De sangre, de sol y de Sergio Por Daniel Salinas Basave (InfoBaja)
La vida no va a esperarnos. La frase se ha instalado en la zona profunda de mi cabeza. Las palabras muerden e irrumpen en momentos improbables. Hay un reloj cuya arena parece caer con prisa, pero acaso la poderosa anestesia de nuestra vida consista en creerla eterna. Desde hace algunos días le daba vueltas a la idea de escribirle un mensaje al escritor Sergio González Rodríguez para platicarle sobre mi viaje a Ciudad Juárez, marcado por la relectura de su crudísimo Huesos en el desierto, el ensayo que desnudó el horror del feminicidio en la frontera. Hace un mes recibí un correo suyo y después le envié unos libros a su casa en la colonia del Valle. Me habría gustado poder volver a platicar con él, pero el pasado lunes amanecí con la noticia de su muerte repentina. No hubo avisos ni señales del infarto que lo sorprendió en la madrugada, en la inspiradora e infausta hora del lobo, esos minutos previos a la primera luz cuando suele brotar la más alucinada inspiración y donde a menudo a la muerte le da por visitarnos. Anoche releí De sangre y de sol, un ensayo con esencia de cuchillo de obsidiana capaz de cortar profundo. No es su libro más conocido, pero a mí es el que más me ha marcado. Sergio González Rodríguez indaga en símbolos y rituales ancestrales que enmascarados se manifiestan en nuestra tecnocrática era, la urdimbre de ceremonias sacrificiales y oscuros cultos que brotan a la maquinal superficie de nuestros días. Por sus páginas vagan Antonin Artaud, Malcolm Lowry, Aleister Crowley o el misterioso Arnold Krumm.
Nadie como Sergio González Rodríguez dimensionó la densidad de las raíces de la violencia criminal que carcome al país como un cáncer. Más allá del escándalo y el horror de la nota roja, Sergio trató de bucear profundo en la psique de la criminalidad. Su pesquisa tiene que ver con la simbología del mensaje criminal, como expone con crudeza en su ensayo El hombre sin cabeza. El acto de decapitar va más allá de segar una vida. Es una metáfora de poder y sadismo, una pulsión monstruosa.
Sin embargo, aunque González Rodríguez se ha inmortalizado como el ensayista de la ultraviolencia, yo me quedo con el Sergio lector que generosamente nos compartió una y otra vez sus lecturas. Un lector tan profundo como abierto cuya vista periférica iba mucho más allá de los altarcitos de la élite literaria y que siempre tuvo el tiempo, la paciencia y el radar bien afinado para encontrar bajo las piedras a nuevos autores. Su lista navideña con los mejores libros del año publicada en Reforma se volvió un clásico, tan esperado como temido. Por lo que a mí respecta, nunca olvidaré que Sergio González Rodríguez fue la primera persona en el mundo que reseñó mi novela Vientos de Santa Ana cuando no tenía ni siquiera una semana de haber salido a la venta. Creo que nunca acabé de darle las gracias por su generosidad. Por ahora me queda la irreprimible compulsión de releerlo y la certidumbre de que la vida no piensa esperar.