1-Veinte días con Julián y Conejito (Twenty Days with Julian and Little Bunny by Papa) es un cuaderno de notas donde Nathaniel Hawthorne narra los días del verano de 1851 que pasó solo con su hijo de cinco años en una cabaña en Lenox, Massachusetts. Además de ser uno de los más bellos testimonios literarios de la relación de un padre con su hijo pequeño, el cuaderno relata de manera casual la amistad que el huraño Hawthorne mantenía con su vecino comarcal, un tal Herman Melville, quien justamente en ese verano escribía los últimos párrafos de su novela Moby Dick. Melville cumplía 32 años e ignoraba que acababa de escribir la descomunal novela americana. No lo supo entonces ni lo sabría nunca, pues aunque aún no llegaba a la mitad de su existencia (moriría 40 años después, en 1891) Moby Dick no conseguiría trascendencia alguna mientras estuvo vivo. Ante la crítica fue una crónica o manual práctico de caza ballenera. Paul Auster sostiene que la influencia de Hawthorne fue clave en la dimensión poética de Moby Dick. En cualquier caso, cuando el libro por fin estuvo publicado, Melville fue hasta la casa de Nathaniel a regalarle el primer ejemplar.
2-Melville se autoexilió de la prosa para dedicarse a la poesía en sus ratos libres. Las últimas cuatro décadas de su vida las dedicaría a su labor como inspector aduanal. Apenas volvió a escribir unos cuantos relatos breves de los que Bartleby el escribiente es sin duda el más célebre. Los 3 mil ejemplares de la primera edición de Moby Dick nunca se agotaron mientras Melville vivió. El sobrante embodegado acabó consumido años después en un incendio. El blanco cachalote condenó a su narrador al infortunio. Una vida triste la de Herman, marcada por la muerte de sus dos hijos. Un aparente accidente con un arma se llevó a Malcolm en 1867 y la tuberculosis acabó con Stanwix en 1886.
3- Mi primer encuentro con Moby Dick fue en una versión infantil comprada por mi abuela en la revistería de la Benavides Marne. A Moby Dick le debo mi primer concepto de tatuaje al describir la piel de Queequeg. Mi madre me explicó que se trataba de unos dibujos dolorosísimos hechos con aguja que duran para siempre. Fue también mi primer encuentro con palabras como proa y popa.
4- Le leo a Iker un Moby Dick para niños. Hoy a la distancia encuentro alguna dosis de homoerotismo en la relación entre Queequeg e Ismael, quienes amanecen abrazados en la cama que por accidente comparten en la posada de Peter Coffin (en la luna de miel de nuestros corazones yacíamos Queequeg y yo como una pareja a gusto consigo misma).
5- Las imágenes que incluyo son de Tiempo de Ballenas del gran Jorge Ruiz Dueñas, una obra que combina la belleza prosística con fascinantes litografías. Imperdible
6- Tiempo de tomarse un mal whisky a la salud de Herman Melville. Hoy cumple 200 añitos.