En la vida adulta los días corren desbocados. Parecen tener afán de llegar a alguna parte, siempre huidiza e incierta. Los minutos y los años se suceden entre cafés humeantes, portadas de periódico y párrafos prófugos por la estepa del papel en blanco. Duermevelas conjuradas con náufragas escrituras, heterónimos tramposos, historias condenadas por la eternidad al limbo del nonato. Orgasmos, insomnios; el Pacífico oculto tras la bruma de diez mil amaneceres; la furia del día reptando por las calles de la ciudad anfibia; los guitarrazos metaleros reventando mis maltrechos oídos, mis tenis peinando pavimento, el Sol derritiéndose sobre el lomo de las Islas Coronado, la noche que llega sin pedir permiso, el vino descorchado, la vida que se va. Y entre todo este amasijo de cotidianidades ...
Friday, February 21, 2014
Monday, February 17, 2014
Deambulo como antaño por la biblioteca Benito Juárez. Su acervo es idéntico, sin apenas modificaciones desde hace diez o quince años. Busco algo Federico Campbell. Encuentro La memoria de Sciascia, Pretexta, Todo lo de las focas y La Clave Morse (éste último, por cierto, con una dedicatoria de Federico para Martha Mellado en 2001) Celebro el que tengan los ejemplares más antiguos, aquellos que difícilmente se consiguen en librerías, pero me parece inconcebible que la biblioteca central de Tijuana no tenga la obra completa de un gran escritor tijuanense. Por su ausencia brillan Post Scriptum triste, Transpeninsular, Máscara negra y el genial Padre y memoria. Las bibliotecas duermen en su modorra de cementerio. Creo que si uno de los escritores más importantes en la historia de una ciudad muere, lo menos que espero es un homenaje a su obra en la biblioteca central. ¿No hay acaso una comisión de cultura y bibliotecas en nuestro inútil cabildo? ¿No hay un encargado de bibliotecas municipales? Sí, lo peor de todo es que los hay, existen, cobran y deduzco que son basura burócrata que no lee un libro en su vida
Gandhi Tijuana, siempre tan fashion, no tiene en este momento un solo libro de Campbell entre sus existencias. Tampoco Educal en el Cubo. De Gandhi no me extraña, pero carajo, Campbell dio la última conferencia de su vida en el Cecut y en Educal no son para tener un libro suyo, cuando deberían tener una mesa especial en homenaje. Cuando Alice Munro se ganó el Nobel, su obra completa tapizó el aparador. Cuando José Emilio Pacheco murió, cumplieron con sacar al frente Las batallas en el desierto. Vaya, hasta libros de Juan Gelman encontré tras su muerte (y mira que el argentino no es el campeón de la circulación en librerías comerciales) No soy un fanático del homenaje póstumo, pero siempre he creído que la mejor manera de honrar a un escritor es leyéndolo y promoviendo su obra y en ese sentido, pienso que las bibliotecas y librerías tijuanenses deberían homenajear a unos de los más grandes creadores que ha nacido en este suelo. Creo que si de promover la obra de Campbell se trata, hay algunas cosas que sus lectores y amigos podríamos hacer. Por ejemplo, salvo en la casa de Federico (que visité en verano de 2011) yo jamás he visto en una librería o en una biblioteca un ejemplar de Infame turba, su libro de entrevistas que publicó en Barcelona hace casi 40 años. Son entrevistas con escritores e intelectuales españoles de la época. Hasta el mismísimo Enrique Vila Matas elogió ese libro en una reciente columna en El País. ¿Quién tendrá los derechos de Infame turba? ¿Alguien sabe? Otra cosa que podríamos hacer, sería reeditar o por lo menos hacer circular Padre y memoria, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana en Ediciones sin Nombre, con una circulación realmente modesta (la edición fue de apenas 500 ejemplares y entiendo que no se ha reeditado, cuando bajo mi criterio es un libro de nivel Anagrama) En lo personal, creo que si tuviera que elegir un solo libro de Federico Campbell para llevarme a un exilio, elegiría Padre y memoria, que me parece el más profundo y personal.
Sunday, February 16, 2014
Como en La Máscara de la Muerte Roja, la sombra fatal ya estaba ahí, sentada junto a Federico, quien hablaba de Juan Rulfo ante una Cineteca abarrotada. Afuera de la sala Carlos Monsiváis, más de un centenar de tijuanenses que no alcanzaron lugar miraban al escritor a través de las pantallas. La noche era fría y la sombra al acecho comenzaba a tender su manto. Federico platicaba, ameno, disperso, diluido en la magia de la libre asociación, llevándonos de las llamas del llano siempre ardiente a las trampas tendidas por nostalgia y la memoria en la mente de un narrador. Las charlas de Campbell siempre tuvieron la cadencia del parroquiano que caza recuerdos e ideas en el aire, exento por fortuna del académico patetismo padecido por tantos engendros culturales. En la novela de su vida, aquella noche invernal en la Cineteca fue el último acto, la involuntaria despedida. Como en la Muerte en Venecia, el mal aguardaba acechante en cada rincón, aunque hasta ese momento la autoridad sanitaria se aferrara a negarlo. El mal yacía en la sala esparciendo silencioso su cepa asesina. La Muerte tomaba su reloj de arena. “Mi tío no se ha sentido muy bien este día”, me dijo su sobrino Eduardo.