Hace cuatro meses, justo en los Idus de Marzo, arrojé al mar un barquito de papel tripulado por seis tragicómicos cuentos cargados de humor negro a los que en el último minuto decidí nombrar Días de whisky malo. Fatalista como soy, tiendo a pensar que el barco naufragará en altamar o caerá en un abismo oceánico, pero los cartógrafos afinaron el astrolabio y el barco, increíblemente, llegó a buen puerto. Y vaya puerto. Esta noche, un extraordinario narrador de historias del que por años he sido lector nos ha recibido en Culiacán para entregarnos - a mi colega tapatío Luis Eduardo García en la categoría de poesía y a mí en cuento- el Premio Gilberto Owen. Sí, Élmer Mendoza es un escritor fuera de serie, pero es, además, un cálido anfitrión y un ser humano excepcional. Mañana se va a Durango en donde se le rendirá un más que merecido homenaje por su trayectoria. Por lo que a mí respecta, todos los caminos literarios conducen a Sinaloa y no puedo menos que agradecer a los jueces Liliana Blum, Eduardo Antonio Parra y Carla Faesler por tenerle fe a estas narraciones. La primera vez que yo realicé un viaje relacionado con la literatura y me subí a un avión con el único propósito de llevar a presentar a otro lugar un libro escrito por mí, fue a invitación de la Feria del Libro de Los Mochis. Sí, yo había hecho no pocos viajes como reportero para realizar coberturas diversas, pero nunca había ido a otro sitio invitado como escritor. Haber estado en el corazón del Valle del Fuerte conviviendo con los jóvenes de la Universidad Autónoma Indígena de Mochicahui fue una experiencia tatuaje en mi vida. Cuando regresaba de ese viaje, el 8 de diciembre de 2010, justo el día que Iker cumplía un año de edad, recibí una llamada de Ángel Norzagaray para decirme que había ganado el Premio Estatal de Literatura con Réquiem por Gutenberg. Esos dos días cambiaron demasiadas cosas en mi vida. Sí, de una u otra forma, en este camino vida tengo muchísimo que agradecerle a esta hermosa tierra en donde hoy paso la noche.