Eterno Retorno

Friday, October 08, 2010



Baja Book Festival. Joanna Jones Galería and Café. Kilómetro 47.6 Carretera Libre Tijuana-Ensenada. Cantamar. A tres minutos del Sur de Puerto Nuevo.
Levantando la bandera de la lengua de Cervantes y la Letra Ñ entre puro heredero de Shakespeare. Tal vez no vaya un solo visitante de habla española pero Mitos del Bicentenario ahí estará para rifársela. Ojalá el otoño se ponga de modo con cielo azul.

Si se detienen entre Rosarito y Ensenada, por ahi nos vemos. El clima ya es para vinito.




EL ASEDIO

Arturo Pérez Reverte

Por Daniel Salinas Basave



A Pérez Reverte le hierve la tinta en las venas. Este narrador desparrama garra narrativa en cada párrafo. Con sangre reporteril reflejada en ese espíritu de eterno curioso, el colega de Cartagena es un tipo al que le sobra pasión. En él no hay frialdades estilísticas, medias tintas o prudentes distancias. El corresponsal de guerra se involucra a fondo con el entorno y sus personajes. Sí, él es un tipo que se tira a matar cuando de agarrar la pluma de trata. Cierto, no todas sus novelas llegan buen puerto, pero los seres humanos que las habitan suelen tener altas dosis de corazón. En este mismo espacio hablamos hace poco de la compilación de textos periodísticos titulada “Cuando éramos honrados mercenarios”, segundo volumen tras ese pedazo de irreverencia narrativa llamado tan acertadamente “Con ánimo de ofender”. Alguna vez he dicho que prefiero al Pérez Reverte periodista que al narrador de ficciones. Cierto, su pluma reportera jamás tiene desperdicio, mientras que su imaginación de novelista a veces cae en barroquismos rimbombantes como fue el caso de la malograda Reina del Sur, pero justo es reconocer que este corresponsal ha sabido crear personajes-tatuaje, de esos que no se borran fácilmente de los recuerdos o si no ahí está el Capitán Alatriste o su pintor de batallas para decir presente y no dejarme mentir. “El Asedio”, su última novela, confirma a Pérez Reverte como un gran buceador en el drenaje profundo de la historia de España. Tal vez los historiógrafos colegiados peguen el grito en el cielo, pero la pluma reporteril suele ser a menudo la mejor cuando de narrar el pasado se trata. Después de todo, un buen reportero debe ser un buen investigador, pero, sobre todo, un excepcional contador de historias. Ya lo demostró en “Cabo Trafalgar”, minuciosa recreación de la batalla naval que consumó la gloria y el martirio del almirante Nelson o su “Día de cólera”, esa crónica maestra que disecciona cada minuto del sangriento 2 de mayo de 1808 en Madrid, infausto día inmortalizado en la obra de Goya. Siguiendo con esa tradición de narrar la España del Siglo XIX, Pérez Reverte se traslada ahora al puerto de Cádiz en 1811, último foco de resistencia española frente a la invasión napoleónica. Vaya, esta historia bien podría comenzar como un número de Asterix: “Toda España está dominada por los franceses. ¿Toda? No. Un puerto poblado por irreductibles liberales constitucionalistas, resiste ahora y siempre al invasor”. En efecto, el Cádiz de 1811 pasará a la historia por ser el único foco de resistencia insurgente frente a las tropas del Gran Corso, pero también por ser la placenta en donde incubó el embrión de la España moderna y liberal que pudo ser y no fue. El 19 de marzo de 1812, día de San José fue promulgada la Constitución de Cádiz, bautizada como “La Pepa” en honor al santoral. De no haber sido desconocida y abolida por ese timorato absolutista llamado Fernando VII, esta constitución liberal hubiera transformado a España en una monarquía constitucional moderna y le hubiera evitado un siglo de atraso y decadencia. Ahora que más de uno nos hemos dado a la tarea de revisar la historia de la Independencia de México, reparamos en lo mucho que la Constitución de Cádiz influyó en los procesos insurgentes hispanoamericanos. Ese Cádiz sitiado por los franceses y habitado por utópicos constitucionalistas es el escenario en donde transcurre la novela de Pérez Reverte. Como buen reportero que es, Arturo no cubre; descubre. El Asedio nos revela la Cádiz de 1811, que según el narrador no es muy diferente a la actual. En ese puerto andaluz asediado por los soldados napoleónicos las ideas fluyen en punto de ebullición mientras un asesino serial se da a la tarea de asesinar jóvenes mujeres y un artillero francés, Simón Desfosseux, harto de malgastar pólvora, busca la fórmula matemática que le permita dar con el explosivo perfecto. Un marinero transformado en corsario llamado Pepe Lobo hace de las suyas en un mediterráneo atiborrado de naves inglesas que juran apoyar a España contra ese enemigo común llamado Napoleón, mientras un policía políticamente incorrecto y bastante corrupto (¿no es acaso un pleonasmo?) busca al asesino serial por las calles del puerto. Por supuesto, hay también una historia de amor protagonizada por la fantástica gaditana Lolita Palma, una atípica mujer en la España decimonónica que sin duda será capaz de seducir a más de un lector ¿La Teresa Mendoza de Andalucía? Tal vez la comparación no sea tan desafortunada. A El Asedio le han llamado novela histórica, pero no estoy tan seguro de que se le pueda encasillar en semejante clasificación. Cierto, hay un marco geopolítico y cronológico muy específico, pero dentro del Cádiz de los constitucionalistas se desarrollan tres o cuatro historias de pura ficción pérezrevertiana. Un libro gordo que se lee a paso veloz, un paseo por la España de la historia de lo que pudo haber sido. Incorrecto por vocación, Pérez Reverte no duda en señalar que a ese país le hizo falta una guillotina en la Plaza Puerta del Sol en donde fueran a donar sus sangre unos cuantos aristócratas y obispos españoles, que al final de cuentas se salieron con la suya y mantuvieron un absurdo y anacrónico absolutismo que sometió al país en una suerte de prehistoria política dentro de una Europa de monarquías constitucionales. Enigma policial, historia de amor, carnaval de utopías y deseos inmolados en el altar del país que no pudo ser.

Thursday, October 07, 2010



Vargas Llosa

Dentro de los irracionales territorios de mi afición futbolística, tengo muy presentes las copas que han ganado mis equipos. Si bien el palmarés no determina mis amores (soy adicto a un conjunto que hace casi tres décadas no gana una liga) estoy de acuerdo en que las coronas ganadas son un parámetro determinante para definir la grandeza de un equipo de futbol. Pero dentro de los aún más irracionales territorios de mi adicción literaria (más demencial que la futbolística) los premios y títulos son un asunto que las más de las veces me sale sobrando y no influye para nada en mis gustos. Vaya, te puedo recitar de memoria, con todo y marcadores, los últimos 30 campeones de Europa, pero no estoy seguro que te pueda enumerar los últimos diez Premios Nobel de Literatura. Los premios que los escritores ganen son asunto que me tiene sin cuidado. Borgeano como soy, te puedo platicar lo que significa para mí El Aleph, Ficciones u Otras inquisiciones, pero me costaría mucho trabajo enumerar los premios y reconocimientos que ganó Borges en vida. No lo tengo presente ni me interesa gran cosa. Borges jamás ganó el Nobel y eso no le resta un ápice de estatura literaria. Borges podría no haber ganado ni el premio municipal del Barrio de Palermo y sería siempre un gigante inmortal. Sin embargo, esta mañana estoy muy contento de ver a Mario Vargas Llosa como Premio Nobel de Literatura. Antes de las 6:00 a.m. encendí mi computadora y zas, que me recibe la gran noticia, que honestamente me alegró el día. No creo que este premio haga más grande a Vargas Llosa como narrador, pues ya lo es, pero sí me parece un reconocimiento justo, merecido, pues es ante todo un reconocimiento al arte de la Novela, así, con mayúsculas. La Novela como un género mayor. Las más de las veces, llegaba octubre y me quedaba con un tibio “sin embargo” cuando me enteraba del nombre del ganador del Premio Nobel. Casi siempre el Nobel lo gana gente que he escuchado de nombre, de los que a veces he leído algo y otras tantas ni siquiera los había odio mentar. Vaya, sería yo un consumado hipócrita si dijera que siempre fui un lector de Le Clezio, un tipo a quien considero terriblemente aburrido o si ahora dijera que la prosa poética de Herta Muller cambió para siempre mi visión de la literatura. Con o sin Nobel, soy y he sido siempre lector de Saramago y me ha gustado bastante leer a Orhan Pamuk o a John Maxwell Coetzee, pero confieso que jamás he leído a Imre Kertesz o Doris Lessing, mientras que Elfriede Jelinek me aburrió horriblemente. Vaya, ni uno solo de los últimos diez Nobel está en mi altar literario. Vargas Llosa en cambio sí lo está. Con o sin premio, soy y he sido lector del peruano. De hecho, en 2009 me afectó una suerte de renacimiento de la fiebre vargasllosiana y a las reseñas de mi blog me remito. Empecé en mi adolescencia leyendo Los Cachorros (y recuerdo a la perfección el ardiente verano regio en que leí esa breve historia) y en las últimas dos décadas siempre ha habido un libro del de Arequipa cerca de mí. Sí, a mi me gusta Vargas Llosa y no voy a salir a decir, como tantos terorréicos izquierdosos, que después de Conversación en la Catedral no ha hecho nada bueno. Nada. Con perdón de El otoño del patriarca y Yo el supremo, La Fiesta del Chivo me parece la más fascinante novela del dictador latinoamericano e incluso la muy rosa Travesuras de la niña mala me divirtió en demasía y a todo mundo que se la he recomendado, mujeres principalmente, les ha gustado mucho. Ni hablar de la Tía Julia y el escribidor, que es un librazo fuera de serie. Limitándonos a lo estrictamente narrativo, Vargas Llosa es de los mejores novelistas que parió el Siglo XX. Sí, que a veces se pasa de tecnócrata y globalifílico, es cierto, pero al menos es un tipo coherente y políticamente comprometido, aunque el compromiso político sea tan mal visto por los puristas del arte. Un gran defensor de la libertad individual, que a tanta gente pro cubana parece molestar. Pero antes que al activista comprometido contra los totalitarismos, rescato al amante de la Gran Novela. Mientras un coro de modernos teorréicos postnarrativos se deleitan hablando sobre la muerte de la novela y alaban a Roberto Bolaño como la vaca sagrada de Latinoamérica, Vargas Llosa es un tipo que rescata la gran tradición del Arte Novelístico, alguien que es hijo de Julio Verne y Dumas, de Víctor Hugo, Flaubert y Balzac. Me emociona que mientras los teorréicos abominan de la Novela tradicional y se complacen en decir que como arte es el colmo de lo obsoleto y caduco, Vargas Llosa lo reivindica como algo eterno. Entre ese tipo de seres amantes de Bolaño (lo siento Roberto, pero eres el ícono y la bandera de ese tipo de gente) que consideran a un bodrio solemne como Perros héroes de Mario Bellatin el gran futuro de la novela y que se complacen lanzando dardos envenenados contra Carlos Fuentes, Vargas Llosa tiene el valor de defender el valor de un best seller como es Stieg Larsson y su trilogía Millenium, pecado enorme entre los modernos pro muerte de la novela.
Sí, el Premio Nobel es siempre un pasaporte al aparador del Sanborns. Esta semana surgirán mil y un tipos que se dirán fans de Vargas Llosa y las nuevas ediciones de La casa verde y La Ciudad y los perros sacarán del aparador a los vampiritos de secundaria. Pero bienvenido seas peruano, con o sin premio eres grande y con sin premio te seguiré leyendo y con o sin premio ya espero con ansias El sueño del celta. Eso sí, les confieso que si yo hubiera tenido voto en la Academia Sueca, hubiera votado por mi querido Ernesto Sábato, que a sus casi 100 años de vida bien le hubiera caído de maravilla el premiecito, aunque dudo que hubiera podido ir a Estocolmo a recogerlo.

Monday, October 04, 2010


La oscuridad aún no dice adiós y la maquinaria ya ruge. Amanecer de un lunes de otoño. Una semana más se acumula en nuestras vidas. Días de furia e instantes de decisión. El futuro entero jugándose en una partida, deslizándose en patines por un barranco de La Rumorosa. La encrucijada de tu vida llegando a su caseta de cobro, corriendo por carreteras que se bifurcan, buceando en las entrañas e un monstruo. Unos llegan, otros se van, ruedas de la fortuna de la sabana africana en donde hoy me toca ser depredador.
Mexicali nos despidió con un arcoíris el pasado viernes ¿Cómo nos recibe ahora? Jamás había visto llover en Ciudad Cachanilla. El agua es elemento atípico por aquellos rumbos. Sus calles mojadas son un traje de luces.
Creí estar subiendo al altar de sacrificios de los masones juaristas cuando la mañana del sábado fui a presentar mi libro ante ellos. Imaginé que harían una gigantesca hoguera con Mitos del Bicentenario, pero el grupo Líderes Juaristas me ha dado una grata sorpresa. Tolerantes y abiertos al diálogo, han honrado la vocación por el librepensamiento que dio origen a la masonería. Mi gratitud para ellos.

Lo que uno escupe en la Moleskine una mañana en el Valle de Mexicali

El desierto es así, un tipo que se lleva pesado, un cabrón hostil que te sorraja una cachetada apenas te has parado frente a él. Este suelo se mueve, es un cascarón de huevo, una plataforma movediza. Aquí, en el paraje donde toda sombra es redención y la tierra se resquebraja, yacen mil y un cubos rectangulares. Esto es una aldea de Marte (¿My house of Mars Ayreon?) la mismísima capital del absurdo, el grandísimo escupitajo del destino. Aquí, en este específico rincón de la Tierra es donde vivimos ¿Es un cuento de José Revueltas o ciencia ficción postapocalíptica? Ray Bradbury no imaginó el Valle de Mexicali. Cerros muertos, cerros calvos, aguardando el bautizo de la sombra. Renacimiento del Valle (Miguel Ángel y Leonardo habitan aquí. Doña Ana Real Cázares también ha elegido la sucursal de Mercurio)
La pobreza nunca se niega a sí misma. La pobreza es así; un ejercicio de brutal desparpajo. Un tocayo habla de gente con muchas “ideologías” rondando por el Valle de Mexicali (y le propusimos una propuesta dice él) Aportamos un grito de arena en “poco momento” “no se atoren en nuevas ideologías” (¿hay ideólogos en los ejidos del Valle de Mexicali)
Nací en los algodonales, bajo un Sol abrasador; mis manos se encallecieron y me bañé de sudor. Yo soy puro cachanilla, orgulloso y cumplidor.

Sunday, October 03, 2010

ESCENARIO: PRESENTACION DEL LIBRO LOS MITOS DEL BICENTENARIO.mpg