Toda ciudad es suma de voluntades, de historias de vida, de
proyectos personales y colectivos. Una ciudad es también una suma de emociones
y de sentimientos. Porque una ciudad proyecta un estado de ánimo, una manera de
vivir la vida. ¿Cuál es el estado de ánimo de Tijuana?
Una ciudad también tiene
una edad mental y cultural que no siempre corresponde con sus años reales. ¿Cuál
es la edad de Tijuana? Cierto, nuestra discutible fecha fundacional se remonta
al 11 de julio de 1889, pero en la Tijuana de 1921 que fotografió Kingo Nonaka había
apenas mil habitantes. Para 1930 había
más de 12 mil, un verdadero hito en la historia demográfica del país. Hoy, en
2023, tenemos la conservadora cifra oficial de 1 millón 922 mil 523 habitantes
según Inegi, aunque tú y yo sabemos que somos muchísimos más y que la población
flotante es descomunal. Este día sin
duda están llegando varias decenas de personas a vivir a la ciudad y ayer
llegaron otras tantas y mañana llegarán más. Hoy decenas de personas compraron
un carro usado y se lanzaron a circular por las calles del que es ya
oficialmente el municipio más poblado del país y una de las cinco ciudades con
más tráfico de México.
Todo hierve, todo estalla, todo se
desborda en Ciudad Oxímoron. No es una urbe paralizada o deprimida. Es una urbe
en ebullición, en el ojo de un tornado, azotada por fuerzas que no parece poder
controlar, donde todo es excesivo, donde todo hace erupción. Su crecimiento es
mucho más acelerado que la capacidad de los urbanistas para anticiparse y
planear. Sí, existe un Instituto Municipal de Planeación, pero parece caminar muchos
pasos atrás mientras la ciudad corre a velocidad de tren bala. No hay
ayuntamiento que pueda anticiparse. Ayer sin duda muchas familias vieron caer
sus techos de cartón y lámina tras la lluvia, pero hoy otras familias de recién
llegados levantarán un tenderete en el borde de una ladera suicida.
Mientras escribo esto, hay varios
migrantes que están contemplando por primera vez esta ciudad. Algunos están
entrando en camión por un nevado Tecate, otros miran la ciudad industrial de
Otay desde la ventanilla del avión y otros son arrojados desde la garita a la
helada noche tras ser deportados.
Hay ciudades que envejecen y se
deprimen, urbes que lentamente van caducando. Hay ciudades que pierden su
esencia y vocación o simplemente acaban desfasadas y obsoletas frente al espíritu de la época. Las grandes urbes del
cinturón industrial de Estados Unidos, convertidas en cementerios de carcasas
industriales o los no pocos municipios del centro de México transformados en
pueblos fantasma por virtud de la carestía, la migración forzada y la criminalidad. Pienso
en crepusculares ciudades del centro y este europeo en donde
solo habitan unos cuantos ancianos rumiando su extinción entre las ruinas de la utopía comunista.
Tijuana, cambio, es como una joven
acelerada, caótica e hiperactiva, con las hormonas en ebullición, pisando el
acelerador sin cinturón de seguridad por
una carretera carente de señalamientos. La ciudad no está deprimida ni
paralizada, pero su efervescencia se transforma en una tormenta de tormentos.
Camino por las calles y miro a las
alturas: grúas desafiando la gravedad, flotantes andamios por donde desfilan albañiles
recién llegados que construyen las habitaciones desde donde los niños que aún
no nacen mirarán una ciudad que se devora a sí misma y arrasa con cualquier
vestigio de su pasado.
Es como si las calles me susurraran al
oído mil historias. De no ser por Tijuana acaso no habría escrito nunca o
habría escrito algo harto distinto en donde no me reconocería. Dice Milan
Kundera que la vida está en otra parte y Tijuana, por si no te has dado cuenta,
siempre es otra parte.