Malcolm intenta acelerar el paso para resolver el misterio, pero tropieza una vez más. A lo lejos, en las alturas, alcanza a distinguir una fumarola. Jan debe estar ahí, donde brota el fuego. ¿Se está quemando el papel? ¿O acaso esta hoja en blanco es un volcán? Sí, eso es. Ahora lo comprende todo. El papel sobre el rodillo de la máquina es el Popocatépetl. Malcolm está escalando el volcán pero sus piernas no lo sostienen. Su cuerpo se derrumba como su pluma. Malcolm no puede sostenerse en pie y la pluma no puede dar forma a un párrafo legible. Vaya catástrofe. La hoja volcánica es un territorio adverso.
El cráter del volcán y el final de la novela son cimas siempre inalcanzables. Cuando está a punto de llegar siente la atracción del abismo y cae. Ahora hay una fuerza superior empujándolo al vacío. Ya no es simplemente un tropezón; es un total desbarrancadero sin sostenes que amortigüen su caída. Malcolm se precipita al fondo del barranco. El golpe final es un vuelco al corazón y un despertar sobresaltado.
Friday, December 22, 2017
Sunday, December 17, 2017
Tengo un hermano que nació en plena era del Wind of Changes de Scorpions. El silbido inicial de la balada me lleva de regreso al momento en que irrumpió en el mundo aquel helado 17 de diciembre de 1989, entre los escombros del Muro de Berlín y de un universo que poco a poco se iba transformando en ceniza. Como este hermano mío no permite escribir en su muro facebookero para felicitarlo, no me quedó más remedio que escribirle en un libro y compartir aquí con ustedes algunos de los gratos momentos que he pasado a su lado. Genio en saberes que no entiendo ni entenderé nunca, aferrado siempre al arte de llevar la contraria, terco (rayano a veces en la franca intransigencia), se mueve en caminos misteriosos, habla poco o nada de su vida y tiene el detalle de acudir de smoking a mis presentaciones librescas. Se llama Adrián S. Basave y lo quiero un montollón. Conózcanlo. Es un cofre de enigmas y sorpresas.
Un brindis de puro whiskocho malo con mis colegas Duvan Barrera, Angie Espinel Leal, Santiago Díaz Benavides, mi tocayo Daniel Ávila, hinchas todos de Millonarios de Bogotá, que hoy se ha coronado Campeón de Colombia venciendo a su vecino Santa Fe. Sé lo hermoso que es coronarse ganándole al clásico rival, gritándole los goles a una tribuna hostil. Enhorabuena colegas.
La mejor noticia es que espero volver muy pronto al Campín.
Pd- No me he olvidado de ustedes rayaditas. Yo sigo festejando el triunfo Tigre. ¿Cómo se sienten ustedes después de una semana? ¿Verdad que el dolor no se pasa y la humillación no se olvida? Nada de darle vuelta a la página y la vida sigue y bla, bla. Nada. Esto es para siempre. Es el equivalente a un zarpazo de Tigre que les desfiguró la cara. Pueden ponerse maquillaje, hacerse cirugía plástica, pero la cicatriz del Zarpazo en su cara y en su cancha quedará para la eternidad. Bien merecido tienen su sufrimiento rayas. Bien merecidas las burlas y la humillación. Tiempo de aprender a bajar la mirada y respetar al Tigre, queridas rayaditas. Unos tragos de humildad no le vienen mal al non plus ultra de la arrogancia.
¡ARRIBAAA LOS TIGUEEEREEESSS!!!
Mi lista de libros de fin de año es terriblemente subjetiva (todas lo son). La diferencia es que la mía lo es descaradamente y se limitará por ahora a un solo país: Colombia. En la recta final del 2017 he sido feliz descubriendo y redescubriendo autores colombianos. Entre mi pepena bogotana y los libros que gente muy querida me ha regalado, he tenido un otoño libresco con sabor a ajiaco.
Un regalo que aún no acabo de agradecer es Puñalada trapera, la antología del cuento colombiano de Rey Naranjo Editores compilada por Juan F. Hincapié e ilustrada por Marcela Quiroz. Qué belleza de edición y vaya combinado más diverso. La apertura con Jabalíes, de Antonio García Ángel, es un ataque de humor corrosivo. Extraordinario Mi novio albino de Mariana Jaramillo, Educación sentimental de Luis Noriega, La mata la matica de Andrés Mauricio Muñoz, entre otros.
Alucinante ha sido dar tragos largos de Apocalipsis y mirar a los ojos de nuestro zombi interior recorriendo los relatos de Ellas se están comiendo al gato de Miguel Ángel Manrique. Ya Miguel nos había dado una receta para fabricar un coctel Molotov y pitorrearse del canon literario en su novela Disturbio, Premio Nacional de Novela en 2008. De lo más jarcor que he leído en el año.
Una gratísima serendipia ha sido encontrar al paisa Luis Miguel Rivas, a quien tuve la oportunidad de conocer en las oficinas de Planeta en Bogotá. Su novela Era más grande el muerto es simplemente chingona, ingeniosa, derrochadora de un negrísimo humor antioqueño. ¿La novela del 2017? Seria candidata
Con sorbitos de saudade me he embriagado leyendo Memoria de jirafa de María del Rosario Laverde. Nuestra fábula más extraordinaria son los siempre mentirosos recuerdos de infancia. El cuello de la jirafa desciende vertical para beber del oasis de la nostalgia.
Chingón ha sido leer las miniaturas prosísticas que 71 autores escriben sobre Bogotá en Palabra capital y liberador ha sido corroborar cómo las palabras rompen candados y abren celdas en Fugas de Tinta, una antología de cuentos y poemas escritos desde cárceles colombianas.
Emocionante ha sido reencontrarme con un viejo vicio llamado Fernando Vallejo ahora que en la Biblioteca Nacional he dimensionado el tamaño del legado de Rufino José Cuervo. Una bocanada de colombianidad ha sido leer Pa que se acaba la vaina de William Ospina o El país de mi padre de Plinio Apuleyo (Gracias Lili Ospina por tan buenos regalos). Épicamente divertido ha sido leer la versión ilustrada y colombianizada de La Ilíada y La Odisea de la francesa Soledad Bravi
Poca madre la experiencia de entrar a un supermercado y encontrar junto a la sección de vinos y licores una respetable selección de autores colombianos a precios casi simbólicos. En el súper pepené a Andrés Caicedo y su seminal Viva la música, La cuadra de Gilmer Mesa e Historia secreta de Costaguana de Juan Gabriel Vázquez (mi Cartógrafos de Nostromo también tiene un timbre postal costaguanense).Una experiencia muy cabrona ha sido leer y tocar en la Biblioteca Nacional el manuscrito original de La Vorágine, garabateado por la mano de José Eustasio Rivera. También reencontrar a Abad Faciolince (de quien ya he hablado en entregas anteriores).
Diamante en carbón fue encontrar un Cien años de soledad de 1970 en Editorial Sudamericana en la Feria del Libro Antiguo en Tijuana. El gran faltante en mi valija es Guido Tamayo y la mejor noticia es que volveremos pronto.