Imagina un desvanecimiento en el aire, desintegrarse y ser viento fresco sobre el desierto, un hada de vapor frío, una ráfaga de lluvia sobre esas rocas que parecen haber estado secas por toda la eternidad. El suelo bajo sus pies torna en plastilina, arena movediza, alfombra voladora, una superficie que de un momento a otro puede desparecer. La tierra y sus piernas son cuerpos gaseosos y la vereda una serpiente cada vez más angosta bifurcando en el vacío a donde cae la roca que Violeta pisa con su pie derecho. Roca que antecede a su cuerpo en la caída por el barranco. El abrazo del abismo es idéntico a algunas alucinaciones de duermevela tras una noche insomne y las neuronas borrachas de sol serán simples luces apagadas cuando la cabeza reviente como un melón sobre el lecho pedregoso y todo se desvanezca y se vuelva sustancia de desierto y abandono
Friday, March 17, 2017
Monday, March 13, 2017
En el cenicero de mis duermevelas yacen tormentas de rayo y trueno, un canapé mordido con tinta frágil en el centro y seguramente esos viajes con escala en distópicos aeropuertos y las estaciones de metro en línea recta con el Armagedón. El tejido neuronal es la arena empapada tras la ola, verde lama en los acantilados del limbo donde yace todo este marchitante sueñerío.
Hubo un varano o lagarto monitor. Hubo (y esa es la mayor y fatal certidumbre) un cruce sobre un puente en tinieblas para atravesar el anal del Río Tijuana (¿anal o canal?.. subconscientes errores de dedo arrojan sepultados deseos a la estepa del papel blanco). Oscuridades y silencios que sólo en las más profundas horas de la duermevela pueden irrumpir con su pinta de espectrales teporochos. Recuerdo la redacción a la media noche, un aventón postergado hacia el oeste de la ciudad y el quehacerista sonorense en buen plan, pidiendo aguardar media hora mientras yo me preguntaba si aún existiría el gran Vallejo al volante de la Urban. Y hubo más, mucho más, como el entrevero de la noche anterior con alguna señora con no pocas dosis de petulancia y el blowing bubbles sonando en la esquina de un bajo barrio londinense y algún imaginario quehacer de final de Copa Sudamericana entre Liniers y Boedo para acabar en el Defensores del Chaco.
Yo al lector que más aprecio es precisamente al espontáneo, al que no está relacionado con el medio literario. A mí me sucede una cosa, no sé si también a los demás: dentro de la poquísima gente que me ha leído o que va a mis presentaciones, ubico lectores que son mayores o menores de edad que yo, pero nunca de mi generación. Los lectores a los que les dedico libros en una presentación suelen ser personas andan en los 50 o sesenta años o de plano morros veinteañeros, pero no de mi generación. Los setenteros que me leen son porque son del medio literario o son mis presentadores y no les queda de otra más que soportarme. Eso me lleva pensar que la generación setentera es la que menos lee. Yo no tengo lectores espontáneos de mi edad y los que están fuera o son ajenos al medio literario de plano no leen ni madre. Están muy ocupados en sus respectivas chambas.
Al respecto, insisto, tengo más dudas que certezas. Por ejemplo, dos veces me ha tocado ser presentador de Benito Taibo en Tijuana y ambas han sido una locura. Cientos de catorceañeros que agarran carretera desde Mexicali o vienen desde Estados Unidos y luego lo ves a Benito cuatro horas firmando libros sin parar. Puros morritos de secundaria. O lo de George RR. Martin en la FIL, morros acampando desde la noche anterior. Vas a las ferias de libros y lo que ves son muchos morros. Ahora yo pregunto ¿alguna vez coincidimos miles de setenteros haciendo fila frente a un autor cuando éramos adolescentes? ¿Alguna vez acampamos para ver a un rockstar literario? ¿Quién es el autor emblema que marcó a nuestra generación? Porque los jóvenes de los sesenta se enamoraron de Rayuela y poco después del Gabo y los más cursis de Benedetti y Sabines, pero a nosotros el Boom e incluso la Onda ya nos llegó de bajada. No fue ya un rollo generacional y los post-onderos de finales de los 80 y principios de los 90 no trascendieron a ese nivel. Los millenials en cambio tuvieron su Harry Potter, sus vampiritos adolescentes, tienen su Game of Thrones (y me consta que leen el libro, no nada más la serie) y llegan a las librerías y tienen su enorme sección de literatura juvenil y tienen sus booktubers, muy posers y pretenciosos si tú quieres, pero ahí están. ¿Nosotros a quién tuvimos? ¿Cuál fue nuestro parámetro o nuestro hito generacional? ¿Tenemos los setenteros un escritor que nos represente como lectores? Vaya, de plano no sé si decir que Bolaño, que como fenómeno en cualquier caso llegó tarde y póstumo cuando los setenteros ya le andábamos pegando a los treinta, o Irvine Welsh. No sé. Con mis amigos pachecones de la prepa el autor que más nos rolábamos y comentábamos, ahora que lo recuerdo, era Carlos Castaneda. Fuera de eso cada quien andaba en su pedo y pepenaba de aquí y de allá.