El vino te está narrando su historia a través de tu nariz
Dicen que de la vista nace el amor y por ello el vino empieza a comunicarse con nosotros a través de los ojos. Mira el vino, obsérvalo al momento ser vertido y ocupar el espacio de la copa. Lo primero, obvia decir es su color, su tonalidad, pero aún dentro del rojo o el blanco hay infinitas variedades. El vino tiene su propia paleta cromática. Puede ser límpido o espeso, brillante u opaco. El envejecimiento clarea el color de los tintos y oscurece el de los blancos. Los primeros pueden oscilar entre el color granate y el rubí y los segundos entre la transparencia de un amarillo alimonado al tono ambarino o verdoso. Acaso en la superficie podemos distinguir burbujas o en el fondo sedimentos.
Sí, el juego de seducción comienza por los ojos, pero el primer umbral lo cruzarás con el olfato. Si ante la vista puede haber espejismos, a la nariz no se le miente. Huélelo, respíralo mientras lo haces girar en la copa donde sus aromas rompen y se van lentamente liberando. Acaso lo primero en manifestarse a través del olfato sea su esencia frutal, cítrica o de fruto rojo o seco o la huella de la flor de azahar o espino, pero espera, no te precipites. Son solo los volátiles aromas primarios. Tras esa inicial sensación irán brotando aromas más complejos, los que te hablarán de fermentación y crianza. Podrás palpar el cedro o el roble de la barrica, la esencia de la hierba cortada o el pimiento, la huella achocolatada o balsámica y el abrazo mineral del terruño en brea o granito. El vino te está narrando su historia a través de tu nariz