasiado pronto a su existencia, como si los años fueron relojitos de arena destinados a consumirse en poquísimos minutos. Su hija, mientrasa tanto, entró en la zona turbulenta de la temprana adolescencia inmersa en el febril perreo reguetonero
Wednesday, June 17, 2020
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Monday, June 15, 2020
Los demás no son para nosotros más que paisaje y, casi siempre, paisaje invisible de calle conocida. Vaya paisaje en tu calle conocida. ¿Te habría aterrado este destino si un oráculo te lo hubiera revelado? ¿Te habría repugnado tu condición de atracción turística?
Tengo más por mías, con mayor parentesco e intimidad, ciertas figuras que están escritas en los libros, ciertas imágenes que he conocido en estampas, que muchas personas que llaman reales, que son de esa inutilidad metafísica llamada carne y hueso