Acaso puedas leer este texto como una confesión desde el abismo. Una tentativa a priori infructuosa por exorcizar el desbarrancadero. Si te digo que mi vida se derrumba o que es en sí misma un derrumbe podrás crearte una imagen estereotípica la cual será, en cualquier caso, mucho mejor a la real, o por lo menos más poética.
El estereotipo de un testimonio abismal va a asociado al demacre y al exceso. Debes imaginarme chupado y decadente, escribiendo al filo de la navaja en una vorágine de excesos. Para aspirar a ser maldito debo, ante todo, cumplir con el requisito de la delgadez extrema, ser un cadáver caminante cuya piel sea el mal forro de un esqueleto. Ojeroso, con cara de ángel caído, surcado por las marcas de un hedonismo peligroso. Si te hablo desde el fondo de un barranco debes imaginarme como un huésped del infierno, inmerso en la redentora ilusión de caer en lo más bajo. Yo no tuve ese privilegio.
Saturday, September 30, 2017
Wednesday, September 27, 2017
Saudade de jurado
Podría llamar a este sentimiento saudade de jurado. Me sucede siempre que soy juez en un concurso literario y en algún momento me empieza a invadir algo parecido a una súbita melancolía por el tornado de ilusiones perdidas que sopla frente a mí.
De entrada debo admitir que esto de entrarle de árbitro lo hago por gusto y por vocación de lector insomne, pues los honorarios por regla general son magros. Ser juez es para mí como una suerte de solitario taller literario.
Dado que no es una ciencia exacta o un deporte en el que gane quien meta más goles, cualquier competencia literaria está condenada a priori a una terrible subjetividad. La derrota o el triunfo serán siempre relativos y entrecomillados, pues no hay lectores ni lecturas iguales. Aun así, me llama la atención cómo es que las tendencias o los porcentajes suelen repetirse sin alternaciones, casi con obsesiva uniformidad.
Vaya, nunca me ha tocado evaluar un certamen en donde haya treinta trabajos buenísimos con idénticos méritos para ganar.
Lo común es que partiendo de la media de un certamen donde participan 50 trabajos, haya 25 o más que son declarados sin posibilidad alguna desde la primera lectura y solamente cuatro o cinco que tienen la calidad y los argumentos para ser considerados como sólidos candidatos al premio. Entre ellos existe una media tabla de diez o quince trabajos entre los que puede haber uno o dos que llamen la atención de algún juez.
No hay leyes perfectas, pero la experiencia me ha enseñado que más de la mitad de los competidores suelen ser prescindibles y eso casi siempre se revela desde las primeras páginas.
Lo inocultable es la falta de malicia narrativa. Suele revelarse con desparpajo y sin tapujos desde los párrafos iniciales. En algunos casos el desastre se desnuda cuando en la primera página encuentras cinco groseros errores ortográficos y terribles deficiencias en el uso del idioma. Aunque no son mayoría absoluta, siempre topo con no pocos participantes que se tuvieron fe para competir por el premio cuando aún no son capaces de aprobar siquiera un curso básico de ortografía y redacción.
Hay quienes superan las deficiencias ortográficas pero no pueden maquillar la inocencia y eso suele saltar casi de inmediato. Es como una marca en la frente que revela falta de lecturas e ingenuidad. Los desnudan los lugares comunes, los clichés, las obviedades, la burda cursilería, las redundancias. Creo que este es el caso que más se repite.
Tristemente la experiencia me enseñado que un texto con un muy buen comienzo puede fácilmente tener un final fallido o derrumbarse a la mitad, pero un texto que empieza mal irremediablemente acaba mal. Puede darse el caso, poco frecuente, de un texto con un inicio lento que de pronto se levanta y agarra ritmo, pero lo que empieza con errores e inocentadas generalmente termina igual o peor.
En la media tabla se ven cosas interesantes. Hay algunos casos, no muchos, en que un narrador técnicamente limitado y sin demasiada malicia logra construir una historia capaz de entretenerme. Aunque con deficiencias, el relato fluye y navega con buen viento. Este tipo de textos pueden mejorar mucho con un buen tallereo o si el autor diversifica y profundiza sus lecturas. En contraparte, hay casos en que un autor se revela como un lector de aguas profundas y apuesta por un texto arriesgado, desafiante y experimental. Su idea a priori es romper con lo convencional, pero el resultado no necesariamente suele ser bueno. En su afán por revelarse como un narrador raro o quebrador de convencionalismos acaba entregando un texto ilegible, caótico o, lo que es peor, francamente aburrido.
Tuesday, September 26, 2017
Biblioteca Brautigan
Aunque no es muy extensa yo tengo también mi propia Biblioteca Brautigan integrada por manuscritos que no resultaron ganadores en concursos donde he fungido como juez. Casi por regla general, en todo certamen hay siempre dos o tres trabajos con el nivel para ser ganadores, pero como sólo uno puede llevarse el premio entonces es preciso sacrificar. Yo suelo seleccionar tres o a veces hasta cinco trabajos y a la hora de cotejar con los otros integrantes del jurado vamos descartando opciones hasta encontrar uno que nos haga coincidir a todos. Lo inevitable es no sentir tristeza cuando estás ante un texto que tiene todos los méritos para ser publicado y trascender, pero no resultará ganador. Duele, porque hueles el oficio, la solidez y la pasión que hay en él e intuyes, porque conoces la inequidad de este mundo letrado, que muy posiblemente no vea nunca la luz. Es en casos así cuando guardo el manuscrito. Dado que mi biblioteca está saturada no puedo darme el lujo de conservar demasiados, pero a veces me duele demasiado la idea de arrojar a la basura un borrador que fue capaz de decirme algo.
No es verdad que uno encuentre todos los días y en todo concurso un montón de sublimes manuscritos, pero creo que sí existe una pequeña cuota de inequidad más o menos constante.
Uno de los clichés favoritos del universo literario es el de la obra maestra empolvada que yace en calidad de garabato en un viejo cuaderno. Uno imagina una ignota biblioteca en donde habita el equivalente a un Shakespeare, un Dante o un Borges de cuya existencia jamás tendremos noticia, una constelación de mil y un libros sublimes condenados al absoluto anonimato. Vaya, sabemos de Kafka gracias a que Max Brod no cumplió la orden de quemar sus manuscritos, pero acaso hubo otros diez como Franz cuyos papeles fueron en efecto destruidos o simplemente no encontraron nunca un lector a quien maravillar.
En su relato titulado Aborto, el contracultural narrador estadounidense Richard Brautigan habla de una hipotética biblioteca que solo admite manuscritos rechazados por editoriales. La biblioteca se hizo realidad poco después del suicidio de Brautigan en 1984 y actualmente existe en Vermont, donde los papeles apilados son sostenidos con tarros de mayonesa (una de las obsesiones del autor).
La experiencia me ha enseñado que en casi todo concurso más de la mitad de los manuscritos son prescindibles y no tienen posibilidad alguna. También he aprendido que un montón de libros publicados (y aún premiados) tienen pocos o ningún mérito
La fábula se ha incluso en cliché y ha poblado las fantasías de genios incomprendidos y editores: el fortuito encuentro con un sublime manuscrito empolvado destinado a convertirse en obra maestra. Como todas las leyendas de tesoros ocultos, esta tiene su buena dosis de alucinación pero tampoco es imposible. Hay diamantes condenados a habitar a perpetuidad en el carbón, los libros inolvidables destinados a ser leídos por tres o cuatro personas en el mundo. Así las cosas, así la vida.
Monday, September 25, 2017
En el mundo hay mil y un libros de consejos para escritores, métodos de escritura creativa y secretos para llevar a buen puerto una narración. Maestros en el arte de acomodar palabras sobran en el entorno. Pues bien, nunca en mi larga vida, ni en talleres literarios ni en manuales ni en charlas me habían espetado a la cara una verdad tan dura y contundente: “Un escritor está acabado cuando engorda”. Tómala cabrón. Directo al corazón y a la panza. Ahora lo comprendo todo. El autor de tan matadora frase es Haruki Murakami, eterno candidato al Nobel y consumado corredor de maratones. Sin piedad alguna lo espeta en su libro De qué hablo cuando hablo de escribir y siento que me está hablando a mí. Según el japonés para escribir bien primero hay que estar en forma.
Valiendo madre. Ahora comprendo este mal síndrome de Bartleby. Pinche Haruki… como tú nada más comes algas y pescado crudo. Es terrible tener conciencia del derrumbe y el mal del puerco. Chingao Haruki. ¿Qué sabes tú de los tuétanos del Césars o de los tacos don Esteban? ¿Qué sabes de quesadillas de pulpo y tacos gobernador? ¿De qué hablo cuando hablo de cerveza artesanal y chuletas de borrego? ¿De qué hablo cuando hablo de tacos perrones? Si vivieras en Baja California te darías cuenta mi buen Haruki y entenderías que renuncié a escribir un Tokio Blues a cambio de una torta WashMobile y una caguama. Ni modo Haruki, yo hubiera escrito El pájaro que da cuerda al mundo, pero se me atravesó un doce de Cerveza Tijuana. Adiós a mis pomos de whisky malo y bueno, a mis platos de cacahuate y la nocturna chela nuestra que acompaña las lecturas. A puro apio y pepino hasta que de llanto y caloría quemada salga una chingada novela.
Sunday, September 24, 2017
Mientras tanto en Baja California el otoño irrumpe con su mejor traje de atardeceres y la muerte sigue de parranda. Lo macabro y lo bucólico suelen ir de la mano por estos rumbos. Ayer vivimos un sábado sublime, pero no olvido que por la mañana tuve que desviarme ligeramente en la carretera a la entrada de Rosarito, pues la policía acababa de encontrar una caja repleta de pedazos humanos. En el infestado Semefo los empleados deben darse a la tarea de armar rompecabezas, pues los cuerpos ya nunca aparecen completos. La luz otoñal no se cansa de dibujar postales en el Pacífico y los restaurantes y hoteles siguen derrochando buena vida, aunque el horror repte a la vuelta de la esquina. Hace unos días una cabeza fue arrojada a la puerta de un kínder en Rosarito y un líder transportista y su esposa fueron acribillados al salir del supermercado en donde hacemos la compra cada semana. En Tijuana se han cometido mil 200 asesinatos en lo que va del 2017. El terremoto sin duda le ha caído de perlas al gobernador y a los alcaldes, porque al menos por unos días han dejado de ser el blanco de las críticas. Los ojos del mundo están puestos en el Altiplano pero Baja California sigue con su propia guerra. Tan solo en lo que va de septiembre se han cometido 87 homicidios únicamente en Tijuana. El asesinato es barato e insustancial de tan cotidiano. La vida sigue y la gente no me cree cuando les digo que aquí hemos sido felices y que aquí queremos seguir viviendo. Ayer agarramos camino rumbo a Ensenada. He recorrido mil veces esa carretera y nunca dejo de ensoñar cuando pierdo la mirada y la imaginación en los acantilados. Los viñedos rebosantes de turistas y los restaurantes con reserva completa. Compramos uvas y aceite de oliva, bebimos un vino de dioses en Mogor Badan y reiteramos que esta tierra es bendita. El crimen siempre está ahí, aunque no siempre lo ves. Algunas veces se manifiesta con desparpajo, pero lo común es que fluya como un río subterráneo, un abismal hoyo negro yaciente bajo una delgadísima capa de hielo siempre a punto de romperse. Hoy me queda claro que estamos solos en Baja California. Para el gobierno federal no somos tema y ni siquiera contamos en su mapa de interés y aquí debemos arreglárnosla con el peor gobernador que hemos tenido en nuestra historia y una constelación de alcaldes particularmente ineptos. Aun así, sigo creyendo que es esta la mejor región de México, la más noble, diversa y tolerante y confieso que nos costaría horrores vivir en otra parte. El Sol ya se oculta tras las Islas Coronado y la ola rompe frente a la roca. Cae la noche en la Península y la vida, la canija vida, sigue aferrada a torcer caminos e inventar conjuros para sus naufragios.