Mover un chip, torcer una neurona. Una mutación ontológica, una metamorfosis volcánica. ¿Puedes de la nada transformarte en lo que no eres o nunca has sido?
Con la edad, eso que llamas tu personalidad yace moldeado con la piedra de las estatuas. De pronto, llega un día en que con horror te das cuenta de lo mucho que te conoces. Sí, acéptalo, ya no hay nada extraño en tí. Sabes perfectamente de lo que eres y no eres capaz. Eres un animal de costumbres. Sabes cómo reacciona tu cuerpo y tu psique ante determinadas situaciones. Tu entonación de voz, tus gestos, tu lenguaje, todo ese cúmulo de esencia involuntaria te define. Apestas a lo que eres. Tus furias, tus desvaríos, tus pequeñas alegrías, tu soñar despierto obedecen a estímulos predeterminados. Por si fuera poco, eres odiosamente cíclico. Retorno, Eterno Retorno ¿Por qué eres tan calculadoramente fiel? Tu fase solemne y responsable, tu cara de soberbio, tu pose de humilde, de rebelde, de agradecido. Tu deseo sexual, tus ganas de tomarte un whisky, los minutos del día que dedicas a imaginar la fatalidad apocalíptica y las horas muertas del soñador y el fatalista, el cuerdo y el lunático, el místico y el carnal, todos tan cíclicos y ordinarios, tan predecibles, tan conductuales. Los conoces demasiado bien. La fórmula de tu disco duro no es complicada. Eres un mar en calma y sabes hasta dónde llega el alcance de tus tormentas. Pero en tu interior algo se cocina, se mueve, crece silencioso, quieto e imperceptible como una falla telúrica. En apariencia está perfectamente, pero un día, un segundo específico, se produce el temblor y toda tu estructura se derrumba. El volcán apagado yace en erupción y de pronto te ves haciendo lo que nunca hubieras hecho. La bestia adormecida toma el poder. Tu cuerpo y tus pensamientos están poseídos por alguien que no conoces. ¿Es un demonio o eres tu mismo?
Con la edad, eso que llamas tu personalidad yace moldeado con la piedra de las estatuas. De pronto, llega un día en que con horror te das cuenta de lo mucho que te conoces. Sí, acéptalo, ya no hay nada extraño en tí. Sabes perfectamente de lo que eres y no eres capaz. Eres un animal de costumbres. Sabes cómo reacciona tu cuerpo y tu psique ante determinadas situaciones. Tu entonación de voz, tus gestos, tu lenguaje, todo ese cúmulo de esencia involuntaria te define. Apestas a lo que eres. Tus furias, tus desvaríos, tus pequeñas alegrías, tu soñar despierto obedecen a estímulos predeterminados. Por si fuera poco, eres odiosamente cíclico. Retorno, Eterno Retorno ¿Por qué eres tan calculadoramente fiel? Tu fase solemne y responsable, tu cara de soberbio, tu pose de humilde, de rebelde, de agradecido. Tu deseo sexual, tus ganas de tomarte un whisky, los minutos del día que dedicas a imaginar la fatalidad apocalíptica y las horas muertas del soñador y el fatalista, el cuerdo y el lunático, el místico y el carnal, todos tan cíclicos y ordinarios, tan predecibles, tan conductuales. Los conoces demasiado bien. La fórmula de tu disco duro no es complicada. Eres un mar en calma y sabes hasta dónde llega el alcance de tus tormentas. Pero en tu interior algo se cocina, se mueve, crece silencioso, quieto e imperceptible como una falla telúrica. En apariencia está perfectamente, pero un día, un segundo específico, se produce el temblor y toda tu estructura se derrumba. El volcán apagado yace en erupción y de pronto te ves haciendo lo que nunca hubieras hecho. La bestia adormecida toma el poder. Tu cuerpo y tus pensamientos están poseídos por alguien que no conoces. ¿Es un demonio o eres tu mismo?