No me malinterpreten: para mí vaticinar esto me repugna tanto como si les dijera que rayados va a ser campeón, pero la realidad es que hoy 30 de mayo de 2020 hago el pronóstico y aquí se los firmo: Donald Trump se va a reelegir sin ningún problema. Sí, es un tipo que me resulta cagante, odioso, pero hoy en la NASA dio el mejor discurso posible dadas las circunstancias; exactamente el discurso que tenía que dar, en el tono requerido para la ocasión. Hoy queda claro que se dejó asesorar muy bien y aprovechó de la mejor manera el marco perfecto y la mesa puesta de la NASA. En un catastrófico escenario de pandemia, con riots raciales en las principales ciudades, Trump supo aprovechar un hito histórico de la exploración espacial. Pudo haberse montado en la grandeza del día y centrar su discurso en los astronautas y la trascendencia de su exploración evadiendo los asuntos incómodos, pero en lugar de eso, abrió su discurso entrándole al toro por los cuernos y abordando el tema caliente y polémico, condenando duramente la muerte de George Floyd. Le dedicó largos minutos con una articulación de conceptos enérgica y coherente. Eso, y no otra cosa, es lo que debía de hacer en este momento y es justo lo que hizo. Evadir, minimizar, cantinflear o buscar culpables no sirve de un carajo. Puede que sus palabras sean más falsas que un billete de 4 dólares, pero las pronunció con el tono que la ocasión demandaba. Pudo haber brotado el clásico Trump berrinchudo, terco y grosero, pero hoy brotó un discurso enérgico, conciliador y esperanzador a un mismo tiempo. No le creo ni una palabra, pero sus millones de seguidores sí y le será más que suficiente para ganar en caballo de hacienda la prolongación de su mandato cuatro añitos más. Ni modo, tendremos que acostumbrarnos a seguirlo viendo. Resumen: vale la pena dejarse asesorar y sepultar las taras mentales, los orgullos y terquedades. El que quiera entender, que entienda.
Saturday, May 30, 2020
Friday, May 29, 2020
Imaginen por un momento una gran imperio desahuciado que reloj en mano aguarda su hora fatal, como un condenado a muerte cuya ejecución tuviera fecha y hora marcadas. Así aguardó su final Constantinopla la madrugada del 29 de mayo de 1453, sin otra esperanza de vida que no fuera la de una intervención divina. Los ángeles no bajaron del ortodoxo cielo a salvarlo. El Imperio Bizantino pereció a manos de los turcos después de una larga y torturante agonía. La historia de la humanidad está infestada de batallas y carnicerías, pero son muy pocas las que han transformado para siempre el rumbo y la cartografía de la geopolítica mundial. La caída de Constantinopla torció la ruta de millones de seres humanos. Vaya, para no ir más lejos, el descubrimiento y conquista de América fue una consecuencia directa de la debacle bizantina y la historia de México sin duda hubiera tomado otro rumbo de haber sobrevivido este imperio que marcaba la frontera y el punto de equilibrio entre Oriente y Occidente. Sin la caída de Constantinopla es muy posible que no se hubiera escrito la historia de Colón ni la de Hernán Cortés y compañía. La conquista de América se hubiera producido de todas formas, pero sin duda se hubiera retrasado. A partir del martes 29 de mayo de 1453 la historia de Oriente y Occidente entró para siempre y sin posibilidad de retorno en una nueva era. No es exagerado afirmar que nuestro entorno geopolítico actual es una consecuencia directa de ese día. Por eso me apasiona esta efeméride. La devastadora artillería turca conformada con los primeros grandes cañones utilizados en la historia, se impuso
al letal fuego griego, arma química medieval cuyo secreto de preparación murió con Constantinopla. Los turcos cargaron sus barcos por tierra para colocarlos en el impenetrable Cuerno de Oro. El Imperio Romano de Oriente estaba condenado. Hay una imagen que me parece fascinante, la máxima representación de la mística calma antes de la infernal tempestad, la auténtica sinfonía de la destrucción. Constantino y la plana mayor de la nobleza bizantina se reúnen en Santa Sofía la noche del 28 de mayo para celebrar el último servicio religioso cristiano en la historia del templo. La liturgia final de un imperio que se sabe irremediablemente desahuciado y que en silencio se entrega al éxtasis místico sabiendo que en unas horas se consumará el final de una cultura y de una era milenaria. Al día siguiente los turcos penetraron las murallas y todos los nobles, incluido el emperador Constantino, fueron inmolados dentro de la catedral. La media luna se impuso a la cruz. Cinco siglos y medio después Santa Sofía sigue fascinando a la humanidad, pero es una mezquita ubicada en el centro de una ciudad llamada Estambul, asiática y europea a la vez, cuyo puente de Gálata es el símbolo que une y divide a dos mundos que cinco siglos y medio después aún no parecen comprenderse.
El Monterrey de nuestra nostalgia es una ciudad que ya no existe. Todo se transformó, incluida la marginalidad “kolombiana”. Entre ráfagas de Déjà vu, Carol y yo vimos la película Ya no estoy aquí. Ulises y los demás personajes del filme son hijos de los “colombianos” con los que tantas veces nos cruzamos en los camiones y en el Río Santa Catarina y sin duda eran niños en la época en que recorríamos la ciudad. Sí, los cholombianos siempre estuvieron ahí, pero incluso ellos se sofisticaron en el nuevo milenio. Monterrey es una ciudad con esencia de Jekyll y Hyde, una Sultana bipolar que oculta bajo sus faldas lo que le avergüenza sin renunciar a volverlo trendy si los astros de la moda se le alinean. La cultura colombiana es tan profundamente regia como la redova o la polka (unos ritmos los importamos de Alemania y Polonia y otro de Valledupar, aunque su esencia regia es propia, única e inconfundible). A los Colombia los recuerdo desde mediados de los años ochenta durante mis incursiones ciclistas al Río Santa Catarina. En aquella época ya era clásico el copete decolorado, la matita larga de atrás y corta por delante, pantalones rabones apretadísimos (no flojos ni tumbados) tenis Converse preferentemente rojos, enorme grabadora al hombro y (sin duda la diferencia más significativa) camisetas metaleras. Tal vez al purista Ulises le parezca aberrante, pero en esos tiempos era clásico ver a los cholombians con playeras negras de Iron Maiden aunque también usaban mucho las del TRI. El loop de la cumbia rebajada vive en el disco duro neuronal de nuestro anecdotario regio. Si abordabas un camión Estanzuela o Sierra Ventana, había altas probabilidades de que en el asiento del fondo fuera algún colombiano con su grabadora. Si nos remontamos a antes del Gilberto, cuando en byka peinaba la Ciclopista, ahí estaban siempre los cholombians rondando por las canchas. Era la época del Tropical Panamá y de Celso Piña tocando en los salones de la Indepe (cuando los futuros Control Machete aún estaban lejos de saber quién era ese tal Celso). Ahí estaban los puesteros del Puente del Papa y la Colombia Chiquita. Siendo reportero de El Norte hice un reportaje sobre un grupo de colombianos de la Sierra Ventana, la mayoría expresidiarios, que habían montado un taller de artesanías. Me regalaron un cuadro muy locochón de unos pescados que mucho tiempo adornó la pared de mi cuarto. Recuerdo que fueron excesivamente cálidos. Inolvidable también el Nicho Colombia, compañero en la redacción de la calle Washington, quien escribía su columna cholombiana en Metro. En El Norte me tocó firmar la nota previa a la inauguración del túnel de la Loma Larga. Poco después me fui de la ciudad y todo cambió en aquellos cerros. No vivimos la guerra ni el horror de los Z. ¿Lo mejor de la película? Las imágenes panorámicas de los cerros, la omnipresencia del vallenato rebajado, lo creíble del lenguaje, la pura regia saudade.
Thursday, May 28, 2020
La cancelación de la Feria del Libro de Tijuana era predecible y creo que a nadie toma por sorpresa pero no por ello es menos dolorosa. No me preocupa ya lo que suceda este año, porque el 2020 ya se fue completito al carajo. Mi temor es que esta cancelación sea el principio del fin de la feria y ya no pueda celebrarse tampoco en 2021. Sé, porque lo he visto de cerca, que más de una vez ha estado amenazada su continuidad y que ha requerido mucha voluntad y aferre para sacarla adelante. Con todos los detalles que puedas criticarle, nuestra Feria del Libro es el principal evento cultural de la ciudad, el más longevo y el que ha tenido una mayor continuidad. Pocos saben que la Feria del Libro de Tijuana es incluso más antigua que la de Guadalajara o la de Monterrey. Nació en 1980 a iniciativa de Alfonso López Camacho, presidente de la Unión de Libreros y como salmón contracorriente se ha mantenido, pese a recortes, grillas y cambios de sede. Habrá quien cuestione que no crezca y critique su estructura, pues es una feria de libreros y no de editoriales, pero al final del camino es y ha sido nuestra fiesta, la que nos reúne a los lectores tijuanenses. Es, obvia decir, la feria a la que más veces he acudido en mi vida y en la que he comprado, presentado y vendido más libros. Como lector llevaba 21 años ininterrumpidos acudiendo. Tengo un gran tren de anécdotas y buenos recuerdos. Acudí por primera vez en mayo de 1999, cuando aún se celebraba en Palacio Municipal y yo era un recién llegado a la ciudad. El primer libro que compré, lo recuerdo muy bien, fue Un asesino solitario de Élmer Mendoza. Participé por primera vez con un micrófono en la edición de 2006, cuando se celebraba en la Revo. En aquella ocasión fui presentador de Mario Bellatin (Lecciones para una liebre muerta) y tuve una mesa redonda sobre rock con mis colegas de la Ciruela Eléctrica. Desde 2011 a la fecha siempre que acudo presento libros (míos y de un montón de colegas) y en los últimos años solía tener actividades todos los días. Grandes recuerdos tengo de la 2012 (la última celebrada en Plaza Río) cuando presentamos La Liturgia del Tigre Blanco y agotamos las existencias del libro esa misma tarde (fue el libro más vendido de toda la feria). Inolvidable la de 2014 (la segunda de la nueva etapa en el Cecut) cuando presenté Cartografías Absurdas de Daxdalia con Eduardo Antonio Parra y fue el homenaje a Federico Campbell y Rafa Saavedra. Inolvidable 2018, cuando me tocó abrir la primera jornada con Días de whisky malo y dar el cerrojazo a la feria con Juglares del Bordo. Temo lo que pueda suceder en 2021: año electoral, poco presupuesto, otras prioridades, bla,bla. Muchas cosas ha matado esta maldita pandemia, pero ojalá no mate a nuestra fiesta.
Wednesday, May 27, 2020
Nunca he comprado un libro en línea. No digo de esta agua no beberé, pero al menos hasta la primavera del 2020 todavía sigo sin realizar mi primera pepena digital. Yo sé que cuesta mucho trabajo creerme, tomando en cuenta que el libro es el objeto material que más veces he consumido a lo largo de la existencia, pero así son mis hábitos de pepenador. Desde mi mediana infancia hasta la fecha habré comprado por lo bajo unos 6 mil libros (sin contar varios cientos o miles que me han regalado) pero hasta el día de hoy todavía no adquiero el primero a través de una pantalla. Jeff Bezos y Amazon no han recibido nunca un solo centavo salido de mi cartera (que vendan libros de mi autoría en línea es otra historia). Tampoco he comprado nunca un e-book y los que me han regalado no los leo. No es una manda, una bandera o una declaración de principios, sino simple y llanamente cuestión de costumbres y de los hábitos tan arraigados de mi vicio. Al menos en mi caso, la pepena libresca es un ritual, una suerte de cacería no exenta de cábalas y señuelos. Más que comprar el libro en sí, me gusta buscarlo o (mejor aún) hacer que él me encuentre a mí. Ello explica que casi siempre que voy a una librería (o a una feria o a un remate) salgo de ahí con libros que originalmente no estaban en mis planes de compra y que me encontré (o me encontraron) por pura vil aleatoriedad. Lo que verdaderamente disfruto y atesoro es la exploración de librerías y acaso eso es lo que más se extraña en esta cuarentena. Poderte perder una hora o dos dentro de los estantes y libreros. Eso es insustituible. Claro, podría ahora mismo teclear los números de la tarjeta y adquirir unas cuantas novedades editoriales que me cierran el ojito, pero me privaría del placer de la pepena. Lecturas, por cierto, no me faltan. Aunque casi tres cuartas partes de mi biblioteca yacen confinadas en una fría bodega, aquí en casa hay todavía más de 2 mil libros, muchos de ellos sin leer. Claro, el asunto no deja de ser paradójico. La venta en línea es lo que le está salvando la vida muchas pequeñas librerías y sumarme a la lista de compradores digitales sería una forma de contribuir a su salvación. Tal vez lo haga solo por eso. Comprar en línea para contribuir a que no llegue ese futuro (o casi presente) que tanto me aterra: el de un mundo sin librerías en donde refugiarte.
Tuesday, May 26, 2020
¿Cómo se llamará el ensayo? La terquedad del Apocalipsis, la recurrencia del Apocalipsis, la cotidianidad del Apocalipsis, Sísifo empuja la piedra apocalíptica, la terquedad del Armagedón, la conjura de los armagedonistas, la necedad de Armagedón., La Conjura de los desplazados, La Conjura (o la conspiración) de los obsoletos.
El tren bala de la Historia pasó de largo por la estación de nuestra vida. Se ha largado y nosotros quedamos ahí, varados en el desierto, sin saber qué instrumento tocamos en la orquesta del mundo contemporáneo. El mundo no te necesita, el mundo puede prescindir de ti, el mundo se acaba cada cierto tiempo para ciertas personas y hoy tú eres una de ellas
La gran paradoja derivada de la pandemia de Covid 19, es que al quedar semiparalizado, el mundo moderno se aceleró. La forzada quietud social se tradujo en efervescencia cibernética. Si los actos masivos quedaron por completo eliminados durante varios meses y la actividad laboral presencial se redujo al máximo, el universo digital se masificó a niveles nunca antes vistos hasta quedar como el gran conductor de nuestra vida cotidiana.
De pronto el mundo entero sufrió un vuelco y una forzada transformación que nadie pudimos prever. La pandemia de Covid-19 que afectó a buena parte del planeta en 2020, modificó de golpe nuestros hábitos de convivencia y socialización y nuestra rutina de vida diaria. Más allá de las lamentables muertes que produjo y de sus efectos a nivel sanitario, la pandemia ha venido a revolucionar el engranaje social, comercial y cultural de muchos países. Aunque es muy pronto para predecir efectos a largo plazo, lo cierto es que en muchos aspectos nuestra vida no volverá ya nunca a ser la misma.
Monday, May 25, 2020
Hace todavía muy poco tiempo, cuando la normalidad no era nueva ni era normal, el fin de semana del Memorial Day solía ser un ritual efervescente por estos rumbos, con restaurantes y bares a tope y playas rebosantes. En estos días solían coincidir la Feria del Libro de Tijuana y el Art Fest de Rosarito (y la regla no escrita pero infalible, era tener presentación libresca el sábado o domingo). Para nosotros solía ser una jornada intensa. Hoy el cielo y el Pacífico han cumplido con ponerse el más azul de los trajes como corresponde a los grandes días, pero por aquí la peste sigue tronando sus chicharrones y vivimos, al puro estilo de José Alfredo, en un mundo raro. Por una parte, el ánimo social pide calle y fiesta a gritos y hordas de encuarentenados salen de su casa por cualquier pretexto. Para la gente esto ya se acabó y el siempre chimoltrufio mensaje oficial habla de integrarnos a la nueva normalidad mientras las cifras te dicen que México vivió ayer su peor día de contagios desde que comenzó la pandemia. La paulatina liberación coincide con los días más pestíferos. Mientras esto sucede, la cerveza artesanal vive días de vacas gordas haciendo su agosto en mayo. Personajes que tradicionalmente serían felices con su caguama Tecate, hoy hacen fila para pepenar lupulosas extravagancias cuya existencia desconocían hace un par de semanas. Yo he tenido una relación ambivalente con la cerveza artesanal. Cuando el Sierra Madre Brewing Co irrumpió en 1997 aquello me pareció elixir de dioses y creí descubrir el grial. Luego Mauricio Fernández inventó la Casta y ya estando por estos rumbos descubrimos el Rock Bottom en San Diego y su deliciosa Regatta Red. Irrumpió después la Cerveza Tijuana, la Cucapá y yo era feliz bebiendo artesanales, pero como todo, llegó el momento en que empalagó. Con esta cheve me sucedió lo mismo que con el noir escandinavo o el death metal. Al principio cada nuevo exponente me aportaba algo novedoso y fascinante, pero muy pronto caímos en la infestación. De repente, teníamos a decenas de miles de hípsters haciendo prescindibles, chupamirtosas e intomables cervezas artesanales (un artesano cervecero en cada hípster te dio, podría espetar el Himno Nacional). De cada diez artesanales que probabas, una o dos eran tomables. Ocurrió entonces lo inevitable: las artesanales nos dieron en cara y Carol y yo nos redescubrimos más felices con una ordinaria, deliciosa e infalible Modelo que nunca te fallará ni te dejará abajo. Pero las artesanales, como el dinosaurio de Monterroso, aún estaban ahí. En Valle de Guadalupe probamos la Escafandra y la Wendlandt y le volvimos a agarrar el gustito. Me ocurrió como con la narrativa de Bolaño: hubo un sosegado y amistoso reencuentro luego de despotricar contra ella. Lo cierto es que nunca como en esta primavera ha habido tantísima cerveza artesanal desfilando por nuestro refrigerador. Don Quijote tenía razón: Dulcinea es la reina, aunque cómo extrañamos poder tomar una Modelo.